El extranjero:
Meursault es sincero (con los demás y consigo mismo), no miente o -si excepcionalmente lo hace- es para complacer a otros. No conocemos su nombre de pila, ello le da un toque de irrealidad pero, a la vez, podría ser cualquiera de nosotros, en nuestro fuero (más) interno. No muestra sentimientos -o muy escasos- con los demás, tampoco hacia sí mismo. Esta desnudez afectiva permite al personaje vivir ajeno a las convenciones (también las morales) y costumbres. Se deja llevar por el momento, no hace planes a largo plazo, no ambiciona. Siente deseos por personas o cosas concretas (María, un baño, una comida,..). Vive sensorialmente, no reflexiona casi (en la primera parte), muestra una cierta ingenuidad (originaria, primigenia) que casa bien con su sinceridad. Aunque aparentemente indiferente a los afectos, se muestra amigable con sus vecinos y demás relaciones. Se deja llevar por éstas, no suele imponer sus preferencias. Más bien desea el bien ajeno. Tampoco le frena el miedo, no teme acercarse al moro al ir a la fuente (lo que sigue es como un reflejo automático, sin reflexión). Las conversaciones teóricas o especulativas (los jueces, abogados,..) le aburren e incomodan. No piensa en las consecuencias de sus actitudes y acciones o bien le son indiferentes. Su personalidad presenta rasgos de
alexitimia ("se refiere a un estilo cognitivo caracterizado por inhabilidad para verbalizar sentimientos y discriminarlos, por el cual el sujeto presenta una tendencia a la acción frente a situaciones conflictivas". Wikipedia). La manera de ser de Meursault permite a Camus ir a lo esencial, a resaltar lo que queda tras desnudar a la realidad de nuestra existencia de lo convencional, de lo más artificial. Y lo que queda es la vida:
“(…)me desperté con las estrellas sobre el rostro: los ruidos del campo subían hacia mí. Olores a noche, a tierra y a sal me refrescaban las sienes. La maravillosa paz de este verano adormecido penetraba en mí como una marea (…) vaciado de esperanza, delante de esta noche cargada de presagios y estrellas, me abría por primera vez a la tierna indiferencia del mundo. Al encontrarlo tan semejante a mí, tan fraternal, en fin, comprendía que había sido feliz y que lo era todavía.”
La vida es moralmente indiferente, como Meursault. Las cosas suceden, sobre la mayoría de ellas nuestro control es muy limitado o inexistente. La felicidad se asimila como algo implícito al gozo de vivir, de experimentar sensorialmente, de percibir, de experimentar vivencias.