Corot: El entorno islámico como ejemplo paradigmático de lugar donde se encuentra el discurso de odio institucionalizado es aceptable, pero sugerir que, más allá del parentesco de ciertos mecanismos subyacentes, hay movimientos semejantes al ISIS en Occidente me parece demasiado venturoso.
La cuestión gravita sobre otro aspecto más tenebroso y atañe a la abismal complejidad de estos asuntos que, como una red hipersensible, a poco que se altere un nódulo otros muchos se ven afectados. Por ejemplo, ante una situación clara y evidente, como que la inmigración necesita ser gestionada adecuadamente para no alterar más allá de lo permisible el precario equilibrio de un país o que la superación del machismo es una frontera que aún no se ha alcanzado, se sigue una graduación propagandística que simplifica paulatinamente tanto el diagnóstico como la solución. El límite lo marca el eco electoralista. No es difícil percatarse de que a menudo los colectivos que se enorgullecen de defender los derechos humanos en Occidente son los mismos que exigen el respeto por las idiosincrasias de la cultura islamica en estos mismos asuntos, al tiempo que otros grupos proclaman la amenaza que se cierne sobre la larga historia propia mientras admiten en sus filas la infamia personificada. No creo que sea lícito ponderar entre ambas situaciones porque son falaces igualmente y conducen hacia lo que dicen abjurar. Eso sí, al compás de una bandera.
Por otra parte, no diría yo tanto como que el odio se enseña, más bien parece una predisposición humana junto con otras. Lo mismo cabría decir sobre los colectivos a los que te refieres, los cuales se alimentan del gregarismo connatural. En todo caso, el odio y la barbarie han sido las constantes del ser humano y no hace falta más que asomarse a la historia para que a uno se le hiele la sangre. Lo verdaderamente milagroso, lo que es una auténtica excepción, es haber conseguido algún momento en la historia en que la vida ajena tuviera algún valor, y esto siempre ha sido consecuencia de una conjunción de factores en los que el uso de la razón ha sido vital. Añadamos que jamás se ha dado de otra forma que imperfecta en sumo. Llamativo es que tanto el discurso buenista como el de odio renieguen precisamente de aquello que ha permitido que florezca lo mejor de la sociedad humana sin que les quepa rubor alguno cuando manifiestan abiertamente la conveniencia de su sanción, como si fuera una herencia pestilente. (Aquí habría que matizar cuáles son los discursos de odio en Occidente y en qué grado se manifiestan, tarea ingrata y harto complicada).
De ahí se siguen cosmovisiones un tanto descompensadas y que no coinciden con la realidad. Pero eso no es un problema. La realidad hoy más que nunca se encuentra secuestrada por los media y sancionada por la repetición. Y ahí apenas pueden rastrearse las fisuras.
No era mi intención sugerir que haya movimientos semejantes al ISIS en Occidente, mi pretensión al traerlos es mostrar como su violencia, del todo incomprensible para nuestra racionalidad, está fundamentada en discursos de odio y generan violencia radical, pero tan irracional como un tiro en la nuca o una bomba en una clínica abortista. La mayor parte de sus atentados son contra musulmanes por su contaminación por la “ideología occidental”. Nadie nace odiando a occidente. Se dan circunstancias propicias: guerra, hambre, dolor…, se identifica al enemigo y se trabaja el odio con una finalidad muy clara de poder y dominación, basándose en ideas de homogeneización, reducción y exclusión. Si consideras que el odio no se cultiva, si piensas que forma parte del ser humano y de su carácter gregario, entiendo que aprecies que, por querer alcanzar los mismos fines: poder, control…, existe una equivalencia entre un “discurso buenista” y otro “de odio”. Yo puedo odiar a mi vecina por cualquier cosa, o a mi expareja, el odio es una pasión. Odiar a un colectivo se cocina a fuego lento. La violencia ejercida sobre ellos se diseña, con intereses claros y sobre un contexto de preocupación, miedo, insatisfacción, malestar… Por eso, pese a que quien los promueva tengan los mismos intereses, no se pueden meter en el mismo saco. El discurso de odio tiene su extensión en el día a día, en la convivencia social. De ahí la imprudencia o el dolo de quienes lo vocean. Igualándolos a los discursos buenistas estamos invisibilizando la enorme repercusión social que pueden tener, el efecto devastador sobre personas indefensas y los tremendos problemas para la convivencia pacífica. Yo desde un púlpito o desde mi atalaya pudo decir no sé qué y quedarme tan ancha, pero vivimos con gente, en el mundo e influimos en él.