Gracias por tus palabras, compañero.
En España era normal, hasta no hace mucho, utilizar un tratamiento de respecto con las fórmulas de cortesía "usted", "ustedes". El problema que termina con ese uso es que de manera natural y espontánea acaba fijándose socialmente quien es merecedor de dicho tratamiento de respeto por señales meramente externas: edad, tipo de profesión, etc.
La historia de la poesía es similar: los signos por los cuales se reconoce algo como poema se vuelven triviales.
Desde mi punto de vista la poesía es la formalización de la belleza, pero se trata, a día de hoy, de una formalidad rota. Igualmente desde mi punto de vista, todo, en principio, cabe dentro del poema; toda cosa de la existencia posee dignidad si el poeta es capaz de donársela. Con esto quiero decir que cabe lo vulgar si y solo si una vez dentro del poema eso vulgar no suena vulgar, si el poeta se arriesga con expresiones o palabras soeces y lo soez sobrevive al intento poético, el lenguaje no habrá conseguido expiar de moral (en el sentido de: señales triviales externas e irreflexivas que nos orientan en la práctica) las cosas del mundo y la belleza quedará arruinada debido a que el poeta no ha sabido incluir dentro del conjunto de lo existente lo feo, pues simplemente se habrá regocijado en la separación, conservando lo vulgar como vulgar, lo feo como feo (conservación esta que sí es vulgar; intelectualmente vulgarísima). Igualmente fracasaría el poema si el poeta, usando palabras y expresiones consabidamente dignas y elevadas, clichés de lo bello, no consigue reunir tales cosas elevadas en armonía con el conjunto del resto de las cosas, manteniendo una separación, antipoética, a mi juicio, entre cosas trivialmente bellas y cosas trivialmente feas. Que es precisamente la vulgaridad de la gente pija, tan insufrible como la del perroflauta.
Hacer belleza -hacer poesía- no es recodarle al lector cuáles son las cosas bellas y cuáles son las cosas feas que todos ya sabemos que son bellísimas y feísimas, sino el aventurarse más allá de la moral (= de las señales externas que marcan como a ganado las cosas) para que la totalidad de lo existente brille como si el hombre no dijese al respecto ni una sola palabra. Evidentemente, esto solo se puede hacer siendo unilateral, es decir, teniendo un tema, pues la totalidad, al menos en el arte, no es comprensible sino desde una escena de trascendencia patética. O sea, que el poeta tiene que arder para iluminar la escena, y no al revés, quemar la escena con clichés para brillar él.