Estoy aprendiendo mucho en estos últimos días. Mi gata Luna tiene unos niveles de azúcar en sangre de más de 500mg/dl, cuando lo normal es entre 99 y 100. Estamos inyectándole insulina mañana y noche, no reacciona, apenas come, apenas bebe, pero nunca se queja. Está ahí, en su camita, cada vez más delgada, pero esos ojos que a veces te abre, nada lo puede sustituir. No te mira con ojos suplicantes, tristes o doloridos, los gatos no demuestran nunca su malestar o su dolor, solo te mira, cuando no está demasiado cansada, y tiene unos ojos preciosos. Le estamos dejando su tiempo de despedida. El veterinario nos dice que puede salir, pero son ya 16 años, es muy mayor, y nos resistimos a tirar la toalla. Menuda lección de vida nos está dando. La pena está ahí, la nuestra. La de ella no existe, ella simplemente vive. A veces se esconde, como un "déjame tranquila, si me muero bien, si aún no me apetece, también bien". Y por supuesto, la respetamos.
No soy de hacer funerales a los animales que han convivido conmigo. Soy pragmática. Cada uno se irá cuando se tenga que ir. He despedido a un perro y a dos gatos, y de todos ellos tengo un muy buen recuerdo. Ahora se acerca la despedida de Luna. No hay lágrimas, sí mucho, infinito cariño.
Esta vez no sé que canción poner. Siento si se desprende cierta tristeza, lucho contra ella.