Es interesante ramificar, desde luego, pero si nos dejamos algo en el tintero, no dudes en volver atrás y retomarlo, o abrir un hilo nuevo a propósito de otra cosa.
Thunderbird escribió: Esta separación entre el Sein y el Sollen, entre la facticidad y lo que debería ser, es un tema cardinal en la Filosofía Práctica (Ética y Política). Frente a la ingenuidad de un platónico o un agustiniano, la realpolitik de Maquiavelo apela más al polo realista-pesimista del comportamiento humano y a la necesidad práctica de hacerle frente y gestionarlo con medidas que puedan no muy bien corresponder a los fines ideales que en general predicamos.

Pero desde luego, ese divorcio entre la discusión teórica y la política se manifiesta claramente en "El político y el científico" de Weber obra en la que aparece cómo el político debe "vender su alma" por la unicidad de su vocación, renunciando a la búsqueda de la verdad del científico. No existe acción política - dice - que para desarrollarse no tenga que faltar a la verdad, ocultándola o torciéndola. Es decir, que no se puede simultáneamente ser científico y político sin faltar a la vocación de ambas profesiones. Fuera de la ciencia, para Weber no hay más que elección, y el politeísmo moral al que apunta revela que en la práctica no existen normas que puedan fijar con precisión científica el Sollen, lo que conduce a un relativismo inevitable. En palabras de Reale y Antiseri para Weber El médico puede curarnos, pero no es él, en cuanto médico, quien determina si vale la pena vivir o no. Y en esta abierta elección, Weber sostenía un antiutopismo fruto del miedo a la Revolución. Su preferencia indisimulada por el líder carismático tendría su influjo sobre el posterior nacimiento del nacionalsocialismo, en una suerte de profecía autocumplidora. Sin cierto idealismo positivo y realimentado, sin esperanza y confianza en el género humano y en la posibilidad de alcanzar un consenso razonable con cierta aproximación al horizonte de una "voluntad general", la democracia sucumbe.

Pero también es cierto que el realismo de Weber en El político como vocación estaba escrito, según Raymond Aron, para los pacifistas de corte cristiano, que no tienen en cuenta las consecuencias de su postura, incapaz de contribuir definitivamente a la paz entre las naciones; y también para los revolucionarios, que tampoco miden las consecuencias de sus actos porque absolutizan un fin legítimo de forma que nunca se paga demasiado por la revolución. ¿No son en cada caso idealismos inanes o tendientes al totalitarismo? Sin esta dosis de moderación y sentido común, que pone los pies en la tierra e invita al realismo para saber manejarse entre bambalinas, la democracia ingenua - y no necesariamente degenerada - también peligra.

En fin, una nueva tensión dialéctica de esas que nunca nos hará dejar de plantear perspectivas que se aproximen al problema apelando a la necesidad de enfocarlo desde distintos puntos de vista para mantener su equilibrio.

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Una breve aportación de hoy, esta viñeta sobre ¿el secuestro de Europa?

Quizá, aparte de los nacionales europeos, haya intereses ajenos que influyen en que Europa no sea todavía unida, fuerte y democrática.

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Artículo de Urdánoz

Y frente a estos argumentos de Urdánoz, que son similares a los ya expuestos aquí por nosotros, la lamentable respuesta de Wert (hay gente que, cuando se siente "pillado", en vez de rectificar, se lanza al ataque ciego):

Respuesta de Wert

Contrarréplica de Urdánoz

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Nuevos síntomas de la crisis de la democracia, en este caso en Europa. En retirada los partidos moderados, aupados los extremistas, y en el contexto multicultural, los de corte nacionalista, los que pretenden definir unívocamente quiénes son los auténticos miembros de la nación.

Me parece tristemente inevitable esa deriva.

Con un panorama como éste, en un contexto de connivencia política y académica y con un nonagenario como Hessel apuntando que el emperador está desnudo, no es extraño que la gente use los pocos resquicios que ofrece esta pantomima que nos gobierna a la que llamamos democracia (como votar masivamente partidos minoritarios) para buscar un cambio, quizás sin saber a dónde conduce pero intuyendo que cualquier cosa es mejor que lo que hay.

Lo cual no deja de ser un pensamiento peligroso, porque perder la calma raramente ofrece una buena solución. Pero la gente empieza a perder la paciencia, no sin razón, y posiblemente abrazaría sin mucha reserva opciones autoritarias a cambio, por ejemplo, de evitar desmanes como el del mundo finaciero, el de las grandes empresas de voracidad infinita que presentan a la vez astronómicos beneficios, dividendos, bonus y... despidos, o gobiernos endeudados peligrosamente, en buena medida por "errores" en sus atribuciones de control o inversiones en aeropuertos sin aviones o líneas férreas tan avanzadas como superfluas. Y todo ello irreprochablemente inserto en un estado de derecho que responde a la soberanía popular ¿o no?

Quizás el viejo Hesse esté en lo cierto y la amenaza actual sea mucho menos vistosa que un Tercer Reich, pero igual de peligrosa por sutil. Los países árabes lo tienen algo más fácil en ese sentido, con un tirano localizado como objetivo.

En cambio nosotros ¿a quien apuntamos? ¿A ese estado de derecho que "nos hemos dado todos"? ¿Seremos peligrosos antidemócratas por ello?

La gente empieza a estar cansada de elegir cada cuatro años a aquellos que se encargarán sistematicamente de proteger los intereses de partido y de los grupos de presión a los que estos atienden que, no nos engañemos, están mucho más próximos al poder que "la ciudadanía".

La única vía de escape lógica, excluyendo las más expeditivas y dolorosas, es ensayar opciones políticas que, al menos en apariencia, pretendan romper con el status quo actual.

Y si eso implica pactar con el Diablo, peor para nosotros.

Más argumentos que relacionan crisis económica y crisis de la democracia.

No puedo evitar, a mi pesar, compartir por completo el contenido del artículo, incluído el tono de desesperanza y desazón que destila.

AntónCostas escribió: FélixOvejero escribió:

Desde que estudié Ética de 1º ya tuve la intuición de que la economía había ocupado, en los tiempos actuales, el lugar de la moral pues, al fin y al cabo, su objeto es el mismo: ambas mantienen un discurso sobre valores. Estos dos artículos que recientemente ha enlazado aquí Hermest han ratificado esa antigua sospecha mía.

Pero si los economistas académicos pretenden guiarnos ahora a través de su discurso moral, no sería mucho pedirles que, antes que nada, se pusieran al día en su formación teórica sobre la ética, pues lo cierto es que sus prédicas parecen haber quedado un poco obsoletas, ignorando la discusión contemporánea sobre la justificación de la ética, sobre el politeísmo moral y sobre la inevitable admisión de esquemas de valores diferentes conviviendo sin imposiciones. Un poquito de Rawls y Habermas no les vendría nada mal a nuestros moralistas-economistas de salón (o, en este caso, más bien, de aula universitaria). Por una vez, y sin que sirva de precedente, me remitiré a Nietzsche, pues leyendo a estos economistas me ha pasado lo mismo que a Zaratustra, cuando bajó de la montaña y habló con el viejo del camino, y se alejó pensando: “Pobre hombre, todavía no se ha enterado de que Dios ha muerto”.

Pues la mera lectura de sus sermones morales evidencia hasta qué punto se hallan anclados en una ética de corte aquinatense, de un bonum commune trascendental enlazado con algo así como un orden eterno y divino, que ha prefijado el bien y el mal. Y se han subido a sus nuevos púlpitos (al fin y al cabo, tanto los catedráticos como los obispos hablan ex cathedra) para decirnos lo que está bien y lo que está mal. Y no sólo eso, sino que esa autoconferida potestad para decir cuándo el poder político está o no legitimado recuerda bastante a la vieja doctrina cristiana de la oposición justa al poder tiránico, pues al parecer la legitimidad de nuestros gobiernos democráticos depende no de los principios formales de diálogo transparente y libre de coacción, sino de si a estos miembros de una refundada Orden de predicadores les parece que el gobierno se ajusta o no al bien y al mal prefijados por una ley divina de la que ellos mismos se autoproclaman depositarios.

Curiosamente, y aunque parezca lo contrario, estos nuevos predicadores se asemejan mucho a nuestro líder ultranacionalista finlandés. Cierto es que (al parecer) los valores materiales que defienden son muy diferentes, e incluso alguien pensará que opuestos. Pero no lo es menos que en lo que importa desde un punto de vista ético, el no utilizar a los demás como medios sino como fines, el respeto al derecho de cada cual a proveerse de su propio sistema de valores sin que los demás le impongan el suyo por la fuerza, es decir, el principio formal básico de la ética, nuestros profesores de economía y el líder finlandés se parecen muchísimo.