Agripa escribió:
Me faltan las claves para comprender cuáles son esas valiosas lecciones que hemos de extraer de su texto.
Agripa, probablemente no haya lugar en el artículo de Álvarez Junco para explicitar las soluciones que pasan por desarrollar una estructura europeísta o macronacional en lugar de enquistar el problema en irresolubles debates intra-nacionales. Pero eso no quiere decir que su alusión resulte vacía.
Europa no tendría por qué ser una nación tal y como la conocemos, ni estar troceada en una “Europa de etnias”. Resulta miope querer mirar al futuro con las mismas categorías que hemos venido manejando en el presente y en el pasado. Tan miope como querer seguir sosteniendo una difusa idea de nación anclada en una lengua
inter-nacional, o en unas instituciones (en ocasiones, el peor ejemplo de estabilidad).
Me gustaría ver cómo respondes a la acertada propuesta de Thunderbird de ir puliendo el concepto de nación hasta volverlo racionalmente aceptable y por tanto legítimo. Si de la nación queda entonces algo, yo estaré conforme; pero vista la historia del nacionalismo como ideología política, ya he apuntado a las contradicciones que creo le son inherentes y que una y otra vez no dejan de salir aquí y que nos harán concluir en que
“quizá la nación no tenga existencia racional”. ¿Entonces? Entonces habrá que ofrecer alternativas, porque como puede admitirse, no basta un voluntarismo ingenuo sobre la “Europa sublime”. Ahora bien, dicho proyecto europeo no podrá ceder ni un ápice a pueriles intentos de formar un argumento en su contra como el que se predica al decir que Europa nunca ha existido como tal. Sería como si al esclavo negro se le dijera “eso de que los negros puedan ser libres es absurdo: nunca lo han sido”, o como si al ingeniero de la NASA de los años 50 se le hubiera dicho “eso de que el hombre pise la luna es absurdo: nunca lo ha hecho”.
La polémica de Elorza y Álvarez Junco que traes aquí me parece que no resulta ilustrativa en ningún aspecto, pues como es natural, entre ambos lo que se da es un intercambio de datos históricos en la búsqueda de una legitimidad o deslegitimidad absolutamente contingentes para ofrecerse a una nación de hecho frente a otras naciones de aspiración. En el fondo, la discusión sigue en el mismo plano categórico y no es capaz de alzar las miras más allá. Si estoy equivocado, sin embargo, te invito a que destiles qué argumentos filosóficos se pueden destilar de esa búsqueda por la legitimidad. Si no, dejemos semejantes debates a los foros de política o de historia.
Agripa escribió:
¿Qué parámetros te permiten ecualizar la nación política española con naciones que a lo sumo serán naciones étnicas y que sólo desde la perspectiva de proyectos separatistas no realizados podrían algún día elaborar retrospectivamente un relato histórico propio más o menos mitológico?
Para responder a esta pregunta, primero habría que ofrecer una definición de nación pertinente y concreta que sea capaz de servir de referente para aceptar o descartar aspiraciones nacionalistas de forma razonable. Quien afirme que algo es una nación y otra cosa no lo es, es quien debe ofrecer dicha definición. Así que la carga de prueba recae en ti, y la pregunta te vuelve como un
boomerang: ¿Qué te permite distinguir legítimamente a una nación proclamada por un grupo de personas y reconocida por otros, frente a cualquier otra reclamada por otro grupo de personas que pretende ser reconocida como tal? Y, como es evidente, no resulta legítimo basarse en la facticidad.
Pero, ojo, que además, para responder a esa pregunta deberá ofrecerse una definición que sea consistente y no incurra en las aporías que llevamos evidenciando algunos en multitud de mensajes: habrá de ser capaz de reconciliar la contingencia de las naciones – que casi siempre nacieron en el seno de otras naciones – con esa suerte de esencialismo que les predicas – aunque digas no hacerlo, no basta para no hacerlo – como para que se encuentren en un plano existente más allá de la población que se le supone adscrita:
Agripa escribió:
Tampoco podemos confundir soberanía nacional y soberanía popular, porque no podemos reducir la Nación al Pueblo.
Si la nación no es algo que podamos cuestionar quienes estamos vivos, entonces resulta incuestionable, porque ni los muertos y ni los que están por venir atenderán al debate. Y por tanto, acabas de dar nuestro diálogo por imposible. Una nación prepolítica como axioma rompe el discurso. Para llegar a ese lugar, no hacían falta tantas alforjas. Habría bastado con decir al principio: “esta nación como concepto es intocable porque excede a todo lo que podamos debatir y razonar”. Fin del debate.
Agripa escribió:
Así que ni el Pueblo ni una parte de ese Pueblo que se quiera “autodeterminar” pueden decidir sobre la Nación española, aunque sí puede suceder que fuertes desacuerdos entre partes del Pueblo acaben por hacer imposible la supervivencia de la Nación
Esta contradicción aparente que ofreces entiendo que debe resolverse interpretando adecuadamente tus palabras: si nadie “puede decidir sobre la Nación española” es porque según tú nadie está
legitimado para decidir. Pero como de hecho la población en las urnas decide hacer cosas, que pueden ser ocasión para la “dispersión” de la nación según tú, es que lo hacen ilegítimamente. La cuestión entonces es, de nuevo, ¿quién puede legítimamente decidir sobre la Nación española? Según tu tesis, nadie, pues deberíamos contar con los muertos y los que están por venir (si es que eres capaz de precisar quiénes son los muertos que sí pertenecen y quiénes no pertenecen a esa nación, aplicando un criterio inevitablemente cuestionable). Estamos presos de tu idea de nación y si es así, entonces como decía aquél, que paren la nación – si es que es posible – que me bajo.
En lo que sí estoy de acuerdo es en que la carga de prueba de convencer de que otro modelo es posible reside en quienes así lo creemos. El problema es que para empezar a hacer eso, hay que admitir que el modelo actual es cuestionable. Quienes no están abiertos a la posibilidad de que el otro pueda convencernos en un diálogo, simplemente, no están dialogando. O, como decía Moltmann,
“un punto de vista absoluto equivale a carencia total de punto de vista”.