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TEMA: Filosofa, ingeniero. La gestión

Filosofa, ingeniero. La gestión 23 Nov 2010 13:30 #318

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Estimados compañeros, os dejo aquí el enlace a otro de los artículos de la revista BIT del Colegio Oficial de Ingenieros de Telecomunicación. Este lo escribí en Octubre de 2007 en el número 165 y trata de La gestión.

www.coit.es/publicaciones/bit/bit165/65-67.pdf

Espero vuestros comentarios.

Gracias.
Javier Jurado
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Re: Filosofa, ingeniero. La gestión 08 Dic 2010 11:12 #527

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El artículo de Kierkegaard nos pone frente a uno de los tipos básicos de la Ética contemporánea: el burócrata de Max Weber. Porque desde el Derecho romano la gestión, la negotiorum gestio, ha sido gestión de negocios ajenos y no propios. Cuando Weber observó que en la modernidad no hay sino politeísmo moral, es decir, pluralidad de visiones morales frente al monolitismo ético de la antigüedad, aparece la distinción entre medios y fines, y con ella el burócrata, el científico que se especializa en la utilización de medios, desentendiéndose de los fines, que supone dados por instancias externas a él. Es la misma distinción que se hace en la ciencia económica entre Economía normativa (o Política económica), que señala cómo deberían ser las cosas y fija objetivos deseables, y la Economía positiva (o Teoría económica), que se centra en el estudio científico de las relaciones fácticas. El político y el científico weberianos. Pero en relación con todo ello surgen dos cuestiones: 1) ¿Es tan tajante la separación entre medios y fines?, y 2) ¿Qué consecuencias acarrea para el propio burócrata, en cuanto también es persona con creencias propias, ese desdoblamiento entre su papel como instrumento de los fines de otros y su cualidad humana de fin en sí mismo?

En cuanto a lo primero, la función del burócrata puede presentarse bajo dos aspectos de maximización: o bien parte de unos recursos (medios) dados limitados (restricción presupuestaria) y su labor consiste en obtener de ellos el máximo valor añadido (fines); o bien se le presenta un objetivo o fin dado y se le pide que lo cumpla utilizando el mínimo de recursos o de medios, el menor coste posible que permita alcanzarlo. Pero bajo esa apariencia de separación entre fines y medios hay siempre un punto de contacto, una conexión que permite enlazarlos; esa conexión es el precio, el valor socialmente objetivado de los diferentes bienes. Porque lo que se obtiene de la gestión (fines) es un valor cuantificado multiplicando cantidad por precio (QiXPi, donde i son los distintos productos o servicios producidos) y lo que se emplea en obtenerlo (medios) es otro valor que se obtiene mediante otra multiplicación de cantidad por precio (QjXPj, donde j son los diferentes recursos utilizados para producir i). El burócrata maneja los precios P como datos; pero en la medida en que los precios no son unos absolutos, sino relativos entre ellos y, además, dependientes de la cantidad Q disponible de cada bien por la ley de la oferta y la demanda, el burócrata, al gestionar, está interfiriendo en los valores y, en consecuencia, determinando y condicionando los fines a los que, en principio, pretendía mantenerse ajeno. Sin contar, además, con los bienes para los que el mercado no es capaz de fijar precio, externalidades y demás anomalías del mercado que el burócrata debe suplir mediante “precios-sombra” y demás artificios que le obligan a introducir valoraciones propias y subjetivas en el proceso de toma de decisiones.

Respecto a lo segundo, se produce el fenómeno de la alienación, tan característica de la modernidad. La quiebra de la vida del hombre en dos ámbitos no sólo separados, sino contradictorios: la vida laboral a la que uno se siente extraño, pues se está poniendo al servicio de fines ajenos, pero necesaria para la subsistencia, y la vida privada en la que uno pretende realizarse como ser humano. Una importante fuente de angustia y malestar este círculo en el que uno tiene que hacer lo que no quiere para poder hacer lo que quiere.

Pero también en la cuestión primera observamos otra fuente de estrés, el nombre moderno para la angustia, como muy bien nos dice Kierkegaard en su artículo: la incertidumbre. Los economistas han ideado una expresión que utilizan con frecuencia al plantear sus ecuaciones de equilibrio: rebus sic stantibus, todo eso que predigo se cumplirá “si permanecen así las cosas”. Esa cláusula reconoce la incertidumbre, el riesgo, lo que los clásicos llamaban Fortuna o “tyje”. Nada permanece estable, todo se desenvuelve en una mudanza eterna, pues hasta lo que yo mismo hago modifica el entorno en base al cual tomé la decisión de hacerlo. El burócrata, el científico, lo sabe, pero se ve atrapado en su propio papel de taumaturgo de la vida social, pues si reconociera que el resultado de su diseño de medios es azaroso, ¿para qué necesitaríamos al burócrata, que nada garantiza? El burócrata vende que tiene la llave para conseguir fines, pero sabe en su interior que la consecución de tales fines depende en gran medida del azar, lo que produce la inevitable ansiedad del mentiroso ante la posibilidad de que se descubra su mentira.
Bin ich doch kein Philosophieprofessor, der nöthig hätte, vor dem Unverstande des andern Bücklinge zu machen.
No soy un profesor de Filosofía, que tenga que hacer reverencias ante la necedad de otro (Schopenhauer).


Jesús M. Morote
Ldo. en Filosofía (UNED-2014)
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Re: Filosofa, ingeniero. La gestión 08 Dic 2010 11:43 #532

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Gracias por tus aportaciones. Tengo sin embargo, que hacerte alguna observación en respuesta.
Nolano escribió:
Pero bajo esa apariencia de separación entre fines y medios hay siempre un punto de contacto, una conexión que permite enlazarlos; esa conexión es el precio, el valor socialmente objetivado de los diferentes bienes
No me parece que los precios sean el punto de contacto que estimas, ni que sean tan subjetivos como los pintas. Es cierto que en la gestión de proyectos (como recogen las mejores prácticas del Project Management Institute) se guardan márgenes económicos y temporales de contingencia para los riesgos, y que ese colchón difiere casi siempre de la realidad última, de los costes efectivos. Pero los costes finales son reales y objetivos, no están sólo socialmente objetivados sino también naturalmente o realmente objetivados. Serán relativos al tiempo, al espacio, a la ley de la oferta y la demanda y por tanto deberán incorporar al valor subjetivo de "cuánto estaría dispuesto a pagar un cliente"... Pero los últimos cimientos se asientan en costes reales y concretos del entorno, la disponibilidad real de recursos, el tiempo ciertamente objetivo, el coste humano imprescindible para sobrevivir que es preciso tener en cuenta para alcanzar los objetivos en los que se empeña el esfuerzo del proyecto, etc. Por ello me parece un tanto evasivo ese punto que crees encontrar en común...

Antes bien, entiendo que el punto de contacto que conecta medios y fines es el de la persona integral, el del ingeniero que tiene en cuenta los valores que también le construyen como persona (axiología de la ciencia, que tanto han desarrollado Javier Echeverría y un profesor precisamente de la UNED J. Francisco Álvarez, al que cito en mi artículo). Algo en lo que hemos desembocado en el otro hilo referente al ruido, al espetar al ingeniero, lo que decía Ortega “Vean pues, los ingenieros cómo para ser ingeniero no basta con ser ingeniero”.

Un último comentario: no es lo mismo el riesgo que la incertidumbre. Y esta distinción es imprescindible. El primero es probabilísticamente estimable, y por tanto, entra dentro de nuestras previsiones aunque puedan gozar de error finalmente. El segundo es la radical y última limitación inaprensible, en la que nos jugamos la certeza decapitadora (y por lo que hemos visto de otros hilos, Nolano, también posibilitadora para ti de una respuesta contundente ante el mal del mundo amparado en el relativismo). Para distinción entre riesgo e incertidumbre recojo la referencia que cito: Álvarez J. F A grandes males, pequeños remedios: la gestión del riesgo. Versión Noviembre 2002 para UIMP-Valencia. UNED. Madrid.
Javier Jurado
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