Thunderbird escribió:
Es esta dependencia común respecto a un principio último trascendente lo que nos iguala a todas las cosas, y en función de esta condición igual es posible aplicarnos a unas cosas las consecuencias que se extraigan de los fenómenos que se producen en otras.
Realmente, Thunderbird, has dado en el quid de la cuestión con gran agudeza; es un placer tener aquí foreros con ese nivel de sutileza. Tu crítica al platonismo es prácticamente la misma que la que le hace Aristóteles, interpretado por Aubenque, y que resumo a continuación (lógicamente, por las caracterísiticas propias de un foro como éste, dejando a un lado la infinidad de matices que el profesor de la Sorbona va poniendo de relieve, para las que remito al libro “
El problema del ser en Aristóteles”).
El problema al que se enfrenta el estagirita es el siguiente: la
ousía del hombre es que tiene
logos, discurso; pero el número de cosas en la realidad es infinito y, sin embargo, el número de las palabras es finito: no hay nombre para todas las cosas que existen, ni puede haberlo; siempre habrá más cosas que palabras. Por tanto, el problema filosófico fundamental, teniendo en cuenta que la filosofía no es sino discurso sobre el mundo, consiste en que hay palabras que designan varias realidades con el mismo nombre y eso, la polisemia, es el núcleo fundamental de los problemas filosóficos.
Aristóteles identifica dos situaciones diferentes de polisemia: la sinonimia y la homonimia (esas palabras griegas no significan exactamente lo mismo que en nuestro castellano actual, lo que hay que tener muy en cuenta). La
sinonimia es el fenómeno mediante el cual se designan cosas distintas mediante la misma palabra porque tienen algo en común, que es precisamente lo que justifica el uso de esa palabra para dos realidades distintas. Así, puedo llamar a Juan “animal” y también llamo “animal” a Fido, pues aunque aquél pertenezca a la especie “hombre” y éste a la especie “perro”, ambas especies son del género “animal”, pertenecen a un género común. Sin embargo, la
homonimia es casual o arbitraria; así, hablamos del Can (constelación) o del can (animal) sin que el uso del mismo nombre tenga fundamento real alguno.
El problema filosófico crucial de la metafísica es el uso de la palabra “ser”. ¿Nos halllamos ante un fenómeno de sinonimia o de homonimia? Y el problema es complejo y difícil, pues si bien es cierto que decimos aquel árbol “es” y este libro también “es”, ¿qué queremos dar a entender que tienen en común el árbol y el libro? No parece, en principio, que podamos afirmar que el uso de “ser” en ambos casos sea arbitrario, pues parece que sí queremos significar que tienen algo en común, la existencia. Pero, por otro lado ¿no es cierto que algo que todas, absolutamente todas, las cosas tienen en común es algo que no es nada, que no significa nada, puesto que es un predicado universal y, por lo tanto, insignificante, que no nos dice nada?
Hasta Aristóteles el problema había quedado irresuelto. Por un lado, los eleatas, al dar un significado de “género universal” al “ser” habían derivado en el inmovilismo del Ser parmenídeo: si todo es, todo es lo mismo, puesto que, en última instancia predicamos lo mismo de todas las cosas, y no hay diferencia entre ninguna de las cosas (salvo sólo diferencia aparente); a esta conclusión se llega si se considera que la palabra “ser” es un caso de sinonimia en el sentido antes dicho. El punto de vista opuesto es el de los sofistas que, considerando que “ser” es un caso de homonimia, derivan en que sólo hay individuos, no hay géneros, y de ahí la continua equivocidad del lenguaje, que usa menos palabras que realidades hay y, por lo tanto, que permite defender tanto una cosa como su contraria.
La respuesta platónica al desafío sofista es el sistema de las Formas o Ideas. Hay efectivamente un género universal común, un Ser real en el mundo de las Ideas, del que “participan” las cosas del mundo sublunar y material. Pero esta solución no convence a Aristóteles, le parece que no acaba de solucionar el desafío sofista. Ése es el sentido de la conocida frase de Aristóteles en la Metafísica: “el ser se dice de muchas maneras”. Frente al ser único de Platón (sinonimia), un ser homónimo (que tiene diferente significado cada vez que se usa, que no refiere a una única realidad). Pero un ser homónimo no, como querían los sofistas, por pura arbitrariedad o azar, sino porque no podemos “decirlo” de otra forma que usando la misma palabra aunque se trate de realidades diferentes. Ésa es la aporía a la que se enfrenta Aristóteles y no es capaz de resolver. Aubenque lo expresa con meridiana claridad (p. 222 de la edición francesa, la traducción es mía):
Aubenque escribió:
En nuestra investigación sobre un discurso único sobre el ser, hemos vuelto a encontrar las dificultades inherentes al proyecto de una ciencia del ser en tanto que ser. Esas dificultades se resumen en una aporía fundamental, cuyo desarrollo radical nos pondrá quizá en la vía de una nueva salida. Esta aporía podría formularse en tres proposiciones que Aristóteles sotiene de forma alterna y que son, no obstante, tales que no podemos aceptar dos de ellas sin rechazar la tercera:
1) Hay una ciencia del ser en tanto que ser.
2) Toda ciencia trata de un género determinado.
3) El ser no es un género.
Como se puede ver, la crítica de Aristóteles a Platón es la misma que la tuya, Thunderbird: los platónicos consideran que hay analogía o similitud (mismo género) incluso al último nivel (el del ser), cuando eso no es así: el ser no es un género, no es una Idea o principio común del que participe todo lo que existe, una idea universal aplicable a todo absolutamente.
Y ya que tu interés, más que ontológico, es de carácter ético-político, hay que reseñar que Aubenque pone de manifiesto que hay un paralelismo entre esa posición de Aristóteles en el ámbito ontológico y la que sostiene en el ámbito moral. Lo mismo que ocurre con el Ser ocurre con el Bien: que hay una homonimia (aunque justificada, sin que podamos decir en qué radica esa justificación). Por eso, en la Ética nicomáquea, afirma Aristóteles que “el bien, igual que el ser, se dice de muchas maneras”. La palabra bien (que para Platón era una Idea real, el Bien) es otro caso de homonimia: no hay un género para lo bueno, pues tanto se dice de un cuchillo (si corta) como de un paseo (si es saludable), etc. No es posible identificar el Bien como género; pero tenemos la sensación de que cuando hablamos de lo “bueno” no estamos en el mismo caso que cuando hablamos del “can” (constelación o animal).