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TEMA: Hegel. Cap VI de la Fenomenología. El Espíritu. Parte 6ª.

Hegel. Cap VI de la Fenomenología. El Espíritu. Parte 6ª. 06 Ene 2025 22:28 #86014

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C. El espíritu cierto de sí mismo. La Moralidad.

Es de suponer que esta curiosa diferencia establecida por Hegel, y por otros, creo, entre lo ente ético de aspecto y saber griegos originarios y lo ente moral, de aspecto latino y como producto genuino del “imperium romanorum”, deba poseer en esas mismas latitudes geográficas del sur del continente Europa de unas correspondencias, avances o resoluciones que hagan seguir el pensamiento filosófico y faciliten una aprehensión de la realidad ético-moral en esas mismas latitudes.

Aquí lo que más nos había interesado era el “túquétienes” de los espacios peninsulares ibéricos. Y que por supuesto el “túquétienes” tenía. Ahí no más el impresionante periplo pensacional desde Isidoro de Sevilla y su mención a la obra de Lucrecio, -la única filosofía en Roma y la única que se aleja del peligroso eclecticismo desarrollado en ésta ciudad-, hasta la recapitulación de papeles de la Última Escolástica, la dialéctica y lógica de los autores hispanos pues suyos eran pues los manuales de estudios en las Escuelas Superiores, pasando por el original saber de los autores islámicos en ese lugar peninsular.

Pero “túquétienes” tenía también otras cosas en las que pensar, otros dioses a los que atender, y no va a ser pues, más que con el paso de esa era gloriosa cuidadosamente archivada en los anales históricos cual capas estromatolíticas y el alejamiento para siempre de los ministros de dios y sus escuelas, poseedoras desde antiguo del saber absoluto y sus instituciones, cuando toda la dialéctica y el pensamiento filosóficos se pondrán de nuevo en marcha o resurgirá de un nuevo principio asociado a la recuperación o mejor a la aparición de la nada de la genuina enseñanza seglar y el cambio de ubicación del saber absoluto y universal, desde las instituciones eclesiales hasta los centros, escuelas superiores y universidades dirigidas y presupuestadas por paisanos, o gente del estado.

“Túquétienes”, pues, va a presentar su propuesta de razón lógica según, primero, los fundamentos de lo ente práctico y utilidad del pensamiento y, segundo, como intríngulis de aprehensión metafísica de una “realidad lógica”.

En relación ya con el escrito de Hegel, no se conocen, no obstante, cuales son las intenciones del filósofo en esa separación de fundamentos, unos éticos, otros morales y con el espíritu extrañado de la cultura entre ellos. Acaso un “divide y vencerás” cesariano, o acaso un serio intento de dilucidar ambos. Lo cierto es que nuestra pretensión histórica y geográfica que queda al margen de ambas posituras permanece algo extrapolada de sus intenciones. Ahí está, no obstante su diferencia establecida y hay que seguir con la lectura de la Fenomenología.

Dice el filósofo en el “introito” de este Apartado C, que el mundo ético ya había mostrado su destino y su verdad que no eran otros que el sí-mismo singular había partido, huido de su realidad y su concepto. La acción de la cultura y de la fe cancelaba esa abstracción y a través del extrañamiento acabado y la suprema abstracción, la substancia se convertía en voluntad general. “Ahí… parece que el saber llega por fin a ser perfectamente igual a su verdad… y toda oposición de ambos lados desaparece; y por cierto, no para nosotros o en sí, sino para la autoconciencia misma. Y es que ésta se ha convertido en ama y señora de la oposición constitutiva de la conciencia misma”, oposición prescrita entre la conciencia y su objeto.

El saber de la autoconciencia es la substancia misma dentro de una unidad inseparada y “la autoconciencia sabe ella misma cual es su deber”, es decir ser la dueña y señora de la oposición pura de la conciencia. Ahora la autoconciencia “es esencialmente ese movimiento del sí-mismo que consiste en cancelar la abstracción de la existencia inmediata y hacerse universal ante sí misma”, pero no a través del extrañamiento y división puros, ni a través de la huida “Sino que ella –la autoconciencia- se es inmediatamente presente a sí misma en su substancia, pues ésta es su saber, es la certeza pura y contemplada de sí misma… es toda realidad efectiva… y en cuanto inmediatez pura purificada por la negatividad absoluta, es ser puro, es ser como tal, o es todo ser”.

En la Autoconciencia la esencia absoluta no se acaba en el pensar, sino que es toda la realidad efectiva y esta realidad efectiva es sólo en cuanto saber, toda objetualidad y todo el mundo ha regresado dentro de su voluntad sapiente”. “Es absolutamente libre en que sabe su libertad, y precisamente este saber de su libertad es su substancia, y su fin, y su único contenido”.


a. La Visión Moral del Mundo.

Aquí, lo que el filósofo va a elucubrar es la Autoconciencia Moral como algo auténtico poseedor de la oposición Conciencia-Objeto. Dice que “cuanto más libre llega a ser la autoconciencia, tanto más libre llega a ser también el objeto negativo de su conciencia. Este objeto es… un mundo acabado… una individualidad propia… una naturaleza, sin más, cuyas leyes… le pertenecen a ella –a la naturaleza-”, este mundo y naturaleza objeto de la conciencia es una esencia que no se preocupa por la autoconciencia moral, “como ésta tampoco por ella”.

Se forma, ahora, “una visión moral del mundo, que consiste en la referencia entre el ser-en-y-para-sí moral y del ser-en-y-para-sí natural”, una referencia entre la esencia y la existencia de lo moral y la esencia y la existencia de lo natural.

“Para la conciencia moral está presupuestada la libertad de la naturaleza… que quizás le permita llegar a ser feliz o quizás no”. La conciencia moral se queja sobre el estado de inadecuación entre ella y la existencia natural y de la injusticia de observar su objeto sólo como deber puro, pero le niega ver el objeto y a sí misma realizados.

La conciencia moral no puede renunciar a la felicidad y dejar ello aparte de su fin absoluto. “El fin que se enuncia como deber puro conlleva… esto: contener a esa autoconciencia singular; la convicción individual y el saber acerca de ella –de la autoconciencia y sus momentos encontrados- constituyen un momento absoluto de la moralidad”. Este fin totalizante consiste en: “que el deber cumplido sea tanto acción… moral como individualidad realizada, y que la naturaleza…” como singularidad frente al fin totalizante “sea una con éste”. La armonía de la moralidad y la naturaleza, de la moralidad y la felicidad son pensadas como siendo necesariamente, es decir, como postuladas, es decir –decimos nosotros- como posibles. Pero en Hegel no existe lo posible, existe una realidad efectiva. Dice que “la palabra ´exigir` expresa que se piensa que es algo que todavía no es efectivo; expresa una necesidad…”.

“El ser que se exige… reside en el concepto de la moralidad misma, cuyo verdadero contenido es la unidad de la conciencia pura y la conciencia singular”. “Esta existencia exigida… no es un deseo, o no es considerada como un fin… cuya consecución fuera todavía incierta, sino que este fin es una exigencia de la razón, o certeza inmediata y presupuesto de esta”. Ahora se abre un círculo de postulados. Parece que ha estado hablando con el “cógito ergo sum”, pero no se sabe.

La naturaleza no es sólo el modo-mundo exterior totalmente libre. Esta realidad efectiva y libre es para la conciencia en ella misma. “Esta naturaleza que es suya -de la conciencia- a sus ojos, es la sensibilidad o la sensualidad”. “En este conflicto de la razón y la sensibilidad, para aquella -para la razón- la esencia es que se disuelva el conflicto y salga como resultado la unidad de ambas”, pero “una unidad tal que sale de la oposición sabida de ambas. Sólo una unidad de este género es, por primera vez la moralidad efectivamente real”. En ambos momentos encontrados, la sensibilidad es el ser-otro o lo negativo mientras que “el pensar puro del deber es la esencia” y “parece que la unidad que ha salido sólo puede establecerse cancelando la sensibilidad”. Dice el filósofo que habrá que darse por satisfechos según que la sensibilidad sea adecuada a la moralidad.

Por otra parte “la conciencia tiene que producirse a sí misma”, pero que la compleción de la conciencia siempre se aplaza hasta el infinito “porque si realmente llegara a tener lugar -la completud de la conciencia- la conciencia moral quedaría cancelada”. Es decir, que si la conciencia en su completud supiera lo que hay que hacer y decidir a cada momento, no tendría que existir una conciencia moral. Esta es de cierto la primera vez que una de esas cancelaciones propuestas, la hace el filósofo de manera elegante y clara. Además si consideramos que la moralidad completada “contiene contradicción”, o un opuesto contrario “sufriría la santidad de la esencialidad moral y el deber absoluto aparecería como algo no efectivo ni real”.

Dice Hegel que la armonía de la moralidad y de la naturaleza es el “fin final del mundo” y que la armonía de la moralidad y la voluntad sensible es “el fin final de la autoconciencia como tal”. “Lo que… une los extremos de estos dos fines últimos, que son pensados, es el movimiento del obrar efectivo mismo”. “Surgen aquí, según el contenido, la pluralidad de leyes en general”. Y dice el filósofo que la Conciencia Moral sólo concede vigencia al Deber Puro dentro de una pluralidad de deberes, que “los deberes plurales… están determinados, y por eso… no son nada sagrado para la conciencia moral”.

Como muy bien se podría decir que ahora anda el filósofo por los andurriales de la Roma imperial, elucidando el nuevo aporte a la cosa práctica, la Moral, podrían advertirse una serie de asociaciones analógicas importantes como por ejemplo deberes plurales con leyes -esas mismas leyes romanas que tanto perduraron y perduran en los sistemas jurídicos-, o mismamente esas dos asociaciones analógicas como armonías que son fines finales de algo. Como si aquí de cierto no se hallasen más allá otras alternativas. Pero sí que las hay porque las pone a continuación y en un cierto tono de profundo sarcasmo como si el mismo sarcasmo fuese la misma santidad. Es decir la suya como su autoconciencia. Y que de cierto es ahora con la conciencia moral donde el filósofo va exponer el abismo, el paralogismo y la profunda antinomia entre una situación que no tiene remedio como es su propio país usando las antiguas leyes del imperio romano, y el mismo hecho de que fueran ellos quienes devalaron el poder y las fronteras de ese imperio.

El filósofo dice que los deberes plurales que están dentro de la conciencia moral están, a su vez, dentro de Otra conciencia, y que es Otra conciencia -la del Estado, por ejemplo- la que los consagra dentro de la conciencia que sólo el deber puro le es sagrado. Entonces es que “el deber como tal cae fuera de ella -de la conciencia como sí-mismo singular- en otra esencia, que es la conciencia y el legislador sagrado del deber puro”. Expresión esta última de I. Kant que no se sabe muy bien las taimadas intenciones absolutas que su compañero del norte le atribuye. Resolución: el deber “en cuanto que éste es lo sagrado en y para sí cae fuera de la conciencia efectivamente real, ésta entonces, está, sin más, por un lado como la conciencia moral imperfecta”. Pero como el deber vale como esencia y ahí el concepto se contrapone a la realidad, pues “entonces la conciencia es perfecta”. La conciencia es perfecta al asumir su propia negatividad.

Ahora “el deber puro y la realidad efectiva, están puestos en una única unidad”, pero no en y para sí “sino como momento, o como cancelados y asumidos. Esto es lo que adviene para la conciencia en la última parte de la visión moral del mundo: a saber, el deber puro, lo pone ella en otra esencia distinta de la que ella misma es… lo pone… como algo representado -representado en las leyes, en los estados, en los gobiernos, en las religiones y sus ministros-… como algo que no es lo que vale en y para sí, sino que, más bien, lo no-moral es lo que vale como perfecto -por la apariencia y la forma de hacer las cosas en lo social-”. La conciencia se pone a sí misma “como una conciencia tal que su realidad efectiva, inadecuada al deber, ha sido cancelada, y que, en cuanto cancelada y asumida… no contradice ya más la moralidad”. Es decir, la realidad efectiva que es una conciencia tal no contradice lo moral. Esto según como se mire es sumamente gravísimo pues ahí el juicio ha volado, no ha sido posible el juicio de una conciencia.

Estas últimas secuencias habría que entenderlas de una manera clara y distinta y dentro del integrismo natural protestante del pensador de Stuttgard. Una auténtica toma de razón del sí-mismo integral protestante. Y que esa “otra conciencia” no debe ser por simpleza, la conciencia del estado o del gobierno, o la conciencia de lo católico, sino otra cualquier conciencia.

Parece de cualquier forma algo difícil de entender, pero es que Hegel contrapone radicalmente unos términos y conceptos de por sí ya radicales. Otras muchas veces ya lo hizo eso. Si A, por su contradicción y negación absoluta puede ser lo mismo que B, B podrá ser lo mismo que A por las mismas razones. Es mejor como decimos nosotros, a saber: que el deber puro y la realidad efectiva sean uno solo pero sin cancelarlos -ni canjearlos, diría yo- sino alcanzando su unidad santa al asumirse en la amorfa e irreal constitución de la sociedad y el estado moral que siempre hayan existido, en donde el juicio pueda existir, pero según esquemas que no alcanzan nunca la justicia ni la moral normales o perfectas, ya que no se puede devolver la vida al muerto ni lo robado al robado. Lo cancelado entonces, debe ser la otra conciencia no la esta conciencia, es decir la otra conciencia de la ley, el estado y el gobierno.

De cualquier forma es que eso del deber sigue pareciendo un retal algo un poco demasiado extrañado de sí mismo, algo demasiado externo a nuestro gusto y opinión y que es mejor contemplarlo según la propuesta pensacional de los autores germanos y dentro del contexto particular nacional de filosofía, cultura y sociedad de Alemania o Imperio Prusiano.

Y bien que se puede entender, pero no ir mucho más allá. La gente del sur no estamos preparados para meternos eso dentro de la cabeza. El imperativo categórico kantiano, tampoco. El imperativo categórico es la columna a la que se encuentra atado “ecce homo expositus”.

El deber, la esclavitud de los siervos, el trabajo de los asalariados, el empleo de los funcionarios, el estar ahí, todo es siempre lo mismo y no es algo, creo yo, que deba constituirse en una razón en sí misma, pero el nivel de autonegación es algo manifiesto, algo parecido a la presencia del Casquete Polar Ártico en el invierno de esas latitudes del norte, algo como el fervor patriótico de la mayoría de los alemanes según las enseñas del III Reich. Y ahora que lo pienso, un ejemplo de lo mismo, pero un tanto al sur, ¿se han fijado ustedes lo brillantes que resultan los suelos y superficies de las instituciones oficiales en Norteamérica, como si los fregasen con la lengua? Eso también debe ser algo peligroso.

Pero también es un acto reflejo aquí en la Fenomenología de usar Autoconciencia para todos esos menesteres y por supuesto para entregar a Conciencia el saber absoluto. Hegel como autoconciencia está cumpliendo con su deber para con el estado, el suyo, y para con la patria, la suya.

Además es que no se sabe lo que es antes o es después en el sistema de contrarios deber-derecho. Hegel dice que el deber es primero y es Autoconciencia. El deber, sin embargo, tiene problemas a la hora de aprehender las condiciones universales y el género generalísimo. Ahí pues sería el deber de la deducción lo que ha de imponerse. Pero da la sensación de que es el derecho en esas condiciones universales y géneros generales lo que mejor se adecua a una clase de deducción posible. También es que debe existir de per se algún puro contrario del deber ser, un no deber ser o un simple dejar de serlo.

Dice el filósofo que la conciencia moral misma “en su desarrollo va avanzando lentamente sin ser el concepto que mantiene cohesionados los momentos”. “Se comporta… sólo pensando, no concibiendo”, “el contenido queda puesto… de una manera que el ser es algo representado, y esta vinculación del ser y del pensar queda enunciada como lo que de hecho es: representar”. Es decir, “pienso luego existo”, como representación.

Dice el filósofo, así tal cual, que la Conciencia Moral que es efectivamente real es la unidad entre el sí-mismo que es efectivamente real y la realidad efectiva que es esencia por estar adecuada al deber y que es saber. Esa conciencia moral efectivamente real en cuanto conciencia, “representa su contenido como objeto, a saber, como fin final del mundo, como armonía de la moralidad con toda realidad efectiva”.

Hegel está ahora ya rematando este apartado dedicado a la “Visión moral del mundo”. Pero lo de Hegel no es precisamente lo de un final feliz para ese asunto. Más bien da la sensación de hallarse inmerso en una de sus pataletas más sonadas. Tan sólo resta preguntarse lo que puede haber ahí al lado, en paralelo justo de todas sus palabras y razonamientos. Porque debe haber algo en su contrario afirmativo, pero ese algo se escapa, ha huido al más allá del sí-mismo y se ha constituido en mito, en quimera, sólo alcanzable por alguna clase de privilegiados pensamientos.

Tan sólo un par de frases que lo ilustran. Dice que en tanto que la unidad se representa como objeto y no es todavía el concepto que tiene el poder sobre el objeto, la unidad, como Conciencia Moral efectivamente real, es, a sus ojos, algo negativo de la Autoconciencia.

Asegura que la Conciencia Moral efectivamente real en cuanto Autoconciencia es algo otro que el Objeto, “es la no-armonía entre la conciencia del deber y la realidad efectiva”.

Ahora pues habla de Tres Tesis. La primera “reza así: no hay ninguna autoconciencia efectiva acabada y completada moralmente”, “la segunda tesis habrá de rezar… así: no hay nada que sea efectivamente real y moral”, y la tercera de las tesis reza que la Conciencia Moral, al ser un en sí mismo único y puro “es en sí la unidad del deber y de la realidad efectiva; esta unidad… llega a ser objeto a sus ojos, en cuanto moralidad acabada: pero en cuanto un más allá de su realidad efectiva… que, sin embargo, debe, desde luego, ser realmente efectivo”, ese más allá por supuesto. Y como unidad que es objeto, por mí.

Estamos ya en la última frase del apartado que vemos a continuación. Hegel había dispuesto las dos primeras tesis por la vía de la cancelación, pero como otras veces, en situaciones dialécticas parecidas, ejerce su justicia y devuelve la vida al muerto. Dice que “lo efectivamente no-moral” que es pensar puro y se eleva por encima de su realidad efectiva, “sí que es moral en la representación -de la ley, del gobierno, del estado- y es tomado por plenamente válido. Con lo cual queda establecida la primera tesis, la de que hay una autoconciencia moral, pero vinculada con la segunda, la de que no la hay, pues hay una, pero sólo en la representación -en esa misma que nos muestra-; o sea, no hay ninguna, pero hay otra que la hace pasar por tal”. Que no hay ninguna clase de autoconciencia moral posible, pero hay otra que la hace pasar por tal. Bien la cosa es así en el escrito. Es serio.


b. El Desplazar Disimulado.

Es este uno de los más extraños apartados que uno puede encontrarse en todo el desenvolvimiento de la Fenomenología. Uno se imagina que disimular y desplazar deben ser actos a ocurrir en el ambiente social de unos con otros. Pero aquí, quien desplaza y disimula es el propio filósofo a medida que va descubriendo las razones de su discurso. También es que eso se podría enfocar, por mí, bajo el aspecto de la posible manipulación precisamente de lo que puede ser susceptible de manipularse, o sea lo ético y lo moral y no sólo a nivel social y político, sino a nivel de pensamiento y filosofía. De cualquier forma deben ser cosas del ímpetu de la sangre joven del filósofo a la hora de escribir esto.

Dice el filósofo que la conciencia se comporta de tal manera que afirma un momento y pasa de ese momento a otro, cancelando el primero, “pero según emplaza este segundo momento, lo vuelve a disimular desplazándolo y hace de lo contrario la esencia”, “para afirmar un momento como siendo en sí, afirma el momento opuesto como lo que-es-en-sí”. Esta es pues la explicación de lo que el filósofo va haciendo en su especulación.

La Conciencia Moral efectiva es algo que actúa, pero en el actuar mismo, el lugar de su realidad efectiva es lo que está “inmediatamente desplazado o disimulado”.

Dice que el actuar debe ser sólo un postulado, sólo un más allá de algo, y que el acto de postular no va en serio, que sólo es serio el actuar mismo, que es “acción de la conciencia singular”. Pero dice que el fin de la razón como fin universal es el mundo entero y que esto va más allá del contenido de la acción singular. Es por esto que: “Cómo lo que debe llevarse a cabo es el mayor bien general, no se hace nada bueno”. El mayor bien general aparece como algo irresoluto y contrario con el contenido de la acción singular. Esta nulidad del actuar y la realidad del fin de todo “también están desplazados y disimulados por todos lados”.

Ahora dice afirmándose que: “La acción moral no es algo contingente y limitado, pues tiene por esencia suya el deber puro; éste constituye el único fin total; y la acción… es… cumplimiento del fin total absoluto”. En realidad es la primera vez que en filosofía se observa al deber como la única causa final y al acto como cómo fin total absoluto. Prosigue Hegel que “Se debe, pues, actuar, el deber absoluto debe expresarse dentro de toda la naturaleza, y la ley moral debe llegar a ser ley natural”. Dice “que sólo se actúa bajo el presupuesto de algo negativo que hay que cancelar por medio de la acción”. Es decir, el Acto es un aparecer, un cancelar lo negativo del hecho o acto de haber aparecido. Pero dice que si la naturaleza se adecua a la ley moral, la ley moral será infringida por el hecho de actuar: “puesto que la acción moral es el fin absoluto, el fin absoluto es que la acción moral no se de de ninguna manera”. Bien abotonado eso.

Es importante darse cuenta que el uso que hace el filósofo del fin, de los fines totales y absolutos, es algo relacionado directamente con Causa Final y que aquí en Hegel eso aparece con un marcado sesgo teleológico cargado de intención. De ningún modo se puede eso asociar al fin del mundo, ni lo propuesto por S. Juan en el Apocalipsis, remedo del poema de Lucrecio, ni el fin del mundo por catástrofes o guerra nuclear. Acaso la propuesta de ciencia finológica, propuesta personal nuestra, sobre el fin y término natural de todas las cosas, la naturaleza y el universo, podría asociarse a eso mismo o parecérsele.

La conciencia tiene que seguir avanzando en su contradictorio movimiento y, además, la conciencia moral tiene que encontrar una naturaleza contrapuesta a ella. Por seguir el necesario juego de contrarios. Además la conciencia a secas tiene que estar acabada y completada en sí misma. Esto lleva a la armonía de la conciencia con la naturaleza que es la Sensibilidad. Ahora la Conciencia Moral emplaza su fin como algo puro y al margen de las pasiones, con el resultado de que “una vez emplazada esta cancelación de la esencia sensible, la vuelve a desplazar disimuladamente”. Dice que lo sensible autoconsciente que queda cancelado es un Término Medio entre la conciencia pura y la realidad efectiva. Es decir que lo cancelado que es lo sensible autoconsciente que ahora llamaríamos lo subjetivo, es el término medio de los dos contrarios de autoconciencia, la conciencia pura y la realidad efectiva.

Asegura que “La armonía de ambos -de la moralidad y las pasiones-, pues, es sólo en sí y postulada”, que la armonía queda más allá de la Conciencia y que su compleción es sólo una disimulación de la cosa: “Que lo de acabarse y completarse moralmente no va en serio, la conciencia lo enuncia… al sacarlo fuera y emplazarlo en la infinitud, es decir, al afirmar de él -del acabarse y completarse- que no se acaba nunca”. Dice que podría ser un “progresar hacia la compleción”, pero que tampoco, pues progresar en la moralidad sería una marcha hacia el hundimiento de esta y la meta una Nada y la cancelación de la moral y la conciencia. Algo absurdo. Y argumenta esto: que progresar al igual que disminuir “implicaría la hipótesis de diferencias de magnitud en la moralidad; y tratándose de esta, de ningún modo puede hablarse de algo así”. Que la moralidad como conciencia “para la que el fin ético es el deber puro” no se ha de pensar en una diversidad “ni menos aún en una diversidad tan superficial como la magnitud: hay una única virtud, un único deber puro, una única moralidad”.

Dice el filósofo que lo que va en serio es el estado medio, la no-moralidad, algo que habría que asociar a lo sensible según lo dicho arriba, “Pues no se ve cómo exigir la felicidad para esta conciencia moral en virtud de su dignidad”. “La no-moralidad -estado medio- enuncia aquí justamente lo que ella es: lo que importa no es la moralidad, sino la felicidad en y para sí, sin referencia a aquella”, a la no-moralidad como estado medio se entiende. ¡Pues anda que pobre Agustín de Hipona!

De cualquier forma no está nada mal ese concepto de “término medio” en Hegel, pues se trata ni más ni menos que de una cancelación simple de lo sensible autoconsciente -lo subjetivo- que tiene que ser el término medio entre conciencia y realidad efectiva y para que estos sigan siendo contrarios. Entonces, decimos nosotros, no se sabe si al cancelar lo sensible, aunque lo mantengamos como término medio, qué es lo que queda entre la conciencia y la realidad efectiva. El vacío, un término medio que es nada y vacío.

Esto recuerda poderosamente al famoso punto, o estado o término medio de Agustín de Hipona que decía que la virtud es un término medio entre dos vicios, uno que peca por exceso y otro por defecto. También referido creo yo, a la conducción de una vida normal. Hegel debe referirse a un término medio de aspecto teorético o hipotético. Pero es que el santo alemán se refiere a la moralidad y las pasiones y que ese término medio que es lo sensible, es la no-moralidad. No sé. Agustín de Hipona es de la universalidad católica y el término medio de Hegel debe ser pues todo lo contrario a lo que preconiza el santo y filósofo argelino.

Dice Hegel que como la moralidad es algo inacabado y de hecho, no es “¿qué puede haber en la experiencia que le vaya mal?”. Que en la experiencia podría suceder cualquier cosa ya que la moralidad no es, y que el fundamente de designar a un individuo como inmoral “es sólo arbitrario”. E

“La moralidad está inacabada en la conciencia moral; esto es lo que ahora se ha emplazado, pero la esencia de aquella -de la moralidad- es ser solamente lo acabado puro; por eso, la moralidad inacabada es impura, o bien, es la inmoralidad”.

Dice que la moralidad misma debe estar, o hacerse presente, en otra esencia distinta de la conciencia efectiva “y que tal esencia es un legislador moral sagrado”, el estado, dios. Ya dijimos que sería Kant quién se expresara de dicha manera. Dice Hegel que la moralidad pura como conciencia tiene que ser emplazada de otra manera pues conciencia natural y sensibilidad y, “en cuanto voluntad pura es una contingencia del saber; por eso, en y para sí, la moralidad está dentro de otro ser”. Del estado, del dios.

La moralidad pues, pensamos nosotros, en este caso, no es un en-sí, sino un para-sí que es para otro, es decir un sí-mismo que es existencia, no esencia. Pero había dicho el filósofo que la conciencia moral es el sí-mismo puro. No obstante, Hegel rehúye el dogma, lo dogmático en lo tocante a la moralidad como buen protestante y luterano.

El Ser moral puro se eleva por encima de la lucha con la naturaleza y la sensibilidad y no está en referencia negativa con ellas. “Sólo le queda, entonces, de hecho, la referencia positiva, esto es, justamente aquello que recién valía como lo inacabado, como lo inmoral”, es decir, lo no-moral y lo sensible, el “término medio”.

Aparte de que no se sabe como una referencia positiva puede asociarse con algo inacabado e inmoral, si el Ser ha de mostrarse sobrevolando la naturaleza y lo sensible, es cuando deja de estar en su referencia negativa. Si deja de estarlo, debe ser entonces referencia positiva, pero esta referencia absolutamente positiva debe ser lo inacabado y lo inmoral, porque lo acabado y moral queda asociado a cuando el Ser conservaba su aspecto de negación de la naturaleza y lo sensible.

Si separamos ahora la moralidad pura de su realidad efectiva -su negación en el sistema de contrarios- “Sería una abstracción sin conciencia… en la que el concepto de la moralidad… quedaría simple y llanamente cancelado”. Por eso el Ser tan puramente moral vuelve a ser un desplazar disimulado de la Cosa y ha de ser abandonado.

Pues bien esto es lo que pone Hegel del paisaje de Málaga. Ahora nosotros pondremos lo se aprecia en el paisaje de Malagón. Es decir, si lo inacabado e inmoral se asocia analógicamente con el aspecto positivo de que el ser sobrevuela la naturaleza y lo sensible, lo moral y acabado debe asociarse a cuando el ser ejerce su contrario con lo natural y lo sensible, lo cual le constituye como ser. Bien.

Existe el problema, no obstante, de cuando la referencia negativa se refiere y se asocia, no a al entendimiento del Ser como contrario con lo natural y sensible, que sería lo moral y acabado, sino que esa referencia negativa se refiera al no entendimiento como contrario del ser con lo natural y sensible, y esto como lo inacabado e inmoral. No se sabe si esta doble negación puede guardar en sí algún resquicio de positividad. O se trata de su consagración más absoluta. Pues podría darse el caso de que la referencia positiva tenga que referirse, no a lo inacabado e inmoral porque el Ser no sea el estricto negativo de lo natural y sensible, sino al entendimiento como contrario del Ser con lo natural y sensible, que sería lo moral y acabado.

Pero vamos es mejor como lo dice el filósofo, y además ahí Malagón aparece como Buenón, con lo cual la cosa cambia. De cualquier forma es como dice el filósofo por lo que el Ser debe seguir apareciendo como algo feo, y malo y perro. Y sólo porque su elucubración filosófica se había hecho desde los territorios de la universalidad católica,

Faltaría por saber ahí qué es lo sensible y la felicidad del Ser, que debe ser la sabiduría, en este caso la relativa a lo moral. Si lo cancelado es lo sensible y lo sensible del ser es la sabiduría, lo cancelado debe ser la sabiduría y el conocimiento. Estamos pues en una fase de negación del conocimiento, una de las fases previas del discurso filosófico, que más tarde, no será una posibilidad de conocimiento, o la resolución del discurso filosófico, sino una Sabiduría Absoluta.

La moralidad, entonces, no existe por su propia imposibilidad demostrada y propia especulación. El Ser pues debe no existir en su hirsuta especulación, es el Ser que ha muerto. No es sólo que ya no sea uno de los demonios favoritos del dios de la escolástica, sino que el Ser ha dejado de serlo y ha sido abandonado porque ha muerto con el dios que lo engendraba.

El sí-mismo, aquel compuesto de esencia y existencia -ya que no hay ninguna otra constitución-, es el oscurísimo elemento singular de cuando el en-sí y el para-sí es un “constituto” del propio sí-mismo, que a su vez no es sino un pronombre junto a un adjetivo. El sí-mismo sólo se parece al Ser –esto sí formado de esencia y existencia y procedente de un verbo- en la “S” culebrosa de ambos, pero que de ningún modo la razón lingüística y semántica podría reunirlos. Pero fíjense ustedes que Sí-Mismo se parece al Ser, es decir, una cosa recuerda a la otra: el Ser ha muerto.

La Conciencia abandona aquí su visión moral del mundo y se refugia dentro de sí. En la primera conciencia inacabada no se realiza y es lo en-sí en el sentido de un ente de razón pues sigue asociado a naturaleza y sensibilidad; en la segunda conciencia “la moral está dada como acabada y completa”, pero la compleción consiste “en que la moralidad tiene realidad efectiva dentro de una conciencia, así como realidad efectiva libre, existencia en general, no es lo vacío, sino lo cumplido y lleno de contenido”. Pero hay que seguir pensando, por disimulo y precaución, que esa compleción sucede desde la "otra conciencia", desde la conciencia de la apariencia y el representar.

Lo que sucede es que lo que la conciencia declara como Ente Absoluto, ella misma lo mantiene en el sí-mismo de la Autoconciencia y que eso que declara como lo absoluto pensado, o lo en sí-absoluto, lo toma como algo que no tiene verdad. La Conciencia pues se refugia dentro de sí huyendo de la desigualdad entre el representar y la esencia “huye de esta no-verdad que declara como verdadero lo que a sus ojos vale como no verdadero”. Esto es certeza moral pura que desprecia la representación moral del mundo y dentro de sí misma es el espíritu simple dentro de sí, que actúa sin la mediación de esas representaciones. Dice que si el mundo del disimulo es sólo la Autoconciencia Moral en sus momentos contradictorios, su realidad, no por regresar dentro de sí se va a convertir en algo conforme a su esencia, antes bien, el retorno será sólo la conciencia que la Autoconciencia Moral alcanza “de que su verdad es una verdad previamente dada”. La Conciencia ha de hacer pasar esa verdad por su verdad, pero así sabría que esta acción es sólo un disimulo, con lo que el espíritu sería simple hipocresía y el desprecio del disimulo sería su primera hipocresía.

Es decir, la Conciencia dos veces hipócrita exige el “desgarramiento de vestiduras”. Y no se trata, creo yo, de un desprecio del disimulo, sino que el hacerlo, el disimular, lo hacen otros, no yo mismo. El Disimulo es un para-sí que es conciencia que habita en otro o en otros, no en yo mismo.

No se sabe, no obstante, qué es lo que determina el desarrollo de la Conciencia Moral en el escrito de Hegel, si la palabra y acción de Ormuz o la palabra y acción de Ahrimán. Si así, exactamente, llegó a hablar Zaratustra. Si el filósofo dice que es la acción de Ahrimán, yo le diría que no, que es la acción de Ormuz, y si dice que es la palabra y acción de Ormuz, habría que decirle que no, que es la palabra y acción de Ahrimán. Hegel dice que son momentos contrapuestos de una autoconciencia religiosa y que la determinación moral es propuesta por momentos contrapuestos y acaso contradictorios diferentes en una Autoconciencia Moral.

Todo ello nos conduce al lugar común de este comentario de la Fenomenología que no es otro que la elucidación conseguida del asunto de la Conciencia Moral está bien hecha, fabricada de forma correcta, y es positiva y buena para mí y para otros, algo que seguirá honrando a su autor cuando lleve 200 años en el sepulcro. Otra resolución podría verse en el hecho de que eso que hay escrito es tuyo, de G. F. Hegel y de su país Alemania que lo atesora y que lo que hay debajo de las rasgadas vestiduras también es tuyo.

Lo único que no se sabe es que si Ormuz puede constituir un ser en relación con su hermano Ahrimán, si el pensamiento y el ser constituido de Ahrimán posee en sí la suficiente potencia que origine la concreción necesaria para que Ormuz se constituya en ser. Que Ormuz permite la existencia de Ahrimán porque ha surgido de su pensamiento, pero que Ahrimán y su pensamiento no sabe permitir la existencia de su hermano Ormuz ni constituirlo en ser.

Pero vamos, es de entender que las cosas deben ser de otra manera, no precisamente como las describe el filósofo y la fuerza de su sangre joven y falta de experiencia. Ahí todo lo más se podría asociar existencia con experiencia y que su juicio y ejercicio nos diga cómo son las cosas. Pero que muy perfectamente no se puede descartar que todo ello nos conduzca más allá de una Realidad Efectiva de un sistema de contrarios hacia la experiencia empírica de una nada y un vacío, que el fin como contenido no exista, ni como pensamiento creo yo, y sea mejor entenderlo de otra manera, el fin no en sentido teleológico e intencional, sino el fin como fin, término y desaparición, y al estilo de Lucrecio, que esa Realidad Efectiva nos va a promover la aprehensión más óptima y trascendental de ese fin, término y desaparición de todas las cosas, la naturaleza y el universo.

Es pues aquí en Hegel, en su pensamiento, uno de los lugares donde mejor se advierte la peligrosidad y los cuidados pertinentes con ese mismo hecho del pensar. Que las resoluciones últimas para con las obras y doctrinas es mejor consultarlas antes con los especialistas, también filósofos, y sus diferentes maneras y contrapuestas interpretaciones. Que los frutos de la huerta de Filosofía deben ser considerados sólo bajo unos ciertos aspectos, no desde otros ciertos aspectos, estos segundos, que pueden llevarnos a unos límites insospechados, extrapolados, excéntricos e inconvenientes. Asocia eso tú, si no, todo eso expuesto, con la evolución de la Historia de Alemania en estos dos últimos 200 años.
Y una última razón en la que debemos insistir es a lo dicho otras veces que los entes de razón, sean de la naturaleza que sean, son sólo para ser pensados, no para ser aplicados. Deben ser entes absolutamente amorales y no prosaicos por mí. Hegel ha estado usando el ente de razón de la negación para los asuntos de lo ético y lo moral. Algo a nuestras luces absolutamente inconveniente.


c. La Certeza Moral. El Alma Bella. El Mal y su Perdón.

“La antinomia de la visión moral del mundo, de que hay y no hay una conciencia moral… se resumía en esa representación en la que la conciencia no moral vale como moral, se acepta que su saber y su querer contingentes tienen toda su importancia, y la felicidad es otorgada por gracia”, es decir gracia según azar, suerte. Esta representación que se contradice a sí misma la Autoconciencia la desplaza a otra existencia distinta de ella.
Última Edición: 06 Ene 2025 22:45 por outsider.
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