Al achacarnos ese defecto de
non sequitur, creo que tú mismo, Nolano, incurres en cierto modo en la falacia del continuum pues, ¿cuál debe ser para ti la magnitud del ajuste que crees necesario adoptar para que no sea considerado “pequeño”? Y de ahí, ¿quién es el que determina hasta qué punto se puede considerar que los ajustes son o no son “pequeños”? Hablamos, además de ajustes que, por otro lado, no hemos explicitado mucho porque, en primer lugar, al menos yo no soy ningún experto en economía, y en segundo lugar, porque no es este el foro para entrar en esas medidas particulares. Pero desde luego, según la cuerda ideológica del interlocutor, cualquier cambio parecerá enorme o ínfimo en comparación con lo que él estimaría necesario.
Y es que, precisamente en tu bosquejo sobre las herramientas típicas del keynesianismo se observa que la discusión reside en hasta qué punto herramientas de este estilo han sido excesivas o excesivamente pocas, y en ello siempre cabe hablar de grises, pues las dicotomías entre blancos y negros son también cosa del pasado. A los hechos catastróficos presentes todos se remiten para justificar su tesis, y creo que sólo el tiempo permitirá ir aclarando un poco quién estaba más respaldado por ellos.
Efectivamente son minoría, aunque no despreciable por el eco que tienen, quienes sostienen la punta de lanza del neoliberalismo más exacerbado. Los cité
en este mensaje por algunas de sus incendiarias ideas, que ya entonces y también ahora tú sigues considerando marginales. Aunque ciertamente no creo que merezca mucho la pena esforzarse en desmontar sus soflamas, no son figuras perdidas, puros muñecos de paja. Consignas de este estilo, desde el púlpito de su posición, han levantado y siguen levantando las pasiones más individualistas y rompen la moderación de muchos liberales, que se calientan el corazón tantas veces con grandes llamadas patrias y comunitaristas. Estas proclamas serán teóricamente minoritarias y contarán con escaso apoyo académico, pero su eco mediático es muy relevante cuando se trata de construir un metarrelato con el que ganar en las urnas, como el del neoliberalismo de los Reagan o Thatcher de los 80 que, si bien contaba con otros referentes como los Friedman, bien se servía de arengas populistas demagógicas de ese corte en la búsqueda de su legitimación democrática. Nadie restituyó completamente la mano invisible de Smith, pero el fantasma del orden espontáneo fue un mito en el que muchos volvieron a creer en buena medida, especialmente cuando la caída del muro llenó al capitalismo de optimismo – pues a pesar de que contara con sus propias carencias y crisis sistemáticas, los Fukuyama cantaron el fin de la historia –, con lo que sus dogmas vigentes se vieron reforzados y aquellos ya superados parecieron revivir.
Por tus palabras, si no me equivoco mucho, entiendo que tú ya tienes una opinión formada sobre la causa profunda de la crisis económica actual y desde la que entiendo que interpretas que, con una justificación “a menudo muy confusa”, la intervención estatal se ha extendido hasta tal punto que el Estado del bienestar ha engordado por encima de lo que era realmente sostenible, estimulando a su vez la especulación de diferentes actores en el mercado financiero que han catalizado la boyante pero sólo aparente situación económica de la última década. Las causas, como los autores que hemos citado creo que han manifestado, son múltiples y diversas, y acaso ésta que planteas debería también haber aparecido entre ellas, pues al final los culpables rara vez son un grupo reducido de malvados. Más que la falacia del muñeco de paja, yo me atrevería, en virtud de la falacia del olvido de alternativas, a hablar de una falacia de “cabeza de turco” cuando se ejerce. Pero no creo que los artículos, ni nuestra postura, sea especialmente panfletaria en este sentido.
La moderación que más se abra a las razones posibles al final concluirá con una opinión formada que conlleve cierta ponderación entre todas ellas, y en esa es en donde podemos discrepar (ya no filosóficamente, eso está claro), y quizá difícilmente llegar a un consenso, aunque alcanzar la clarividencia de ese punto no sería poco. Hasta entonces, el peligro de acusar a alguien de incurrir en la falacia del muñeco de paja corre habitualmente el peligro de caer ella misma en la falacia del muñeco de paja, pues no parece lícito que porque alguien aluda al extremo de la escuela austríaca se pueda considerar que sólo contra ellos va dirigida su crítica, o porque alguien simplifique la cuestión diciendo que “se ha mostrado que lo del orden espontáneo es un cuento” esté queriendo atacar a un ya superado Smith. Por mi parte, además de esbozar algo en este hilo, ya he expresado mi particular idea en otros hilos y mensajes (Recortes de ayuda al desarrollo, Nacionalismo y entropía, Declaración Universal de los Derechos Humanos, Filosofía Política y metarrelatos,…) y la cuestión creo que va por otros derroteros sobre una falta de política económica efectiva supranacional, y en cuya ausencia cunde mucho más el cuento de la autorregulación sobre el que los Estados nacionales no son tan capaces de intervenir. Esta es la crítica típica que ha surgido en los últimos años del siglo XX reaccionaria frente al discurso monolítico del neoliberalismo complaciente, y que ciertos movimientos antiglobalización han tomado desde la perspectiva que aboga por construir otra globalización posible, en la que las fronteras se derrumben para las personas y no sólo para el capital. De ahí es donde surge el relato que habla del sojuzgamiento “a los mercados” de la izquierda. Y este relato puede ser falazmente edulcorado si se ejerce como irresponsable escurrida de bulto que ignore el resto de razones y la responsabilidad propia; pero no por ello resulta menos real, por lo que estoy informado y conozco, pues son varios los autores que a lo largo de las últimas décadas han apuntado en esta línea:
Manuel Castells en La era de la información. Economía, Sociedad y Cultura. Vol. 2. El Poder de la Identidad, Alianza Editorial, 1999 escribió:
el papel creciente desempeñado por las instituciones internacionales y los consorcios supranacionales en las políticas mundiales no puede equipararse con la desaparición del estado-nación. Pero el precio que pagan los estados-nación por su supervivencia precaria como segmentos de redes de estados es el de su pérdida de importancia, con lo que se debilita su legitimidad y, en última instancia, se fomenta su impotencia
La Jornada en un reportaje económico sobre “Las cien grandes del mundo global”, 9 de Febrero de 1998, México, pág. 24 escribió:
las 500 mayores corporaciones globales representan (controlan) ya el 40,9% del PIB mundial; equivalente a aproximadamente la mitad del PIB de los 26 países considerados de alto ingreso; y son casi siete veces mayores que el PIB de toda América Latina y el Caribe
J. Hirsch en Globalización, capital y Estado, UAM-Xochimilco, México, 1996 escribió:
En la práctica ha llegado a ser posible que poderosos grupos financieros hagan caer de rodillas a la política económica de los Estados individuales tan sólo con manipular el tipo de cambio
…
El intercambio de razones – ya no filosóficas, sino económicas o políticas – como juego intermedio en el que se discuta el grado en el que el montón de arena deja de serlo me parece perfectamente lícito desde ambas partes contendientes. El problema de la falacia del continuum es que no se puede refutar si no es bajo la amenaza de ser acusados de incurrir en ella al hacerlo. Nuestra postura ideológica, inevitablemente, se acaba revelando en nuestras propias palabras (llamando, por ejemplo, “intromisión” a la intervención estatal, con toda la carga teórica y valorativa que eso supone). Por eso, conforme a tu renuncia a mantenerte en un plano estrictamente filosófico, tu argumentación mantiene un cariz tan ideológico como las nuestras, y así, aunque perfectamente respetable y a tener en cuenta, tu consideración de que dichas intromisiones han limado “la propia base liberal del sistema hasta hacerlo irreconocible” no deja de ser una apreciación subjetiva no menos cuestionable que las nuestras.
Las frases de “tintes siniestros” que nos achacas obedecen precisamente a ese divorcio que da origen a este hilo entre la clase política y la ciudadanía que la legitima. El poder político así se escinde en dos, el que la ciudadanía desearía poder ejercer y el que de hecho ejerce su clase política. El peligro de esta escisión, como venimos hablando largo y tendido, es que muchos encontrarán aquí la brecha para cuestionar a la propia democracia, con voces populistas de iluminados que afirmen saber lo que la ciudadanía
realmente quiere. Pero no querer alarmistamente abrir esta caja de pandora significa cerrar los ojos a esta realidad inexorable que podría estallarnos en la cara, y que sigue presionando con participaciones electorales en tendencia reduccionista* y niveles de descontento cada vez mayores, agudizados ahora por la crisis económica. Por otro lado, la duplicidad de gobiernos políticos tiene también su eco en la dimensión supranacional de la que hablaba y en cuya legitimación democrática queda aún mucho camino que recorrer. En cualquier caso, estamos de acuerdo en que “el camino es la profundización en la limpieza formal del sistema de elección y en el proceso de toma de decisiones en un marco institucional democrático”.
* Aunque en inglés, para quien quiera profundizar en ello, me ha resultado interesante el artículo de Participación democrática de Wikipedia,
Voter turnout, que revela esta tendencia: