Εν οιδα οτι ουδεν οιδα
Sócrates
La filosofía es ciertamente encantadora, Sócrates, cuando alguien se da a ella mesuradamente en la juventud; pero si se cultiva más allá de lo debido, es la perdición de los hombres. Por muy bien dotado naturalmente que esté un hombre, si continúa filosofando mucho después de la juventud, es forzoso que se vuelva ignorante de todas aquellas cosas que es menester sepa el hombre que haya de llegar a ser un hombre cabal y considerado: se vuelve ignorante de las leyes del Estado; de las palabras de que hace falta servirse al hablar a los demás en los asuntos públicos y privados; de los placeres y de las pasiones propias de los hombres; en suma, se vuelve ignorante absolutamente de todas las cosas humanas... Acercarse a la filosofía en la medida en que contribuye a la educación, está bien; no le está mal, a quien es un muchacho, filosofar. Pero desde que un hombre ya mayor sigue filosofando, la cosa se vuelve ridícula, Sócrates... En un muchacho joven me place el espectáculo de la filosofía; me parece adecuado; estimo que tal joven es un hombre digno; que el que no filosofa no es un hombre digno, ni jamás llegará a hacerse capaz de ninguna acción bella ni grande. Pero la verdad es que, cuando veo a un hombre mayor seguir filosofando sin cesar, me parece que a este hombre, Sócrates, le está haciendo falta ya- una buena tanda de palos.
Platón, Gorgias
Armonía preestablecida entre la filosofía y la soberbia. En ambas se dan las mismas notas capitales. Intelectualidad: la filosofía es cosa de saber; la soberbia, conciencia de superioridad intelectual. Sustancialidad salvadora: la filosofía busca lo sustancial salvador y piensa encontrarlo en la soberbia sustancialidad y salvación en sí. Abstracción: la filosofía es abstracción intelectual y vital; la soberbia, distanciadora, aisladora. Principalidad superior y dominante, que es, en suma, la definición, idéntica, de una y otra. En fin, extremosidad trascendente de lo humano y metafísica, que se patentiza en el carácter definitivo y absoluto del saber de los principios y de éstos mismos, y en los elementos divinos y demoníacos del fenómeno de la soberbia en su modalidad apical.
José Gaos, Dos ideas de la filosofía, Prosopopeya del filósofo-fenomenología de la soberbia
Últimamente vengo haciendo una reflexión que me gustaría compartir con vosotros y que versa sobre la frónesis, la prudencia que la filosofía debería ayudarnos a ejercitar, la sabiduría que deberíamos cultivar con ella. Pero me miro y miro a mi alrededor y mi observación me desalienta un tanto.
¿Nos ayuda la filosofía en nuestro día a día a no engreírnos tanto, a no criticar con tanta soltura, a no precipitarnos a censurar, a tachar a los demás de ignorantes – muchas veces sólo porque no comparten lo que no es más que nuestra opinión – obviando nuestra propia ignorancia, clave socrática de la filosofía?
¿Nos sirve la filosofía para armarnos de prudencia, para no dar por buena cualquier verdad que nos resulta afín - porque las otras somos rápidos en tratar de desmontarlas -, para no dar por definitiva una postura, al menos nunca lo suficiente como para sentirnos legitimados a emplearla sin cautela, sin piedad con los demás?
La humildad a la que creo que nos invita la filosofía procede para mí de este fundamento epistemológico transido de incertidumbre. Ya os lo he compartido en múltiples ocasiones. Pero en el fondo, advierto cada vez más como Gaos ese trasfondo diabólico del filósofo henchido de soberbia.
Evidentemente, no hay que malinterpretar esta prudencia como pusilanimidad, conformismo, resignación, relativismo o cobardía. Pero, ¿nos ayuda la filosofía a discernir bien el equilibrio de lo que es una crítica prudente? ¿o es más bien un impedimento que nos espolea a abandonar la templanza clásica, aspirantes a abarcar la totalidad, a ocupar la instancia metafísica, a poseer la perspectiva privilegiada? ¿Moderamos adecuadamente nuestra lengua, siendo conscientes de que somos señores de nuestros silencios, pero esclavos de nuestras palabras –este foro es una buena muestra de esa esclavitud? ¿o sobrepoblamos nuestros pensamientos y palabras – hasta agotar – de críticas a los otros, de los que en última instancia desconocemos su más íntima circunstancia? ¿nos aplicamos suficientemente el principio de universalidad kantiano como autocrítica a nuestra subjetividad? ¿o nos acomodamos como cualquier otro sólo que con mayor retorcimiento demagógico y sofista del lenguaje para acabar en lo de siempre: “mi caso es diferente”?
Soy el primero que cuestiona y crítica hasta el último matiz. Pero a veces me acabo incomodando o cansando de tanta crítica, especialmente la más obstinada, y me pregunto si, en esa andadura, el balance de la filosofía – que es salvación y perdición – ayuda lo suficiente.