Thunder, con acierto escoges la intención socrática. A la gallega no era más que un pequeño guiño.
Sobre los temas que creo que quedan un poco coleando:
1. Aunque el terrorismo pueda ser una cuestión de procedimiento, también lo es de principio: antes que el diálogo democrático, estima que es posible anteponer el uso de la fuerza. Y como esto es intrínsecamente contrario al diálogo en sí, es fácil ver que es contrario a la democracia. Pero, ¿y un partido que fuera xenófobo, no desde la radicalidad que a nivel de procedimientos antepusiese la violencia al consenso, sino desde la postura ideológica de que los inmigrantes no tienen los mismos derechos fundamentales que los nacionales amparándose en la violencia legítima de la que como decía Weber tiene monopolio el Estado? Podríamos esgrimir que esta ideología contraría los principios fundamentales de la democracia, los derechos humanos en sí. Pero estos, aunque no son cronológicamente “preconstitucionales” porque que en la Constitución se recogen, sí son anteriores al debate democrático – porque este dura siempre – y por tanto podrían ser discutibles y revisables.
Este es el acuerdo de mínimos del que partir, el área solapante de Rawls. La cuestión es si con la ley electoral no estamos en esta misma situación: qué difícil es cambiar una ley de este tipo, no sólo porque interese a las mayorías en el poder que hasta él fueron encumbradas por ella, sino porque además forma parte de esos mínimos previos al debate mucho más difícilmente revisables: las condiciones de contorno de los que dialogan vienen dadas precisamente por ella. Un poco más adelante me mojaré en este asunto.
2. Dices que “En las democracias plenas actuales los gobiernos deben someter sus decisiones a la aprobación de la mayoría del parlamento”, pero no es cierto en general, porque el gobierno no tiene que andar consultando al parlamento todas y cada una de sus decisiones, ya que gobernar resultaría impracticable. Por eso, mi pregunta iba encaminada a evidenciar que, si bien ahora existe un mayor control del poder legislativo sobre el ejecutivo – cosa que creo que contradice un tanto tu tesis inicial – ahora como entonces los gobiernos también tienen un margen de operación que hace factible la gobernabilidad. Por lo que creo que la evolución es un cambio de mayor o menor grado, y no un cambio sustancial: aun cuidando las formas como apuntas, y con lo que estoy de acuerdo, el poder ejecutivo y el legislativo están ahora más separados que en otras épocas. Al final, en diferentes formas, el gobierno tiene que ir rindiendo cuenta ante el parlamento en sesiones de control y similares, y sobre todo, ante los ciudadanos, a la par que, como decías – y ahí es donde yo iba – señores como Aznar pudieron enviar tropas a Iraq sin tener que consultar con el parlamento – que por otro lado, en mayoría absoluta les habría dado el beneplácito.
3. Como casi siempre, creo que hacemos una aproximación diferente, o énfasis en diferentes perspectivas, pero llegamos a un lugar común: Yo creo que el cambio en los partidos acompaña a la paulatina evolución sociológica acorde con la ciudadanía a la que representan – y que efectivamente se ha visto influida por las caídas de los totalitarismos y la pérdida de las ideologías propia de la postmodernidad. Entiendo tu cierta nostalgia platónica – como dices – por respetar y servir más profundamente a los principios políticos que a los intereses electorales. Pero lo cierto es que estos partidos actuales que aglutinan intereses, que pueden llegar a ser contradictorios, son una muestra del relativismo moral – politeísmo weberiano – en el que nos encontramos: los propios ciudadanos somos incongruentes en muchos aspectos, y no tenemos grandes verdades ni sistemas totalizantes sobre nuestras cabezas, sino un pragmatismo del día a día que relativiza algunas cosas y va madurando otras. Esto no es necesariamente malo, no es estrictamente una “degeneración”, sino una razonable consecuencia de haber aprendido que las “grandes verdades” han conducido a la humanidad a cometer “grandes errores” y “grandes masacres”. Por eso la democracia ha abrigado con un inicio esperanzado que poco a poco se va desencantando este pragmatismo relativista que nos obliga a cuestionar nuestras propias ideas e ir adaptándose a las circunstancias de los intereses plurales –especialmente acelerados, además, por el intercambio cultural que supone la globalización. Aunque nunca llegase a existir el voto de clase – como apuntas – mucho más ideológicamente disciplinado podía encontrarse el electorado entonces que ahora, donde los indecisos deciden mucho más, lo que no es necesariamente una degeneración, si nos cuidamos de que estos indecisos no lo sean por abulia, desinterés o desde el analfabetismo.
El debate está en que quizá este es un efecto rebote ya excesivo, y que ya es hora de superarlo. Todo el movimiento, y no sólo el de los partidos, resulta hasta cierto punto razonable tras escaldarse con aquellas grandes verdades y fidelidades a principios que degeneraron en diferentes horrores totalitarios. Pero ¿no es ya tiempo para empezar a abandonar esta ambigüedad? Quizá sí. Sólo apunto a que debemos andar con cuidado al decidir por dónde queremos trazar el sendero para la recuperación de ciertas seguridades – como firmemente quieren neoconservadores y comunitaristas –, no sea que regresemos a una inestabilidad análoga a la de los veinte y los treinta del siglo XX, con populismos enfrentados y loables llamadas a recuperar la fidelidad política a unos ideales incuestionables que podrían hacer degenerar ciertamente la democracia.
4. La estabilidad de la democracia no quiere decir la estaticidad de la democracia. Estáticos o casi son los gobiernos totalitarios, inamovibles salvo en mínimas evoluciones a lo largo de décadas. Y es que la única forma de ganar la estabilidad del pluralismo es mantener el equilibrio dinámico tanto de sus gobiernos como de sus partidos, cuyos programas no son “inestables” sino más bien “dinámicos”, adaptados a ese pragmatismo sin olvidar su polo ideológico que ilumina pero no determina las posturas petrificándolas por los siglos. No obstante, entiendo tu observación de que la rigidez de las estructuras y no de los contenidos, es síntoma de cierta comodidad, o establishment, y esto tiene mucho que ver con el ejemplo de la ley electoral acomodada a ciertos intereses. Pero de nuevo nos encontramos en un debate: aun no compartiendo ciertas afirmaciones un tanto demagógicas de Wert, sí es cierto que la ley electoral pretende ser un compromiso entre equidad y gobernabilidad. En la equidad absoluta es más fácil, como en parte le sucede a Italia, que sea tan difícil gobernar, e incluso oponerse a partidos que sí logran el gobierno gracias a una mayor disciplina, frecuentemente asociada a la derecha – de ahí, entre otras cosas, el sempiterno Berlusconi. El caso extremo de este pluralismo ingobernable se refleja paradigmáticamente en las luchas intestinas del bando republicano en la Guerra Civil Española, que amén a su pluralismo, tuvieron que ver con la derrota del gobierno de la República, e incluso con el convulso ambiente que se vivía en fechas previas al golpe del 18 de Julio. El extremo contrario, el de la gobernabilidad absoluta – como por ejemplo sucediera si el sistema jugase al “rey de la pista”, y en un esquema binario sólo el que más votos hubiera logrado obtuviese plenos poderes, representación completa en la cámara y no solo en el gobierno. Entonces hablaríamos de totalitarismos, de fusión de poderes, y de la abolición de las minorías (incluso minorías muy mayoritarias). Evidentemente estos son extremos que no se darán, pero iluminan el continuo en el que se produce el debate. ¿Dónde está el medio virtuoso? El debate y las diferentes opiniones me parecen razonables en cualquier caso, y no posturas necesariamente vergonzosas, Nolano.