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TEMA: De las "-a", "-o" y otros demonios.

De las "-a", "-o" y otros demonios. 25 May 2017 22:56 #39734

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Imanol escribió:
Buenas a todes!

Se me olvidaba. Lo del "todes" lo escribe muy frecuentemente una profesora de la UNED (una como mínimo). Si es que es ver para creer. Eso sí: a la hora de escribir algún libro o artículo se olvidan del "todes", "tod@s" y otras ideícas.
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Última Edición: 25 May 2017 22:58 por Conrado.
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De las "-a", "-o" y otros demonios. 26 May 2017 00:59 #39735

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Imanol escribió:
P.D: la única persona que parece compartir mi punto de vista es la única que (creo) es mujer. Si estoy en lo cierto, creo que es relevante. Creo que hay que escucharlas, porque su perspectiva será distinta a la nuestra.

Yo estoy bastante de acuerdo con tus ideas, y soy hombre, pero suelo evitar estos fregados, y más en época de exámenes. De hecho solía pensar que era una tontería hasta relacionarme más y más con gente LGBTQ, y mis opiniones han ido evolucionando tras escucharles. Y ahora que vivo en EE.UU. que es zona cero para esas tendencias, da para interactuar más. En inglés, aunque el genero en general sea neutro de muchas cosas, una batalla es la rehabilitación de la tercera persona singular "them" en lugar de "he" or "she".

Cuando salga de Ética prometo comentar algo. ;)
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De las "-a", "-o" y otros demonios. 26 May 2017 01:35 #39736

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zespris escribió:
De hecho solía pensar que era una tontería hasta relacionarme más y más con gente LGBTQ

Una de mis mejores amigas es lesbiana. Nos conocimos en el centro asociado de la UNED en Barcelona. Probablemente es lo mejor que me he llevado de mi asistencia a las tutorias presenciales el primer año que estuve matriculado en la UNED (las clases en sí no me sirvieron de mucho, la verdad). La muy pillina me puso a prueba antes de decirme que era homosexual. Sabía que era de derechas y votante del PP y se temía lo peor (estereotipos varios, si bien de eso tenemos todos). Sin embargo, hay muchas derechas. Y una de ellas es la liberal, que es con la que yo me identifico. Por lo tanto, ningún problema por mi parte en que cada cual haga de su vida lo que el cuerpo le pida (actos contra la integridad del prójimo al margen, se entiende).

Como liberal estoy a favor de que cada cual diseñe su vida como le dé la gana. No acepto la injerencia de ningún tipo de religión o Estado. Este último, cuanto más sencillo, mucho mejor.

Vamos, que la vida de cada cual no debería importarle a nadie. Quién se acueste con quién es asunto de cada uno. Cuando un Estado empieza a hacer moral (si los niños tienen que hacer deberes o no, en qué lengua hay que hablar, etc.), mal asunto. Francamente, no entiendo esa manía pueblerina de husmear en la vida de la gente. Como si uno no tuviese suficiente con las cosas de su día a día como andar mirando en la vida del otro.
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Última Edición: 26 May 2017 02:22 por Conrado.
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De las "-a", "-o" y otros demonios. 26 May 2017 02:34 #39737

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Imanol escribió:
Buenas a todes!

Abro este hilo para discutir un tema que Conrado a sacado a colación en otro hilo

¿En cuál? No, si yo ya sé donde estaba. Pero ha desaparecido el mensaje entero (!).

Bueno, os dejo.
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Última Edición: 26 May 2017 02:35 por Conrado.
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De las "-a", "-o" y otros demonios. 26 May 2017 08:45 #39738

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Mucho conservadurismo veo por aquí, además de falacias argumentativas impropias de una discusión racional. El lenguaje es machista, guste o no. Como todo producto humano está sujeto a los usos sociales que de él se hacen y desde luego no es un código tan puro como la matemática o la física.

Hay muchas evidencias, cotidianas y no tan cotidianas, que muestran cómo el lenguaje bien sistemáticamente oculta el rol de la mujer en el desempeño de ciertas labores, bien se centran en aspectos negativos atribuidos al, supuesto, carácter femenino. Negar esta evidencia me parece estar ciego fruto de prejuicios o ignorancia.

Pero es que el lenguaje no solo es machista sino que además es eurocéntrico (entendido de forma amplia) en muchos aspectos también. Y no es de extrañar pues el lenguaje es uno de los factores más poderosos de control del conocimiento, del pensamiento político y moral...

PD: Cuando digo 'el lenguaje es' no me refiero a una característica necesaria sino a una característica que sí es sustancial ahora mismo pero por condicionamiento de cientos, miles de años de dominación heteropatriarcal en el caso del componente machista del lenguaje. Como yo no creo que el lenguaje tenga una ontología permanente pienso que es necesario moldearlo hasta que se ajuste a los usos sociales que considero apropiados.

Un saludo!
Última Edición: 26 May 2017 08:49 por urrako.
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De las "-a", "-o" y otros demonios. 26 May 2017 09:07 #39739

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Conrado escribió:
Una de mis mejores amigas es lesbiana. Nos conocimos en el centro asociado de la UNED en Barcelona. Probablemente es lo mejor que me he llevado de mi asistencia a las tutorias presenciales el primer año que estuve matriculado en la UNED (las clases en sí no me sirvieron de mucho, la verdad). La muy pillina me puso a prueba antes de decirme que era homosexual. Sabía que era de derechas y votante del PP y se temía lo peor (estereotipos varios, si bien de eso tenemos todos). Sin embargo, hay muchas derechas. Y una de ellas es la liberal, que es con la que yo me identifico. Por lo tanto, ningún problema por mi parte en que cada cual haga de su vida lo que el cuerpo le pida (actos contra la integridad del prójimo al margen, se entiende).

Bueno, pero en España eso de la homosexualidad (e incluso la transexualidad) se lleva muy bien socialmente. A veces creo que los españoles nos echamos demasiadas piedras en nuestro tejado sobre si estamos atrasados comparados con otros países, pero especialmente en el tema sexualidad somos de lo más tolerante del mundo, y lo digo como alguien que ha vivido en varios países. Debería aclarar que a lo que me refería con relacionarme con más gente LGBTQ no es sólo tener amigos homosexuales, sino a moverme con grupos de derechos transexuales o la famosa insurgencia queer, ya que en EE.UU. (donde vivo) que lo tienen un poco más difícil.

En España se encuentran a muchos homosexuales conservadores, y aunque no esté de acuerdo con esa visión del mundo, creo que eso es una señal de progreso.
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De las "-a", "-o" y otros demonios. 26 May 2017 09:56 #39740

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Imanol escribió:
El machismo está tan interiorizado y extendido que no se pueden luchar todas las batallas de todo el mundo.
urrako escribió:
Hay muchas evidencias, cotidianas y no tan cotidianas, que muestran cómo el lenguaje bien sistemáticamente oculta el rol de la mujer en el desempeño de ciertas labores, bien se centran en aspectos negativos atribuidos al, supuesto, carácter femenino. Negar esta evidencia me parece estar ciego fruto de prejuicios o ignorancia.

Son, sin duda, afirmaciones extraordinarias. Espero que estéis preparados/as para respaldarlas con evidencia extraordinaria. Y no, no vale con la redundancia de decir que es «evidente». Lo que atiendo son argumentaciones respaldadas por abundantes datos empíricos y libres de errores lógicos, ya sean formales o informales. Recordad que un solo contraejemplo sirve para refutar la supuesta universalidad de un juicio, siendo totalmente inadmisible considerar solo aquella parte de la muestra que sirve de cara a probar mi postulado. Imanol, sé que tu afirmación se encuadra en un contexto que hace referencia a todo el mundo, por lo que espero que solo te sientas aludido/a si sostienes que lo mismo se da nuestro país.

Como he dicho en un post anterior, considero que el debate en torno a uno u otro fonema es insustancial, siendo únicamente un aspecto superficial de una problemática mucho mayor que no tiene que ver en realidad mucho con el lenguaje. A propósito de dicha problemática, estoy por negar la mayor. No, no creo que la mujer haya sido discriminada y sufrido a causa de su género a lo largo de la historia más de lo que lo ha sido el hombre promedio.

¿Cuántas mujeres pudieron morir en la batalla de Jena? ¿Y en la de Normandía? ¿Y en Iwo Jima? ¿Cuántas mujeres esclavizadas o encarceladas han remado hasta morir en galeras? ¿Cuántas mujeres esclavizadas han picado hasta morir en minas?

Se dice a menudo que la mujer ha estado siempre recluida en el hogar, limitada al cuidado de la casa y la cría de los niños, una opción de la que seguramente habría deseado poder gozar un español —o bávaro, francés, austríaco, etc— promedio en el curso de la guerra de los Treinta Años. Recordad que «la mujer ha sido históricamente reducida al ámbito doméstico» no es sino otra interpretación de «el hombre ha sido históricamente constreñido a soportar la carga del hogar». He usado numerosos ejemplos bélicos y podría aducirse que en el origen de dichos conflictos siempre se situaban hombres. Pero la historia, para bien o para mal, tiende a mostrar ejemplos para todo, y lo cierto es que, cuando se ha dado el caso de que llegasen al poder, las mujeres han demostrado no ser ni mejores ni peores que los hombres: sirvan como ejemplo Cristina de Suecia, Catalina II de Rusia o Isabel I de Inglaterra.

Lo digo ahora con más claridad: como hombre, pienso que mi género ha sido históricamente discriminado, siendo considerado un animal de trabajo a explotar o un instrumento bélico. No dejo de pensar por esto que las mujeres hayan sufrido en igual medida de distinto modo y sean víctimas aun a día de hoy de ciertas injusticias, pero estoy convencido de que la forma de ir hacia adelante no pasa ni por el histrionismo ni por la confrontación.

Un cordial saludo a todos
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De las "-a", "-o" y otros demonios. 26 May 2017 10:57 #39742

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Aún me sigo sorprendiendo de la visión tremendamente androcéntrica de muchas personas y realmente no sé por qué, si no la tuvierais, las cosas serían distintas y no estaríamos ni tratando estos temas, cosa de la que me alegraría.

Orígenes escribió:
Espero que estéis preparados/as para respaldarlas con evidencia extraordinaria. Y no, no vale con la redundancia de decir que es «evidente»

Si lo que quieres son datos, y estos, por cierto, actuales, y estos por cierto contrastados, y estos por cierto, contrastables, continúa leyendo:

Los diez datos que demuestran que las mujeres sufren discriminación laboral (Informe FEDEA 2016)
- En 2015 aproximadamente el 43% de las mujeres en el mercado de trabajo español habían terminado estudios universitarios frente a un 36% en el caso de los hombres.
- En España hay 1.642.000 mujeres menos que están trabajando que los hombres, según datos de la última Encuesta de Población Activa (EPA) elaborada por el INE. La tasa de actividad de ellas es 13 puntos porcentuales (un 53,9%) inferior a la de los hombres.
- La brecha entre el paro masculino y femenino está volviendo a crecer con la recuperación económica.
- El 57% de las trabajadoras está ocupada a tiempo parcial porque no ha logrado encontrar un trabajo a jornada completa, más del doble que los hombres que están en la misma tesitura.
- La diferencia entre la inserción laboral de los hombres y las mujeres llegó a rondar los 40 puntos para féminas con hijos, con independencia de la edad, a principios de los años 2000.
- Las mujeres dedican al día 2,5 horas más de media a las tareas del hogar (incluyendo el cuidado infantil) que los hombres y los hombres destinan una hora al día más al ocio y tiempo libre.
- Las mujeres cobran de media por hora un 20% menos que los hombres.
- En España el porcentaje de mujeres que tienen una formación mayor que el trabajo que desempeñan supera en tres o cuatro puntos al de los hombres.
- Desde principio de los noventa la proporción de mujeres con capacidad de gestión se mantiene estable en el entorno del 30%.
- Solo el 17% de las consejeras de las grandes empresas son mujeres. En la representación empresarial, solamente una de cada diez ejecutivos de máximo nivel son mujeres y solo el 3% son consejeras delegadas.

Además, y tratando de volver al tema que nos ocupa sobre el lenguaje inclusivo, también te voy a dar un ejemplo de la RAE, esta institución que solemos defender y atacar a partes iguales según nos interesa o no usarla:

Gobernante:
1. adj. Que gobierna. Partido gobernante. U. m. c. s.
2. m. coloq. Hombre que se mete a gobernar algo.

Gobernanta:
1. f. Mujer que en los grandes hoteles tiene a su cargo el servicio de un piso en lotocante a limpieza de habitaciones, conservación del mobiliario, alfombras y demásenseres.
2. f. Encargada de la administración de una casa o institución.

Esto es el lenguaje sexista, y este lenguaje construye la realidad, y esa realidad será sexista también porque yo como mujer y “gobernanta” me dedico a limpiar habitaciones y tu como hombre y “gobernante” te dedicas a gorbernar. Si exigir que “gobernanta” signifique mujer que gobierna y “gobernante” signifique hombre que gobierna obstruye la ECONOMÍA DEL LENGUAJE creo que es un mal menor que deberíamos aceptar.
El lenguaje lo hacemos las personas comunicándonos y no las instituciones, cuando ocurre al contrario caemos precisamente en una postura paternalista del Estado.
Si a día de hoy existen mujeres que gobiernan se las debe llamar gobernantas porque es lo que son, cambiando así la definición del concepto, y no al contrario, que para eso disponemos de las herramientas necesarias para hacerlo.

Saludos
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De las "-a", "-o" y otros demonios. 26 May 2017 12:19 #39745

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Hace tiempo que la filosofía renunció a proponer soluciones; ahora se limita a ayudar a plantear bien los problemas y los conflictos. Y como ése es el caso en este asunto, que los conflictos se plantean mal, tal vez un enfoque filosófico, por elevación, pueda ayudar a que la razón pública no naufrague en este asunto, camino al que parece encaminada de forma casi irremisible, como se ve en las posturas expuestas en este hilo.

El enfoque adecuado de esta cuestión del sexismo en la lengua creo que requiere percatarse, antes que nada, de que los discursos que se presentan en conflicto no responden a un mismo “género de discurso”, sino a géneros diferentes, lo que hace imposible, de raíz, un acuerdo y nos lleva a resignarnos a que estaremos indefinidamente condenados a la discrepancia (siguiendo la terminología de Lyotard). Los académicos se mueven en un discurso de orden descriptivo; los movimientos sociales feministas, en un discurso de orden normativo. Así, es imposible que ambos discursos lleguen a “encontrarse”; se intercambiarán voces y palabras, pero no será posible un diálogo fructífero.

Es cierto que los académicos parecen decirnos cómo tenemos que usar el lenguaje. Pero eso no puede engañarnos respecto a que sus prescripciones están basadas en las reglas de uso del idioma; y estas reglas ni están bien ni están mal, son las que hay. Hablamos bien si seguimos los usos lingüísticos, y hablamos mal si los infringimos, pero no podemos juzgar normativamente tales usos, sino solo las aplicaciones concretas de los mismos. Sin embargo los portavoces del feminismo lingüístico sí que nos quieren decir que esos usos están mal, y por ello quieren removerlos invocando unos valores superiores supralingüísticos; a saber: la igualdad de trato sin discriminación por razón de sexo.

Suelen cometer dos errores los académicos de la lengua al defender sus postulados. El primero de ellos es de orden dialógico: por un lado reclaman para sí la competencia para decidir en el asunto (invocando su cualidad de profesionales de la lengua, cualidad que niegan a la parte contraria), para, a continuación, apresurarse a hacer una manifestación de reconocimiento de una situación social de discriminación de la mujer. A partir de ahí, ya han echado a perder gran parte del debate. En efecto, si su competencia en la cuestión se basa exclusivamente en una competencia lingüística, ¿no están los académicos invadiendo los campos de otros profesionales (sociólogos, juristas, políticos) al hacer esas afirmaciones? ¿No están los académicos incurriendo en el mismo vicio que achacan a quienes ellos mismos critican, incumpliendo el viejo tópico de “zapatero a tus zapatos”? ¿Tienen alguna autoridad para predicar (en tanto académicos de la lengua, se entiende) sobre el problema de la discriminación de la mujer? Ciertamente no, o al menos no más que la que pueden tener sus criticados en el área de la lingüística. Y ese desliz, cometido con toda la buena fe del mundo, y sin duda atemorizados por el “estado de opinión” políticamente correcto que tan bien maneja el feminismo sociopolítico, arrastra el debate precisamente al nivel de éste, y deja en la “invisibilidad” (para utilizar en su contra la expresión preferida del feminismo en este asunto) la problemática estrictamente lingüística. Porque si realmente, como quieren los académicos, se trata de una cuestión técnica lingüística, ¿a qué viene hacer esta profesión de fe sobre la justicia social?

El segundo error, relacionado con el anterior, es pretender extraer de unas premisas sociopolíticas una conclusión lingüística. Acusan al feminismo de sacar de unas premisas verdaderas una conclusión falsa. Pero las premisas son todas de orden sociopolítico y la conclusión también lo es; no puede pretenderse, como hacen los académicos, que demos un salto y, desde unas premisas sociopolíticas extraigamos no una conclusión sociopolítica, sino lingüística.

Desde el punto de vista de la filosofía del lenguaje y de la argumentación, vemos que el debate, planteado en esos términos, no tiene recorrido alguno, y naufragará en un remolino de exabruptos, reproches e incluso (según el carácter irascible de algún interlocutor) insultos recíprocos. Utilizando la terminología de Wittgenstein, ambos bandos están jugando “juegos de lenguaje” diferentes. ¿Podríamos intentar un acercamiento? ¿Podríamos reproducir el debate, ahora dentro de un mismo juego de lenguaje? Personalmente lo veo difícil, casi imposible.

Para empezar, nos enfrentamos a un primer escollo, el de las relaciones semánticas que cada bando ve entre dos términos: sexo y género. Hace ya años que Lázaro Carreter en uno de sus “dardos en la palabra” denunció el uso de la palabra “género” con un significado ajeno a nuestra lengua e importado del inglés; se empezaba entonces a hablar de “violencia de género” o “discriminación de género” para designar la violencia o la discriminación “por razón de sexo”. Pues en castellano “género” tiene un sentido gramatical (masculino, femenino y neutro) mientras que “sexo” tiene un sentido biológico (varón y hembra). Propiciada por la creciente colonización del castellano por la lengua inglesa, se ha venido introduciendo una equiparación semántica de género y sexo que antes no existía; si bien, obviamente, el género gramatical era un trasunto del sexo biológico en la inmensa mayoría de sus aplicaciones, lo que ciertamente facilitaba el equívoco. Es curioso que un uso espurio de la equiparación de género y sexo en castellano haya acabado dando origen a la exigencia, por los mismos que introdujeron el equívoco, de un cambio de usos lingüísticos que si han acabado adquiriendo un contenido semántico discriminatorio ha sido principalmente debido a la generalización del equívoco introducido por ellos mismos.

El filósofo inglés del siglo XVII John Locke ya observó que en la realidad sólo existen individuos, pero que necesitábamos sustantivos que agrupasen a los individuos, pues si hubiera que utilizar una palabra propia para designar cualquier cosa individual (cada gato, cada mesa, cada árbol) la cantidad de palabras sería inmanejable. Locke, sin embargo, se limitaba ingenuamente a constatar que el nombre de esas agrupaciones de individuos se hace por la sociedad de forma difusa en el trato social continuo, sin darse cuenta de que también esa denominación de las cosas puede ser una poderosa herramienta de dominación social. Para empezar, la agrupación de individuos en un colectivo para recibir un mismo nombre, no es siempre natural; de hecho la extensión de esas denominaciones es frecuentemente variable: podemos hablar de “los indios” o podemos hablar de “los apaches”, “los comanches”, “los sioux”, etc. Y tanto la selección de los rasgos clasificatorios con fines semánticos como el nombre utilizado no siempre estarán exentos de orígenes y consecuencias valorativas: no es lo mismo hablar de “los catalanes” para referirse a los nacidos en el territorio de Cataluña que para referirse a los habitantes censados en el territorio de Cataluña; o no es lo mismo hablar de “mis empleados” que del “personal de mi empresa”, aunque los individuos agrupados sí sean exactamente los mismos.

Eso nos lleva a considerar que en la lengua no es sólo cuestión de entenderse, de saber perfectamente la “extensión” de los términos usados (el número de elementos que forman parte del conjunto que etiquetamos con el nombre), sino que también los nombres tienen una “intensión”, que puede indicar qué elementos queremos, en un futuro potencial, que se incluyan en el conjunto; incluso puede haber términos que etiqueten conjuntos vacíos, con la esperanza o la previsión de que pueda no ser tan vacío en el futuro.

Cuando hablamos no sólo trasladamos a nuestro interlocutor un contenido semántico extensional, no sólo informamos al otro de que nos referimos a tal conjunto exhaustivo de elementos que él sabrá identificar. También, en numerosísimas ocasiones, queremos despertar en él un sentimiento no puramente cognoscitivo, sino de carácter visceral y emocional. Si alguien dice: “eres un sudaca”, aunque entiendo perfectamente la extensión de la palabra “sudaca”, también sé que intenta menospreciar. Pero el problema es aún más complicado, pues bien puede suceder que el proferente de una frase tenga una intención que quede frustrada por inadvertencia del receptor o, viceversa, que alguien se ofenda sin que el que se dirigió a él lo hubiera pretendido en ningún momento. La comunicación es un proceso sutil y complejo: necesita un cierto grado de abstracción y economía de medios para poder ser operativo y cumplir sus fines; pero esa economía también conlleva siempre una pérdida de información o un riesgo de incomprensión mutua que deben ser evitados. De ahí que, como decía Locke, es el uso en sociedad el que va perfilando el idioma: aunque éste es de todos, nadie es su dueño. Pero la intrínseca naturaleza cambiante del propio idioma adaptándose a nuevas circunstancias y necesidades comunicativas no excluye, sino que más bien propicia, que siempre haya quien intenta manipular el lenguaje en su propio beneficio, si es que no lo intentamos hacer todos de una u otra forma y en la medida de las posibilidades de cada cual. Se trata de un juego político, de una pretensión de dominio de la polis mediante el dominio de la herramienta de deliberación, y los políticos profesionales son especialmente agudos en ese juego de deslizamientos semánticos al servicio de sus intereses.

Por eso el debate entre académicos y feministas (y hay que observar que yo mismo al usar estas denominaciones estoy haciendo valoraciones no neutrales) no tiene sentido. El académico alega que, según las normas vigentes (las prácticas actuales del idioma), el uso de sustantivos de género masculino de forma genérica, englobando tanto a varones como a hembras, es perfectamente correcto; y aún más: que es una técnica de economía lingüística conveniente para la mayor eficacia comunicativa de nuestro idioma y que, ordinariamente, no conlleva intención alguna de invisibilizar a los miembros femeninos del conjunto. Por tanto, no debería propugnarse la extensión de la práctica de referirse a un colectivo cuyos elementos son sexualmente diferentes mediante la mención expresa de ambos en los dos géneros gramaticales.

¿Hasta dónde debe llevarse esa práctica recomendada por los académicos? Porque es evidente que ciertas interlocutoras del sexo femenino pueden sentirse ofendidas, por entender que están siendo ninguneadas o invisibilizadas por ello. ¿Hasta qué punto debe quebrar una regla gramatical admitida y claramente eficiente por esa sensación de ofensa? Porque es evidente que no podemos estar continuamente mirando cómo usamos el idioma pensando en que se puede estar ofendiendo a un interlocutor excesivamente susceptible o tiquismiquis. Y la cosa puede ser aún peor: ¿deberíamos plegarnos a los deseos de alguien que pretende manipular los usos lingüísticos al servicio de su propio interés, sea éste de orden privado o, como será más frecuente, de carácter público o político?

En este nivel, por tanto, el asunto desborda de forma patente el ámbito gramatical y eso es lo que no parecen ver los académicos. Se trata de un campo de lucha política en el terreno de la lengua. Es evidente que los distintos organismos e instituciones (Comunidades Autónomas, Universidades, etc.) en cuyo seno se han elaborado los diferentes manuales de usos lingüísticos antisexistas no pueden tener, en ningún caso, por usar el masculino genérico en sus comunicados oficiales, intención ni de ofender ni de invisibilizar a nadie. Si alguien se ofende por ese uso lingüístico parece, por tanto, que sería su problema y no es razonable que esa autopretendida ofensa dé lugar a que aquellas instituciones tengan que redactar de forma tan rebuscada e ineficaz desde el punto de vista comunicativo como se pretende en las guías antisexistas.

El problema, vuelvo a repetir, es político; nadie se siente ofendido porque la Constitución diga que la Nación española es “patria común e indivisible de todos los españoles”, ni nadie en sus cabales piensa que, por eso, España es la patria sólo de los varones españoles, pero no de las mujeres, y la Constitución arroja a una mujer de Cáceres a la condición de apátrida. Por tanto, si queremos entender el problema, habrá que buscar qué interés real, social, político o económico, buscan los que propugnan la proliferación y aplicación de estas guías lingüísticas presuntamente antisexistas.

Para ello creo que resulta esclarecedor acudir a la idea acuñada por Tzvetan Todorov de “estatuto de víctima”. La víctima, si es aceptada como tal víctima, tiene reconocido en nuestra sociedad un estatuto privilegiado debido al sentimiento de culpa del resto de la sociedad; ese sentimiento es comprensible y posiblemente justificado en la reparación que la víctima merece en justicia por el daño sufrido. Pero la cosa se empieza a hacer opaca cuando el estatuto de víctima no es reclamado por quien realmente ha sufrido la ofensa del verdugo, sino por alguien que no habiendo sido nunca víctima, pertenece a una colectividad mayoritaria o ampliamente compuesta por víctimas. Es la posición social ideal: disfrutar de todos los beneficios de la víctima sin serlo ni haberlo sido nunca.

Pero una víctima real puede identificar a su verdugo e identificar la ofensa y el daño: fue Fulano o Mengano el que me hizo tal o cual agravio. Sería el caso de la mujer que puede decir con motivo suficiente para ello: con tal o cual frase tal o cual persona me invisibilizó como mujer, me vejó por razón de mi condición sexual. Claro que la cosa cambia cuando la persona que quiere disfrutar de los beneficios de la condición de víctima, no lo ha sido nunca (o no más que cualquier persona de condición diferente en un mundo y un trato social donde siempre caben y abundan las relaciones de dominio y vejación por cuestiones de la más diversa índole). Entonces la sedicente víctima necesita un verdugo para hacer visible su condición de tal; y como ese verdugo no existe como individuo concreto, como referencia física en el mundo, aquélla acude a generalizar el estatuto de verdugo, a buscar un verdugo genérico, colectivo. Y para eso necesita crearlo, para hacerlo “visualizable” lingüísticamente, ya que no puede visualizarlo por ostensión, señalando: “aquél me vejó, ése de ahí fue mi verdugo”.


La posición que han adoptado las que vengo llamando feministas del lenguaje es ciertamente, un ejemplo de ese estatuto de víctima reclamado por quien nunca lo ha sido. Toda la sociedad se ha convertido en su verdugo sencillamente porque cuando uno se dirige a un grupo para que se acerque dice “venid todos” (y omite decir también “todas”). Y el círculo perfecto se cierra cuando si, reprendido por la feminista lingüística, el proferente protesta: “lo digo porque es una práctica lingüística; no he querido excluir a las mujeres”, se le responde: “claro es que eres un verdugo inconsciente; tienes tan metida en la cabeza tu condición de verdugo que ni te das cuenta de que me estás ofendiendo a mí, la víctima”. En esa trampa han caído los académicos y por eso incurren en el error que destaqué al principio: se apresuran a ponerse la venda antes que la herida haciendo un reconocimiento (que no les compete en absoluto) de la situación de víctima oprimida que tiene la mujer en la sociedad; pero al hacerlo así ya no pueden escapar de la red en que han sido atrapados. Evidentemente no se puede discutir que hay muchas mujeres que son víctimas; pero no todas. Y la diferencia es clara: que estas víctimas reales pueden señalar a su verdugo sin necesidad de buscar un verdugo genérico en la sociedad, en un uso idomático, cosa que sí tienen que buscar quienes, sin ser ni haber sido nunca víctimas, quieren gozar de dicho estatuto porque les confiere ciertas ventajas competitivas de orden social, político o económico. Es decir, en su propio provecho.

(Este texto es reproducción casi exacta de una entrada en mi blog personal de hace más de cinco años; la cosa no ha cambiado mucho desde entonces, así que sigue siendo válido, creo, el contenido.)
Bin ich doch kein Philosophieprofessor, der nöthig hätte, vor dem Unverstande des andern Bücklinge zu machen.
No soy un profesor de Filosofía, que tenga que hacer reverencias ante la necedad de otro (Schopenhauer).


Jesús M. Morote
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Última Edición: 26 May 2017 12:28 por Nolano.
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De las "-a", "-o" y otros demonios. 26 May 2017 14:59 #39749

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¡Cuánto tiempo Nolano! :cheer: ;)

Espero y deseo que estés bien. B)

Tu respuesta ya está guardada en un archivo de Word. Creo que se puede estudiar para un examen. En tanto que recurre a ideas de pensadores de prestigio, supongo que está muy bien fundamentada, filosóficamente hablando.

Gracias y saludos :)
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