Yo cuando me enteré de esa noticia me eché a llorar. No solo por la penuria sufrida por las humilladas, sino por la bajeza de espíritu de los agresores y de la ciudadanía cómplice en la agresión. Aunque esa bajeza de espíritu no nos debe de causar estupefacción ni extrañeza: desde la más temprana infancia el déspota hummilla al oprimido para regocijo propio y de la expectación cómplice.
«Al verse derrotado por su rival, el volatinero perdió el equilibrio, soltó el balancin en que apollaba sus manos, y, con la mayor rapidez, cayó al suelo convertido en un pelele, en un remolino de brazos y piernas. La multitud se agitó entonces como el mar embravecido por la tempestad; y todos huyeron, dispersandose y atropellandose, en particular cuantos se hallaban más cerca del lugar en que calló el desdichado. [...] F. Nietzsche. Así hablo Zarathustra, pág. 34.