Con ocasión del fallecimiento de John le Carré (que me ha entristecido, aunque por su edad era de esperar), no puedo sino recordar, y recomendar, sus obras. En mi opinión donde mejor se movía era en el marco de la guerra fría (dejé a la mitad "El jardinero fiel"), y recuerdo novelas que me apasionaron como "Un espía perfecto" (de la cual la BBC hizo una serie modélica), "El peregrino secreto" (un espía retirado que con ocasión de una reunión de colegas rememora viejos tiempos), y en general las novelas protagonizadas por Smiley, en especial "El topo", adaptada brillantemente al cine por Alfredson. Yo, que odio a James Bond, por sus fantasmadas, tramas inverosímiles, señoras estupendas, villanos de cartón piedra y en general las espectaculares banalidades del personaje de Ian Fleming, no puedo sino sentir ternura por Smiley, el hombre gris, tímido, cornudo, que cuando se siente confundido se dedica a limpiarse las gafas con la punta de la corbata, un personaje entrañable que, sin embargo, está dispuesto a mentir y engañar cuando es necesario (Alec Guinness, con su aspecto de viejo profesor despistado y sus cándidos ojos azules, fue el Smiley ideal) . Y con él, sus compañeros del Circus: Control, Haydon, Guillam, Connie Sachs, Allelline, Esterhase... y su archienemigo Karla. David Cornwell creó un mundo único, tan lóbrego como apasionante, asfixiante y emocionante, pero sobre todo dulcemente triste. Sabía de lo que hablaba. El se miró durante años en "El espejo de los espías". Descanse en paz.