bolindre escribió:
Lapidario escribió:
En cuanto a lo que estoy leyendo: ahora mismo una lectura veraniega para la playa en vistas a HFMI el año que viene (la "Crítica de la Razón Pura"), un ensayo muy ligerito sobre el miedo (parece una especie de fenomenología del miedo escrita en plan río-de-asociaciones) y una novela alegórica de Koestler sobre las purgas estalinistas, que trata de explicar por qué algunos de los purgados se autoinculparon de crímenes terribles que jamás se les pasó por la cabeza cometer.
Hola Lapidario, ¿no te importaría hacer un pequeño comentario del ensayo sobre el miedo cuando lo termines? No lo conozco y me gustaría tener una opinión antes de lanzarme a por él.
Gracias.
Pues aquí va... La estructura me ha parecido algo deslavazada: esto quizá sea culpa de haber estado leyendo en paralelo al obsesivamente arquitectónico Kant, pero en cualquier caso no me ha parecido que el ensayo estuviera particularmente ordenado. Funciona como por destellos temáticos: el miedo a la muerte, el miedo como paralizador de la acción, un repaso a las pasiones tristes y las pasiones alegres de Spinoza... Hay una estructura, por supuesto, pero más bien tenue. El estilo es ligero, ágil y desenfadado, con chascarrillos, juegos de palabras y chistes constantes que no se hacen sin embargo pesados ni parecen fuera de lugar. El interés del contenido es muy variable, claro: algunas páginas están llenas de sugerencias jugosas o nombres que apuntarse para investigar más a fondo, pero otras son el enésimo repaso a lo que decían los epicúreos sobre tal o cual tema. Pero quizá estoy dando una idea demasiado negativa: el libro se lee con agrado y su "desorden" lo hace ideal para ir picoteando páginas entre otras lecturas que requieran atención más constante. Muy veraniego, en resumen.
Para que podáis ver si el estilo os convence, traigo un par de párrafos:
"El miedo sabe alternar los sufrimientos que nos inflige con los placeres negativos del alivio o de la tregua. La liberación, casual o buscada, del miedo genera una sensación tan placentera que puede resultar adictiva. La ansiedad laboral engancha, no solo por sus microrrecompensas sino también por sus microalivios. Pero estar enganchado a la tregua, y no a la paz, nos lleva a la larga a desear más guerra. Las víctimas de maltrato también pueden llegar a sentir que la ausencia de castigo es la máxima recompensa a la que pueden aspirar. Son las cartas marcadas del miedo" (pág. 166).
"Horacio llama a la ansiedad
atra cura, esto es, 'negra ansiedad' o 'negra inquietud', y se la representaba sentada en la grupa del caballo sobre el que nuestra alma trata de huir, en vano, de su influjo:
post quitem sedet atra cura. Por más que espoleemos al caballo, no lograremos alejarnos de ella lo más mínimo, pues seguirá ahí sentada, aferrada a nuestra espalda. Quizá lo mejor sería girarnos y mirarla a la cara. ¿Qué veremos entonces? Nuestro propio rostro. Porque en el brillo de sus ojos nos veremos a nosotros mismos, y comprenderemos que lo que nos duele no son las prisas y los agobios, que asumiríamos con exultación si formasen parte de un proyecto existencial, ético o político en el que creyésemos (editar la Enciclopedia, luchar contra la esclavitud, difundir la cultura y el pensamiento). Lo que nos inquieta es la posibilidad de no cumplir con el precepto pindárico de llegar a ser nosotros mismos. Nunca en un sentido identitario. Sino en un sentido clásico, que es simplemente tener tiempo de realizar aquellas tareas desinteresadas que nos realizan como seres humanos: estéticas, filosóficas y políticas.
Freizeit macht frei. El ocio os hará libres" (pág. 234).
"Hay ciertas épocas en que los cambios revolucionarios parecen acumularse. En esas épocas, las categorías con las que solíamos ordenar y jerarquizar la realidad se deshacen y entremezclan (...). Cuando esto sucede, mientras no se impone un nuevo orden, vislumbramos el carácter convencional de nuestras más íntimas convicciones. Vemos, entonces, el flequillo de la Medusa. Es la monstruosidad de Nietzsche, la facticidad pura de Heidegger. Es Zeus mostrándosele a Sémele en toda su grandeza y esplendor. Nos quema los ojos (...). Imaginemos a una persona angustiada por los numerosos cambios que han transformado velozmente su mundo, y que probablemente lo han perjudicado en términos laborales, sociales, o simplemente existenciales. Lo más probable es que vea con miedo y asco a aquellos transeúntes cuya forma de vestir desdibuja las fronteras entre los géneros o las naciones. (...) Ese exiliado del tiempo, o del no-tiempo (pues lo que añora no es tanto el pasado como la inmutabilidad), también escuchará, con horror, aquellos discursos filosóficos o artísticos que cuestionan no ya las viejas categorías sino la posibilidad misma de que haya categorías verdaderas en términos absolutos. El carácter ambiguo, viscoso o monstruoso de esas visiones le hace sentir, o sospechar, que el mundo no era como pensaba, y que su cultura, costumbres y conceptos básicos con los que ordenaba la realidad no eran más que un evanescente espejismo hecho de convenciones, que su decepción ha transformado en mentiras. Esta especie de epifanía negativa le produce cierto vértigo ontológico, como si un viento frío se llevase la sábana con que su ingenua alma infantil se cubría la cabeza (...). Resulta delicioso que la palabra 'asco' sea un anagrama (esto es, un desorden) de la palabra 'caos', puesto que el asco no deja de ser un correlato físico de nuestros miedos ontológicos" (págs. 106-107).