-
Corot
-
-
DESCONECTADO
-
Socrático
-
- Mensajes: 81
- Gracias recibidas 228
-
-
|
Hola lectores!
Por fin me puedo sentar un poco a comentar mi segunda experiencia con Sábato. Lamento la espera.
Los comentarios que habéis hecho los subscribo en general, y de hecho diría que no haré otra cosa que repetir lo ya dicho, aunque en este momento voy a quitarme de encima lo que llevo un par de díás rumiando y luego, tras un nuevo repaso de los mensajes, quisiera responder a la mayoría, aunque ahora no recuerde ni de quiénes ni por qué. Esta memoria...
Abro spoiler, no vaya a ser que me haga nuevos enemigos merecidamente.
Hay dos cosas que desde el principio me han vuelto a llamar la atención en la novela y que empañan, por así decir, la forma en que la he leído por segunda vez. Por lo demás, decir que quizá la edad y un año en filosofía hayan ayudado a sacarle más jugo que la primera vez. Disculpad si me alargo, pero Sábato se lo merece.
La primera cosa que me llamó la atención es que Castel es un pintor de reconocido prestigio, y eso nos sitúa doblemente ante un dilema. El hecho de que sea un artista plantea al protagonista en una esfera muy extraña, y que lo sea socialmente, es decir, respetado y estimado socialmente, con prestigio y reconocimiento asentados, no hace más que aumentar esa extrañeza. La personalidad del artista está dotada de una capacidad superior para ver lo que los demás no ven, para que algo de la realidad sea arrancado del olvido, para mostrar lo que sólo un espíritu despojado puede alcanzar, cuestión todavía más exagerada cuando, más allá de los críticos y el mundo del arte, Castel se queja de que ninguno de los que le rodea "ve suficientemente" a través de su obra, aún cuando deben ver mucho puesto que los halagos son unánimes. Que esto sea una bravuconada del artista sería una opción razonable si Castel no tuviera el favor del público y los especialistas. Pero Castel tiene todo eso y aún así no le basta. Este ánimo fuerza la lectura a un nivel de seriedad del que carecería si, digámoslo así, se tratara de una persona corriente, un no-artista, a la que habría que tildar, con toda razón, de loco sin interés. En algún sentido, Castel abandera la solemne honestidad del artista libre que no se vende a nada ni nadie, que no negocia ni su alma ni su obra, que es puro y salvaje, y éstas son las virtudes que nuestro tiempo ha decidido son propias de un artista verdadero y sello de autenticidad de su identidad. Decía al principio que esto nos situaba doblemente ante un dilema porque el propio Sábato dio un espaldarazo a la razón científica y cientifista, y no cesó desde entonces de insistir en la importancia y urgencia de restituir la presencia de las divinidades de la noche, de volver a incluir lo que está más allá de la razón en la vida, y él mismo viró hacia la literatura y la pintura con gran convencimiento, por lo que debe haber mucho de las reflexiones de Sabato a este respecto, no en el propio Castel, sino en la novela.
La segunda es que Castel, en uno de los primeros párrafos (no recuerdo la parte), dice algo así como que "sólo puede odiarse lo que se conoce". Leonardo Da Vinci aseguró quinientos años atrás justo lo contrario, "que sólo puede amarse lo que se conoce", de modo que Castel se encuentra en la misma posición que un artista histórico de renombre, comparte estatus con todos ellos, merece igual consideración, pero significando justamente la otra cara de la moneda, como muchos de los artistas malditos que pueblan la pintura moderna. O, si se prefiere, mirando, gracias al artificio de la novela, desde el otro lado del espejo. Es un asunto viejo el parentesco entre la locura y la creación artística, como si ambas fueran camino y término a la vez de la otra, debiendo atravesar la locura para crear arte verdadero y verificando que todo arte verdadero contiene el peligro de la locura. Es el reverso de una misma realidad y muestra que el amor y la muerte son divinidades que siempre han danzado de la mano. Eros y Tánatos, amigos inseparables.
La maldición del artista, de ese artista de la modernidad, heredero del romanticismo y el malditismo, es el contrato que firma el autor para crear algo valioso, comprometiéndose a soportar una tormenta interior de descomunales proprociones como pago por transmitir la verdad que no puede ser explicada mediante la palabra. Lo innominable es territorio de los poetas, no de los filósofos. Pero Castel, como estereotipo de la modernidad, no puede tolerar esta separación y se empeña desesperadamente en atrapar racionalmente el misterio de la vida, ejemplificado en María, y acaba destruyéndolo, o sea, matándola, de pura racionalidad. No es casualidad que María sea una mujer ni que Castel sea un artista.
"La poesía sólo puede ser comentada con poesía", que decíá el filósofo, y Castel la comenta con un discurso interior tan neurótico como mezquino. Es más, exclusivamente con un discurso, como si la palabra eclipsara cualquier otra forma de verdad. En este punto habría que preguntarse si Castel es un loco que se pone a pensar, o es un pensador que enloquece, o es un artista que no tiene suficiente espíritu para sostenerle la mirada a Dionisos, y sucumbe en la locura aferrado a su inútil navio. No creo que sea fácil dar con una respuesta satisfactoria pero, en cualquier caso, si Castel es un pintor y él mismo nos narra la historia del asesinato, lo que está haciendo es pintarnos un cuadro con palabras, de modo que todas las dudas que acumulamos al leerla son las mismas que albergaríamos cuando nos colocamos frente a un cuadro. Quiero decir, frente a un buen cuadro, no uno malo, porque Sabato era un escritor como la copa de un pino y podía escribir semejante cuadro o pintar semejante novela. Qué quieren decir todos esos gestos y miradas, es algo que queda deliberadamente abierto, y la grandeza de Sábato es que es capaz de provocar con ello una multiplicación de significados distintos entre sí. Esta rica ambiguedad es fascinante y sólo la alcanzan los más grandes.
Ahora mismo se me viene a la memoria una disgresión que parece un añadido gratuito, un par de figuras que aparentemente no tienen nada que ver con el resto del lienzo. Me refiero a la escena en que Hunter y Mimi mantienen una conversación intrascendente sobre trivialidades cultísimas. Esta parte la he leído con deleite y me parece que está narrada magistralmente, una redonda representación caricaturesca y verdadera de la sociedad según la mirada de Castel para el que resulta un espectáculo repugnante y carente del menor valor. Visto así, Castel es el que se aisla, el que se mete en el túnel, y se convierte en su propio verdugo al no ser capaz de soportar la vida que él mismo ha elegido. Está enfermo trascendencia.
Luego está el ciego, que sería aquel al que Castel no puede engañar puesto que carece del sentido del que se sirve el pintor para disimular su sociopatía y situarse en una posición superior que le redime de cualquier esfuerzo para relacionarse con sus semejantes y justificar su separación. Por eso le llama "insensato", porque se da cuenta de que habita en la pura locura, que es el aislamiento a que se somete, sin que medien más que un par de palabras. Cualquier otro hubiera preguntado ante un hecho tan fuera de razón, se hubiera cerciorado de que aquella aberración es cierta y no un malentendido, no lo hubiera visto tan rápido y tan claro.
A propósito de la locura y el túnel, diré que me mantengo en mi desacuerdo del título con Sábato. No es que quiera enmendarle la plana al maestro, ni mucho menos, pero no puedo evitar verlo así. El caso es que un túnel es un caño que une dos lugares y tiene, por tanto, dos aperturas. El mismo Castel lo explica muy bien: la entrada es el nacimiento y la salida es la muerte y entre ambos momentos la vida se consume arrastrándose miserablemente de un extremo a otro. Creo que ese fue el sentido que le dio Sábato. Empero, yo me resisto a verlo así. Aunque sea parcialmente, pero no entiendo que el hecho de nacer sea ya la entrada en un Túnel y la muerte la salida, y que Sabato lo viera realmente de tal manera. A mi me parece que Castel eligió, o fue conducido, o no le quedó más remedio, que adentrarse en su túnel, y da varias muestras de querer permanecer en él, de abrazar su soledad. En su empeño, sólo tiene la salida de la muerte y retrata su propia vida, en este sentido, a diferencia de los otros personajes, a los que envidia porque viven en la libertad de poder relacionarse con los demás, de poder "salir de sí mismo" y descansar la pesada carga de la existencia. Es un punto de vista iluso, sin duda, pero no creo que la muerte sea una salida válida, o no al menos en este caso, como lo sería la luz al final del túnel, como salir de un embudo, la liberación tras una presión en aumento progresivo. Veo a Castel más bien como una lombriz, una criatura del subsuelo que cava su propia tumba, que perfora la tierra con tesón, cada vez más hondo, en una huida desesperada y frenética. A veces da muestra de autoconsciencia, pero jamás enmendamiento. El camino de su locura no hace más que aumentar y no asoma en ningún momento la esperanza de que pueda escapar a su descenso. Por eso, decía que me parece más oportuna la idea de una gruta o una cueva sin salida, una oquedad profunda y tenebrosa donde habitan el miedo y la sin razón, de modo que el final de la novela termina con una declaración fúnebre: "Y los muros de este infierno serán, así, cada día más herméticos". Castel se refiere no sólo a los muros de su celda, sino a los muros de su propia alma condenada por sí mismo. Un final así no puede ser la salida de un túnel. Más bien es el fondo de una cueva, el firme de una zanja en espera del féretro.
Por otra parte, hay muchos aspectos de la novela que dan que pensar y que pueden acompañar durante varios díás. Termino este comentario con dos de ellos que son en realidad uno.
En contraste con Castel, María, a parte de la carga simbólica de ser mujer, lo que recuerda que la feminidad ha sido símbolo de las fuerzas misteriosas que gobiernan a los humanos, las fuerzas que se encuentran más allá de la razón, es un personaje puramente ambiguo. A menudo, le repite a Castel que su insistencia en las explicaciones es una inutilidad cuando sobrepasa sus propios límites, un absurdo gracioso en un primer momento. Castel se niega a aceptar que la vida es de por sí misteriosa y que precisamente por eso es una maravilla, y que asombrarse es propio de lo que má profundamente nos hace humanos. Todos estudiamos filosofía, sabemos lo importante que es el pensamiento y la lógica, pero ninguno nos podríamos reconocer en Castel salvo en una degradación absoluta, porque Castel carece del asombro ante la vida, de lo rara y extraña y hermosísima que es la vida, o que puede llegar a ser. Aunque, y quizás sea bueno pensarlo, que la vida sea todo eso significa que también es lo contrario. Castel no puede soportarlo. La vida es demasiado para él. María, en cambio, parece entenderlo de una forma natural, no racional.
Y esto me lleva a lo segundo. Que no pueda soportarlo es algo propio de los artistas. Muchos de ellos, si no todos los artistas, y me refiero a los verdaderos artistas, libran en su interior un combate con la muerte, y las chispas de esos enfrentamientos son las obras de arte, los cuales suelen concluir con la muerte del artista por autodestrucción voluntariosa. Decía Robert Hughes que uno de los más grandes artistas de todos los tiempos es Goya porque era capaz de mirar directamente a los ojos de la bestia y mantenerle la mirada. Éste "mantenerle la mirada" tiene su miga. Sábato pintó mucho, y muy bien, a parte de escribir, y conocía esa mirada, la que todos nosotros conocemos, la que hemos dejado escapar hacia lo profundo del abismo y, sin saberlo, nos la ha devuelto con el rostro de la medusa. Antes de petrificarnos nos apartamos y seguimos viviendo, algo más sabios todos, algo más humanos unos cuantos. Pero apartarse, protegerse, no les está permitido a los artistas, si quieren ser artistas verdaderos, y Sabato debió experimentarlo con tal profundidad que sin dudar se movió desde el polo cientifista al polo artístico sin perder jamá ni la serenidad ni la lucidez que siempre le adornaron, como muestra que fuera políticamente tan moderado, tan civilizado, tan actual, en un momento en que ni Borges lo fue. Yo diría que Sábato se daba cuenta de que la locura nunca es un lugar marginal de la vida, que lo normal no es la cordura. Vio con claridad que no se trata de caer accidentalmente, como si uno desembocara en la locura como el que pisa un charco. Creo que Sábato alertaba sobre los peligros de hacer demasiado caso a los cantos de sirena de los polos que visitó, de no saber escuchar más que con un discurso, de totalizar, de negar alguno de los polos en que se movió y dirigieron su vida, y ambos polos se sintetizan y se superponen en Castel, ese pensador demente y ese un artista psicópata reunidos en una misma personalidad que en ningún momento pierde la capacidad de elaborar un discurso ni de hacer arte que conmueva.
La locura no es un lugar marginal. La locura es todo cuanto nos rodea, el caos, el sin sentido, el vacío, y solamente se puede uno proteger del abismo si encuentra el estrecho sendero de la humanidad, un frágil camino comprimido por las oscuridades y los mosntruos amontonados brutalmente unas contra otros, abriendo entre sus vastos pliegues alguna oquedad por donde discurre un camino sinuoso que no se sabe muy bien cómo ha llegado a ser, pero del que es muy fácil salirse para perderse en la oscuridad y correr el riesgo de no volver a encontrarlo. Por eso, un mendigo conmueve a cualquier persona cuerda: podríamos ser cualquiera de nosotros y es, de hecho, un milagro que no lo seamos.
Igualmente, Castel podríamos ser cualquiera. Éso es lo que hace falta saber para no ser Castel.
Veréis que he tomado comentarios de varios, como de Alma o Bolindre, aunque no os he nombrado por no hacer pesado el texto y no pasarme dos horas repasando el foro para hacer justicia. Con todo, disculpad el atrevimiento.
|