Me pasó un caso similar al tuyo, Marcoaurelio. Hubo la oportunidad, no hace mucho, de quedar con los compañeros que hicimos nuestro COU. Salvo siete que no se presentaron a la convocatoria, empezamos a aparecer en la cita, como surgidos de un espacio-tiempo extraordinario, y por muy extraño que pareciese, nos íbamos reconociendo. Ni en sueños hubiera imaginado reencontrarme tantos años después a gente que, de verdad, llegué a querer como si fueran mi propia familia. Lo curioso es que después de aquel bendito reencuentro no volvimos a retomar más. Seguramente nos dimos cuenta de que ese regalo que la vida nos dio, era simplemente eso, un regalo. Cada quién volvió a sus quehaceres y su vida.
No sé si la experiencia con el abuelito y la abuelita van mucho más allá. Ni sé ni quiero experimentar.
Creo que en el mundo de las drogas hay dos clases de personas. Las que utilizan esas sustancias para crecer, y las que las utilizan, y sin querer, se destruyen. El último caso, el amigo íntimo de mi hijo, esquizofrenia paranoide por, supuestamente, consumo de drogas. Yo siempre me consideré de las segundas, por eso ni loca intenté probar. Y me felicito. Y felicito a los que sí las han probado y su experiencia ha sido brutal como experiencia de vida. Prefiero seguir en mi chiringuito, dejarme a mí misma en paz. Aunque sé que me iré de este mundo sin experimentar la maravilla de lo que los abuelitos han sabido experimentar para su riqueza interior. Me conformaré con la birrita madrileña y la tapa. Rica, rica.