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TEMA: Hegel, Cap VI de la Fenomenología. El espíritu. Parte Última.
Hegel, Cap VI de la Fenomenología. El espíritu. Parte Última. 07 Ene 2025 22:47 #86019
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c. La Certeza moral. El Alma Bella. El Mal y su perdón.
“La antinomia de la visión moral del mundo, de que hay y no hay una conciencia moral… se resumía en esa representación en la que la conciencia no moral vale como moral, se acepta que su saber y su querer contingentes tienen toda su importancia, y la felicidad es otorgada por gracia”. Es decir gracia según azar, suerte. Esta representación que se contradice a sí misma la Autoconciencia la desplaza a otra existencia distinta de ella. Asistimos aquí y ahora a la consagración de otra importante figura retórica del maestro Hegel: el sí-mismo. Ya nos había advertido el propio filósofo que sus dos mejores posesiones en el discurso habían sido siempre el en-sí y el para-sí, y que nosotros habíamos asociado por analogía a la antigua Esencia y Existencia de los Escolásticos. Ahora lo que se pone en marcha es el sí-mismo que, si bien ya había sido usado por el filósofo para diferentes menesteres es ahora cuando aparece en todo su esplendor. La interpretación que damos nosotros para el sí-mismo es como de existencia que se eleva al ser. Sería como la constatación de que el en-sí puede estar presente en lo otro, en el otro. Una especie de excelencia que está algo más allá de la existencia que es el para-sí y del en-sí que es la esencia. Esto viene a responder a nuestra pregunta inicial de si lo en-sí podría estar presente y real en lo otro. Siguiendo el discurso de Hegel tenemos tres mundos del espíritu: el primer mundo del espíritu sería la Conciencia Pura cuyo sí-mismo descansa en el elemento de su ser sin haberse separado de su universalidad; el segundo mundo del espíritu sería la Extrañación del espíritu por la Cultura y la Ilustración y cuyo sí-mismo es el mundo de la cultura que ha llegado a su verdad y el espíritu de la escisión que se concede a sí mismo la libertad absoluta; el tercer mundo del espíritu es la entrañación del espíritu por lo ético y lo moral, cuyo sí-mismo es el sí-mismo de la Certeza Moral. “Este sí-mismo de la Certeza Moral, espíritu… cierto de sí en cuanto verdad absoluta y ser, es el tercer sí-mismo que ha llegado a ser ante nosotros a partir del tercer mundo del espíritu y ha de compararse brevemente con los anteriores”. “La autoconciencia moral… abandona, o más bien cancela, la separación que había dentro de ella misma y de la que había surgido el disimulo de desplazar, la separación de lo en-sí y del sí-mismo, del deber puro en cuanto fin puro y de la realidad efectiva…”. Así, la Autoconciencia Moral es espíritu moral concreto y “el deber puro, así como la naturaleza -sensibilidad- a él contrapuesta, son momentos cancelados y asumidos; tal espíritu es… esencia moral que se realiza efectivamente, y la acción es figura moral… concreta”. La Certeza Moral “No se comporta como medio positivo universal”, sino que “la certeza moral es, más bien, lo Uno negativo o el sí-mismo absoluto que anula estas diversas substancias morales; es un simple actuar conforme al deber, actuar que no cumple este o aquel deber, sino que sabe hacer lo justo concreto”. “La certeza moral renuncia a todos estos emplazamientos y desplazamientos simulantes propios de la visión moral del mundo, toda vez que renuncia a la conciencia que entiende el deber y la realidad efectiva como contradictorios”. Es decir que la Conciencia Moral aceptaría mejor la conciencia de que el deber y la realidad efectiva son momentos que se entienden. Ahora hay que diferenciar perfectamente entre lo que es Conciencia Moral y lo que es Certeza Moral pues el filósofo los va a poner como momentos contrapuestos. La conciencia moral se capta sólo como lo en-sí o esencia, pero en cuanto certeza moral capta su ser-para-sí o su sí-mismo. La contradicción de la visión moral del mundo se disuelve y la contradicción subsistente converge en la negatividad pura, “Es -el sí mismo- en cuanto lo negativo de la diferencia de la esencia pura, un contenido, y por cierto, un contenido que vale en y para sí”. El deber puro es el momento esencial de comportarse como universalidad respecto a otros, “Es el elemento común de las autoconciencias”, es “el momento del ser reconocido por los otros”, “el hecho de que sea reconocido –el contenido universal- hace de la acción una realidad efectiva” y reconocida. “No se habla ya para nada, entonces, de que la buena intención no llegue a producirse, ni de que al bueno le vaya mal; sino que lo que se sabe como deber se ejecuta plenamente y llega a la realidad efectiva”, “lo conforme al deber es lo universal de toda autoconcienia, lo reconocido y, por tanto, lo que es”. Pero sin el contenido del sí-mismo “este deber es el ser para otro”. En principio “el concepto consistía en que enunciar la individualidad fuera lo en y para sí. Pero la figura que expresaba… este concepto era la conciencia honesta, que andaba dando vueltas con la Cosa abstracta misma. Esta Cosa misma era allí predicado; más sólo en la certeza moral es, por primera vez, sujeto”. “La certeza moral… se comporta como algo que sabe”. “La referencia verdaderamente universal y pura del saber sería una referencia a algo no contrapuesto… pero el actuar… se refiere a algo negativo de la conciencia, a una realidad efectiva que es en sí”. Agua clara. “La conciencia con certeza moral… es consciente de esta naturaleza de la Cosa”, “y su saber incompleto, por su saber suyo, lo tiene ella por un saber suficiente y perfecto”. La Certeza Moral sabe que tiene que decidir entre la multiplicidad de los deberes, pues ninguno es absoluto, ya que sólo el deber puro lo es. “Pero este abstractum -el deber puro- ha alcanzado en su realidad, la de la certeza moral, el significado del yo autoconsciente”. “Pero hay que actuar y el individuo tiene que determinar”, y sabe que tiene la determinación en la certeza de sí mismo, “Esta… es la conciencia natural”, es decir, lo sensible, las pasiones e inclinaciones. “La certeza moral no reconoce ningún contenido como absoluto para ella, pues es negatividad absoluta de todo lo determinado. Ella determina a partir de sí misma; pero el círculo del sí-mismo en el que cae la determinidad como tal es lo que se llama sensibilidad. “Todo lo que… se presentaba como bueno o malo, como ley y derecho, es algo otro que la certeza inmediata de sí-mismo; es un universal que ahora es un ser para otro”. “Mientras que… la certeza moral, la certeza de sí misma es la verdad inmediata pura”, y esta verdad es la certeza de sí misma representada como contenido, “es, nada más y nada menos que el arbitrio del individuo singular y la azarosidad de su ser natural carente de conciencia”, es decir, a parte de los sistemas universales. Esto sigue siendo la libertad absoluta del discurso total del hermoso chico del norte. Ha llegado a su meta. El deber puro tolera cualquier contenido, pero tiene aquí “la forma esencial del ser-para-sí”, esta convicción individual no es otra cosa “que la conciencia de la vacuidad del deber puro, y de que este es sólo momento, que la substancialidad de la conciencia es un predicado que tiene su sujeto en el individuo cuyo albedrío dota al deber de contenido”. Ahí lo tienen ustedes de nuevo señoras y señores las dos auténticas barbaridades del chico del norte, la auténtica herejía filosófica que se había propuesto si ello fuera posible: la libertad como contenido del deber y la sustancia como predicado. Un auténtico heresiarca de la norma y la iglesia filosófica. No confíes mucho, no obstante, en un filósofo pensador que se cree a parte de las contradicciones, el arte de un filósofo consiste en eso precisamente, el uso de la contradicción en su discurso. Ya habíamos dicho que la libertad como virtud y mérito de aspecto profano debe ser una de las características más peculiares de los individuos, de cada uno de ellos, mujer o hombre, rico o pobre, sabio o tonto, vegetal o animal, roca o atmósfera, inmerso ese individuo en el sistema de universales: individuos, especies y géneros. Hegel dice que la substancia de la conciencia es el predicado de un sujeto que es el individuo cuya libertad dota al deber de contenido. Así tal cual. Y se queda tan campante. En primer lugar la Substancia es algo que desde Aristóteles, desde su misma invención, debe ser sólo sujeto, el serlo es la entidad que la hace substancia, si no debe ser otra cosa y cuyos predicados son los accidentes, las características, los contextos, la materia y la forma físicas. Eso que dice Hegel, que yo creo que no es la primera vez que lo hace, es una auténtica herejía filosófica que había que decir para que las herejías religiosas no andasen solas. Pero Hegel dice que es predicado y después de haberla asociado a Cosa y por los intereses precisos ideológicos y los intereses de libertad absoluta de su discurso. Hegel no usa de manera correcta los importantes conceptos creados en la antigüedad. Pero seguramente a no mucho tardar lo va a “arreglar” a su manera. Prosigue el filósofo: “el deber se divide… en la oposición, y por ello, en la oposición de singularidad y universalidad… de manera, entonces, que, por ejemplo, la acción por el mayor bien general sería preferible a la acción por el bien individual”, “el mayor bien general se contrapone al individual singular; con lo que la suya es una ley tal que la certeza moral se sabe libre de ella… dándose… autorización de ponerla o quitarla, de omitirla o de cumplirla”, “lo que el individuo singular hace para sí también le viene bien a lo general; cuanto más se haya ocupado de sí, tanto mayor es, no sólo su posibilidad de ser útil a otros, sino su realidad efectiva misma…: vivir y ser en conexión con los otros”. Auténtico infinito esto. “La certeza moral actúa y se mantiene en la unidad del ser en-sí y del para-sí”. Pero así mismo “la certeza moral queda libre de todo contenido… se absuelve de todo deber determinado que deba valer como ley; en la fuerza de la certeza de sí misma tiene la majestad de la autarquía absoluta para atarse o para soltarse… el deber es el saber mismo”. “Lo que de valer y ser reconocido como deber, lo es sólo por el saber… por el saber de su sí-mismo de hecho”, “y es este ser sabido lo que es lo reconocido, y lo que, como tal, debe tener existencia”. “Una vez más, vemos que el lenguaje es la existencia, el estar ahí del espíritu. Él es la autoconciencia que es para otros… y que en cuanto esta autoconciencia, es universal. Es el sí-mismo que se separa de sí mismo… se hace objetual así… según el sí mismo confluye… con los otros y es su autoconciencia… el ser ahí que ha llegada a hacerse sí-mismo”. O mejor, el sí-mismo que ha llegado al Ser, pero que no presentan relación lingüística, tan solo de parecido. “El contenido del lenguaje de la certeza moral es el sí-mismo que se sabe como esencia. Esto es lo único que enuncia el lenguaje”. “El saber… del sí-mismo cierto de sí es ley y es deber; su intención es lo justo”. “El acto en sí mismo de enunciar… reconoce en ello la necesaria universalidad del sí-mismo; llamándose certeza moral… es decir, se llama un saber y querer universales que reconocen a los otros, es igual a ellos… y por eso ellos también lo reconocen”. En sus remordimientos integristas, Hegel se considera un hombre bueno, un protestante bueno. “La certeza moral, pues, es la majestad de su sublimidad por encima de la ley determinada y de todo contenido del deber, deposita cualquier contenido arbitrario en su saber y su querer; es la genialidad moral la que sabe que la voz interior de su saber inmediato es voz divina”. “Es, así mismo, el servicio divino dentro de sí mismo; pues su actuar es contemplar esta divinidad suya propia”. “Este servicio divino solitario es, esencialmente, el servicio divino de una comunidad”. “El acto de enunciar la certeza moral pone a la certeza de sí misma como Sí-mismo puro… como sí-mismo universal”, “el sí-mismo es expresado y reconocido como la esencia. El espíritu y la substancia de la asociación entre ellos es… su convicción de certeza moral” sus buenas intenciones y el regocijo de la pureza recíproca. “La religión… en cuanto saber contemplado o que está ahí, es el hablar de la comunidad acerca de su espíritu”. La Autoconciencia regresa a su interior, a “la contemplación del yo=yo, en la que este yo es toda esencialidad y toda existencia”. “Depurada hasta esta pureza -la autoconciencia-, la conciencia es su figura más pobre, y esta pobreza… es ella misma un desaparecer; la certeza absoluta… es la no-verdad absoluta que se colapsa; es la autoconciencia absoluta en la que la conciencia se hunde”. “Para la conciencia, la substancia que es en-sí es el saber en cuanto su saber”. “De ahí que los momentos de la conciencia sean esas abstracciones extremas… Es la alternancia de la conciencia desdichada consigo misma”, “el objeto hueco que ella se genera lo rellena únicamente con la conciencia de la vaciedad… es un alma desgraciada, lo que se llama un alma bella, que se va apagando dentro de sí, y se desvanece como un humo…”. “Su particularidad -la de la certeza moral- consiste en que los dos momentos que constituyen su conciencia, el sí-mismo y lo en-sí, valen dentro de ella como valores desiguales”. “El movimiento de esta oposición es… la instauración formal de la igualdad entre lo que el mal es en sí y lo que enuncia; tiene que ponerse ahora de manifiesto que ella es mala -se entiende la certeza moral o la desigualdad, y, así, que su existencia es igual a su esencia: la hipocresía tiene que ser desenmascarada”. Pues aquí hemos llegado, dice Hegel al estilo de Suarez que la esencia es algo muy parecido a existencia, si no la misma cosa, cuando la Certeza Moral es maligna. ¡Vamos hombre, no me jodas, no me jodas! “El mal confesaría entonces, ciertamente, ser un mal, pero al hacerlo, se cancelaría inmediatamente y ni sería hipocresía ni se desenmascararía como tal. De hecho, se confiesa como mal por la afirmación de que, contrapuesto como está a lo reconocido como universal, -el bien, por ejemplo-, actúa según su ley y certeza moral internas”. “La práctica de juzgar hay que examinarla también como acción positiva del pensamiento, y tiene un contenido positivo”. “La conciencia que enuncia que este hacer… es un deber” y “la acción concreta tiene en ella el lado universal”. “Ahora bien, la conciencia que juzga no se queda parada en ese lado del deber… Sino que se atiene al otro lado, conjuga la acción en lo interior, y la explica a partir de su intención…”. “Toda acción… pues… es la realidad efectiva del individuo”, realidad que asume las dos partes genuinas de ese individuo, lo singular y lo universal. Dice que: “para la práctica de enjuiciar no hay ninguna acción en la que ella -la práctica- no pueda contraponer el lado de la singularidad de la individualidad al lado universal de la acción”. “Esta conciencia que juzga, por ende, es ella misma abyecta, pues divide la acción, y produce y retiene la desigualdad consigo misma, Es, además, una hipocresía, porque hace como si semejante emitir juicios no fuera otra manera de ser malo –sino ser lo malo mismamente (esto es mio)-, sino la conciencia recta y justa de la acción”, es decir, ser lo malo mismamente queda asociado a la conciencia recta y justa de la acción. Pero no se sabe cuál puede ser ahí el problema, sea hipocresía o cualquier otra cosa, si los dos contrarios han sido creados correctamente y si la negación absoluta sigue siendo su nexo de unión y esencia que los mantiene como contrarios. A todo lo más que negación absoluta tiene potestad de cancelar alguno de ellos, o ser lo malo o la conciencia recta y justa. Dice que la Conciencia que Juzga “se pone a sí misma más allá de los actos que vilipendia, y quiere que su hablar inactivo sea tomado por una realidad efectiva excelente”. En esta última frase queda pendiente averiguar la naturaleza de los actos que vilipendia esa conciencia, si los buenos o malos, por ejemplo, y que la realidad efectiva resultante podría variar en función de esa naturaleza. Pero repito el acto de juzgar debe ser entendido como un acto de inteligencia, como otra de las cosas normales que pasan en nuestra mente, y la metafísica del acto entendida como algo un poco más allá de una realidad donde siempre se cometieron delitos que jamás fueran restituidos por la mera y crasa imposibilidad de hacerlo. Todo ello nos llevaría pues, al contrario de lo que Hegel piensa y expresa, y en contra así mismo de la existencia o no de una culpa originaria, a unos estadios muy antiguos del desarrollo, una especie de estados naturales anteriores, si estos pudieran concebirse, al surgir mismo de la civilización y la cultura cuando los delitos no existiesen y la Conciencia que Juzga no sólo existiría aparte de ellos, sino que no precisaría de condenarlos ni de perdonarlos. Ya que, por supuesto, debe existir una conciencia que juzga, que aprueba y que condena sobre las cosas y los actos aparte y al margen de la existencia del delito, una conciencia que juzga antes de su aparición, una conciencia moral que juzga el bien y el mal según las cosas de la naturaleza. Y es que ahora, ya inmersos en la cultura y la civilización del silogismo lógico y la ilustración que nos ilumina es necesario seguir haciendo la Cosa, el hecho de ser humanos, pues las cosas se hacen o no se hacen y si se hacen hay que hacerlas de alguna manera, si es de manera excelente pues mejor. Eso que aparece en la Fenomenología es lo que dijo el joven Hegel sobre la forma en que había que hacer las cosas. Es pues en esa inmersión en lo civilizatorio y la existencia del delito donde la conciencia que juzga, al no estar posibilitada para restituir y devolver lo matado y lo robado, se identifica con la apariencia y el disimulo, donde la sustancia primigenia de su inocencia, tiene que lidiar con la seriedad de la miseria y volubilidad de lo humano. Más tarde ambas cosas se confunden, la apariencia con la conciencia que juzga, y los asuntos han de regirse por una serie de normas y leyes que no tienen la justicia en sí mismas, sólo sirven para función del sistema. Y es que es precisamente ahora cuando se produce el arrinconamiento pensacional, ideológico y filosófico de la universalidad católica en esos tiempos y esos ámbitos. Y es que son maestros protestantes y luteranos quienes hicieron eso con sus escritos. En el universo católico no existiría ya una respuesta para esa manera singular de ver las cosas y se remitiría a las viejas glorias y la teología pura. Toda esta clase de asociaciones analógicas -metafísica- que se advierten al final del escrito de la Fenomenología pueden ser debidas al hecho simple de asociar Estoicismo con Escepticismo que se habría advertido desde el principio del comentario. Quizás la asociación habría que haberla planteado de otra manera, pues si bien la libertad concedida por los estoicos para el silogismo lógico con su variante condicional podría perseguir metas escépticas, también es que lo escéptico no está mucho por el control del espíritu, sino mejor hacia la libertad de las formas epicúreas. Prosigue el filósofo: “Más a esta confesión del mal: yo he sido, no sigue la réplica de una confesión igual”, al estilo de que el bien dijera que había sido, Ahrimán gana en este caso, pues la conciencia que juzga repudia esa comunidad, con lo cual la escena se invierte en el sentido de que el mal puede ser bien y el bien mal y la Conciencia que reconoce, en contraposición a la conciencia que juzga, termina en la necesidad “de contraponer al mal la belleza de su alma”. Con lo que “Lo que aquí se pone es la más alta sublevación del espíritu cierto de sí mismo; pues el espíritu se contempla como este saber simple del sí-mismo en el otro”. “Pero lo otro, la conciencia que condena… Se muestra… como la conciencia abandonada por el espíritu y que lo niega”, no reconoce al espíritu como dueño y maestro de cualquier acto y toda realidad efectiva. “Al mimo tiempo la conciencia que condena no conoce la contradicción en la que incurre… y tiene su existencia en el discurso de su juicio condenatorio… y por medio de esta dureza produce la desigualdad que todavía está presente”. Y no es que esa desigualdad, decimos nosotros, siga presente por lo que tú, Hegel, dices, por la dureza del juicio, sino porque la cosa no tiene remedio y sin duda por la palmaria imposibilidad de una justicia perfecta, ni en el silogismo lógico -sólo uno de los dos opuestos contrapuestos al mismo tiempo es verdad y sigue vivo- ni en la efectiva realidad -la vida del asesino no sabe pagar la del muerto-. Si ambos contrarios no pueden seguir vivos, según la lógica, si no se puede restituir la vida al muerto la desigualdad permanecerá para siempre. No se puede aquí contar con el otro -con el que juzga y condena- para que nos solucione ese nuestro legislativo inicial problema presente. Dice el filósofo que el espíritu cierto de sí mismo en cuanto alma bella no posee la fuerza para alcanzar la igualdad con la conciencia rechazada, es Ahrimán entre cuyas potencias no se cuenta la de hacer un ser de Ormuz, su hermano, aunque Hegel sueñe y quimere que sí, es el universo que no es un círculo sino la espiral consciente del apeirón, es el estado del acto y el gobierno de la potencia, “de ahí que la igualdad sólo llegue a producirse de modo negativo, como un ser sin espíritu”, “el alma bella, pues, en cuanto conciencia de esta contradicción… queda sacudida hasta la locura, y se deshace en una nostálgica tuberculosis. Con lo cual renuncia, de hecho, al duro retener su ser-para-sí, pero no produce más que la unidad, carente de espíritu, del ser”. “La igualdad verdadera, a saber, la que es autoconsciente y es ahí, está ya, conforme a su necesidad –su razón, o manera de ser las cosas-, contenida en lo que antecede”. Dice que: “Aquella conciencia mala”, la conciencia no-moral, pone aquí el despojamiento de sí y a sí misma como momento. “Pero a este otro, a la conciencia que condena… también tiene que rompérsele su condena unilateral no reconocida” y que al igual que la primera “presenta el poder del espíritu por encima de su realidad efectiva, ésta -la conciencia que condena- presenta el poder por encima de su concepto determinado”. Dice que la conciencia que condena otorga el perdón a la conciencia mala, no-moral, en la renuncia a sí y a su esencia inefectiva “y a lo que era llamado el mal por la determinación que el actuar adquiere en el pensamiento, lo reconoce como bueno”. “La palabra de reconciliación es el espíritu que está ahí, que contempla el saber puro de sí mismo como esencia universal en su contrario, en el saber puro de sí como singularidad que es absolutamente en sí: un mutuo reconocerse que es el espíritu absoluto”. Las últimas secuencias de este apartado y capítulo se fabrican en base a estos dos contrarios: el saber absoluto y el saber singular. Dice Hegel que: Aquel saber primero es la continuidad pura de lo universal que sabe que la singularidad que se sabe como esencia es lo nulo en sí, es el mal. Mientras que el segundo saber es la discreción absoluta que se sabe a sí misma absoluta dentro de su pura unidad, y sabe que aquello universal es lo irreal e inefectivo, que es sólo para otros”. Y termina el filósofo: “Pues tal oposición es, más bien, la continuidad indiscreta y la igualdad del yo=yo; y cada uno para sí, precisamente por la contradicción de su universalidad pura, la cual a la vez sigue oponiéndose a su igualdad con el otro y se separa de él, cancelándose en él mismo. Por este despojamiento en el que se exterioriza, este saber dividido en su existencia regresa a la unidad del sí mismo; es el yo efectivamente real, el universal saberse a sí mismo en su absoluto contrario, en el saber que es-dentro-de-sí, el cual en virtud de la pureza de su ser-dentro-de-sí separado, es el mismo saber perfectamente universal”. Nosotros diríamos: “Ecce homo expositus, quod demonstratum est”. Lo que sigue no es un punto y aparte sino un punto y seguido de la frase anterior hegeliana. Dice Hegel que: “El Sí que reconcilia, en el que ambos yoes se desasen de su existencia contrapuesta, es la existencia del yo extendido a la duplicidad, que permanece igual a sí en ella y que, en su exteriorización y contrario perfectos tiene la certeza de sí mismo; es el Dios apareciendo en medio de ellos, que se saben como el saber puro”. Pero no se sabe la necesidad que tiene dios, si es dios, de aparecer, de mostrarse entre dos algos que son yoes, no se sabe si dios es un fenómeno como algo que aparezca, sino que más bien parece algo que ya estaba allí. Además, según Husserl, autor que veremos a continuación después de Bergson, dice en su escrito “Problemas fundamentales de la Fenomenología” que “la presencia fenomenológica no es presencia que aparezca, sino autopresencia en su sentido absoluto”. Es de prever, pues, que dios es el ser único que la tiene siempre tiesa. O que la tenía, por mí. Lo que sí puede afirmarse y ahora mismo es que ¡Tú eres un fenómeno! Como filósofo, como yo y como Hegel, un auténtico fenómeno del pensamiento entre ciclista y futbolista a lo Suarez. Hay que saber, no obstante, si tú también sabes tenerla siempre tiesa. Cap. VII. La Religión. Dice el filósofo que la fe “en la nada de la necesidad y en el mundo subterráneo se convierte en fe en el cielo”. Pero este reino de la fe “sólo en el elemento del pensar despliega su contenido sin el concepto” y sucumbe a su destino “en la religión de la Ilustración. En ésta, se reinstaura… el más allá suprasensible del entendimiento, pero de tal manera que la autoconciencia queda satisfecha en el más acá y a lo suprasensible, al más allá vacío, el que no se ha de conocer ni de temer, no lo sabe ni como sí-mismo ni como poder”. Es este un más allá suprasensible muy extraño que no es espiritual (sí-mismo), ni físico (poder). |
Última Edición: 10 Ene 2025 00:16 por outsider.
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