Los que me conocéis un poco sabréis que no le presto mucha atención a la libertad y a la libertad de expresión. Para mí, cuando esos conceptos son utilizados como una idea platónica o como un universal no tienen sentido, por lo que en general paso de esas discusiones. Para mí, la libertad de expresión se define en un contexto, en una interpretación de la situación y, por supuesto, dentro de una relación de poder. Si yo discuto sobre libertad de expresión con Tyson Fury, por muy potentes que sean mis argumentos, seguramente llegaremos a la conclusión de que libertad de expresión es que él se puede cagar en mi puta madre, pero yo no en la suya.
Mi problema con el rapero no es el rapero, que me la pela, es el contexto en el que ocurre. Por eso hablé antes de la campaña electoral catalana: porque en el espacio de un par de días se ha visto con quién te puedes meter y con quién no. A mí me gustaría vivir en un país en el que no te pudieras meter con nadie, pero desgraciadamente, aquí te puedes meter abiertamente y de manera macarra con cualquier minoría de un barrio trabajador -de esos que tampoco salen a quemar contenedores y que trabajan como los que más. Sobre esa gente te puedes inventar datos, contar mentiras, llamarles estiércol, decir que no estamos en un zoo y no pasa nada. Lo puedes hacer en debates en la televisión pública, en cuentas oficiales de Twitter, en mítines… No hay problema. En cambio, si te metes con otra gente, de forma lamentable y asquerosa, no lo niego (no conocía la mayoría de tweets, letras y comentarios del Hasel porque, repito, prefiero no mirar las noticias), eso tiene las consecuencias merecidas. Es esa interpretación asimétrica de la libertad de expresión lo que a algunos nos parece inaceptable. Porque, al final, las consecuencias de las letras del tío este no sé si han tenido algún tipo de repercusión: no sé si a alguna de esas personas a las que insulta en sus letras les ha pasado algo. Puede ser que haya ocurrido, pero no lo sé. En cambio, el macarrismo hacia chinos, árabes, magrebíes, negros, rumanos y demás gente que no se mete con nadie estoy seguro de que las tiene: en medio de la campaña electoral catalana, en Catalunya le dieron una paliza a un chino y le destrozaron la tienda, otra a un senegalés sin venir a cuento (esto obviamente infrarreportado en los medios). No es una coña, eso ocurre y ocurre frecuentemente. A mí me pasó que, echando un cigarro en la puerta de un bar en UK, se acercó un borracho y nos dijo a mí a un colega alemán (con el que estaba hablando en perfecto inglés), “time to go home”, que es el lema que Farage y su sequito de parásitos xenófobos utilizan hacia los inmigrantes. Claro, como era un borracho cualquiera lo mandamos a la mierda de malas maneras, pero si son cuatro skinheads te callas la boca y rezas para que te dejen en paz. Pero de todo esto ni se discute, no hay sentencias contra los que se dedican a sembrar este tipo de mierda, abres Twitter y Facebook y todo es “el rapero, el rapero, el rapero”.
Y luego, yo tampoco banalizaría la violencia gratuita y sin sentido, como si solo fuera fruto de mercenarios, vagos y maleantes. España es un país jodido, muy jodido. No es fácil tener 30 años, carrera, master, cumplir las normas, las leyes y los deberes civilizatorios, y estar como estabas a los 17. Así estaría yo de haberme quedado en España, y así están la mayoría de amigos míos. Mis últimos trabajos en España fueron: ser explotado por compañías de seguros (190 euros cobré en mi ultimo mes, como "autónomo"), ser insultado a diario por ofrecer seguros a puerta fría, y varios contratos temporales en Primark y Decathlon. Mis amigos: un trabajo temporal por aquí, una chapuza por allá, repartiendo comida, cualquier cosa a tiempo parcial, una en un sex shop, el mejor colocado de dependiente de la Fnac… Ni hablemos de propiedades o cosas por el estilo. Una buena bici mejor que un mal coche. Cuando se produce una desconexión entre las expectativas de vida (híper promocionadas por la ideología dominante) y las posibilidades materiales de vida, a veces, se dan explosiones irracionales de violencia que solo necesitaban una mecha como la del rapero (y la pandemia) para encenderse. Esto es una constante en Europa en el siglo XXI, no es un fenómeno nuevo: los coches quemados de Paris, los disturbios de Londres, los chalecos amarillos… No voy a santificar a los que se manifiestan, ni mucho menos, pero tampoco se deben reducir las cosas a la vagancia o al gamberrismo. Cuando falta vocabulario para entender y expresar la frustración, la frustración se exhibe de cualquier otra forma.
Un saludo