Algo más sobre viajes, sobre autodeterminación, en este caso ontológica. No sé si viene al caso, pero leerte, Zolaris, siempre me trae cosas a la cabeza, eres aire fresco, inspirador.
En este supuesto no viaja un cuerpo, viaja una conciencia y es un relato acerca no de esta conciencia sino del viaje mismo tras la verdad filosófica.
Hay un escenario ontológico plagado de recursos y una asunción a la primera de la realidad escenificada, pero hay fracaso y lo asumimos, es el fracaso en la determinación de la identidad que experimenta ese sujeto dentro de esta escena. Nosotros, lectores, también lo sufrimos, por asumir sus compromisos ontológicos.
Es igual, puede haber una renovación y nos lanzamos con entusiasmo a por ella. Se recompone el sujeto, nos recomponemos con él, se levanta un nuevo decorado y nos subimos al escenario con nuevos recursos ontológicos, esté sujeto y nosotros, los lectores, con él, pero acontece nuevamente el revés del fracaso.
El viaje está resultando la carrera de los autos locos, de escenario ontológico en escenario ontológico en pos del Absoluto, (ya se va revelando al tejedor sistemático de este engaño ¿no?): certeza, lucha por el reconocimiento, la dialéctica del señor y el siervo… (Sí, ya se nos dibuja el urdidor de la trama), ficciones de organización del mundo que no alcanzan a satisfacer el deseo del sujeto en su querer descubrirse como sustancia.
Más escenarios destruidos y recompuestos en estructuras más complejas formadas con lo que llevó a la anterior a su disolución, ¿o negación? Descubierta la premisa falsa, emerge otra verdadera, ¡vamos! No desfallece el sujeto porque cada engaño nos apertura una verdad más amplia. ¿Cae? Sí, pero no se desmorona, “on lâche rien”, porque está armado hasta los dientes de “esperanza metafísica”.
En esta obra, el guion cuenta con el mejor director. El señuelo metafísico deja en los rincones oscuros las angustias existenciales y psicológicas y se cambian los escenarios con habilidad para que el sujeto y también sus lectores, sufran cada transición y la sobrevivan. Cabe entonces gritar a la existencia a lo Kierkegaard “¿Dónde está el director? Me gustaría decirle un par de cosas”.
Vale, esto no es una película, no se proyectan en ninguna sala. Es un encuentro, una cita con Judith Butler leyendo la Fenomenología del espíritu de Hegel. Una mirada queer al optimismo hegeliano