Cayó Roma

Cociné higos para curarme el estómago:
dolores de haber bebido ayer del agua del Danubio,
del odre enemigo.
Noto aún el sabor del cuero crudo
si tomo aliento.

¡Han muerto los padres!
se oyó temprano.
Las insignias del poder imperial
viajan como oro hacia Constantinopla.
A cambio, Jano, en su cruel hora de doble faz,
ha sentado a un godo en la silla curul.

Cocí pan estoico y caliente,
caliente me lo llevé a la boca.
El águila desplumada de Roma soy yo ahora,
rueda rota de una caravana de telas,
de aceros, de colores dorados y púrpuras:
ciudadano de la guadaña de la siega,
que toma, cual vulgar mies, la ciudad de Roma.

Hay una joya en la tierra:
una joya de ámbar, engarzada en la cruz.

Salmos solares de un romano gentil:

Somos pan,
la humanidad es un lazo de pan.
Roma fue un campo de trigo
rodeada de vanos muros.
Sus muros fueron como su calendario,
como su régimen de propiedad,
y un calendario es una idea privada,
tu vida cotidiana y tu latín.

Los idiomas son agujeros
en el fermento del pan de la humanidad;
gusanos los individuos que habitan en ellos.
Ellos nacen por mor del tiempo
y se conservan contra él:
contra la verde espiga,
contra el oscuro grano
y contra la sagrada Providencia.

Hasta aquí la era
en que el hombre creyó representar el tiempo.
Dios va ahora,
alma intranquila,
a cosechar el trigo que se rodea de muros.