Estos días participo muy poco, examenes, trabajo, vida familiar y un largo etc, me impiden comentar un par de cosas que tengo en la cabeza. No obstante hoy he visto este enlace en un periódico de tirada nacional y no me sustraigo a ponerlo.
Una enfermera que ha tratado con enfermos terminales ha elaborado una lista de los cinco pecados capitales-o arrepentimientos- de una importante cantidad de gente le ha manifestado antes de morir. Y me ha llamado profundamente la atención en un mundo como el nuestro, donde prima lo económico sobremanera, nadie ha mencionada nada material, los errores cometidos son de una materia más "espiritual"

www.elmundo.es/elmundo/2012/02/01/noticias/1328082016.html

Un saludo.

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Precisamente en un mundo en el que lo económico prima de esa manera la gente se arrepiente de haberse dejado llevar demasiado por buena parte de sus directrices, y en consecuencia echa en falta no haber dedicado más tiempo, por ejemplo, a amigos o familia, en lugar de “haber trabajado tanto”. “Haber hecho lo que quería hacer y no lo que me exigieron” pasa seguramente por hacer cosas que no sean especialmente rentables, por elegir profesiones no especialmente remuneradas o prestigiosas. “La felicidad” parecía estar en otra parte, lejos de donde la buscamos. Indudablemente la presión social nos constriñe y es un buen motivo del arrepentimiento, como la que reprime la expresión de sentimientos. Pero ¿cómo negar lo transida que se encuentra esa sociedad en sus exigencias de la mercantilización, del materialismo?

Aunque con tufillo a libro de autoayuda para los todavía vivos, no me sorprende la lista de arrepentimientos, aunque también debo decir que no creo mucho en los arrepentimientos de última hora: que se den al final no los hace menos insignificantes frente a toda una vida. Lo que sucede es que es inherente a la visión económica de la vida que prima en occidente un materialismo inmanente completamente ajeno a cualquier tipo de trascendencia, absorto en su día a día hedonista. Y cuando se acerca la muerte aflora la inquietud del ser-para-la-muerte por dar un significado a lo que parecía que nunca se acabaría y se muestra tan contingente. Hoy, en el primer mundo, vivimos sin querer pensar que algún día moriremos. La muerte es un tema tabú y cuando se enfrentan a ella son muchos los que se sorprenden y cambian la perspectiva de su vida.

Como Kierkegaard yo tampoco creo mucho en los arrepentimientos de última hora. Es casi un tópico decir que uno de los rasgos del hombre es la proyección hacia el futuro; un enfermo terminal no tiene futuro, o éste es sumamente reducido; eso no le priva de su carácter humano, pero hace de él un ser humano bastante peculiar.

Con esas situaciones han jugado siempre las maquinarias institucionales de la religión. Las mandas pías en los testamentos por quien en vida no soltó un duro son proverbiales. Y ya lo decía el Arcipreste de Hita:
Dicen frailes y clérigos que aman a Dios servir,
Mas si huelen que el rico está para morir,
Y oyen que su dinero empieza a retiñir,
Por quien ha de cogerlo empiezan a reñir.

Por eso no me sorprende que alguien diga que lamenta no haber estado más tiempo con los amigos. Pero tampoco me sorprende que personas de 45 años y que no están a punto de morir, sino que se enfrentan a un futuro inmediato y relativamente prolongado de penurias económicas, con malos empleos y peores estudios digan: “cuánto lamento no haber estudiado y trabajado más, en vez de haber perdido el tiempo yendo todo el día de aquí para allá con los amigos”.

¿Qué sentido le podemos dar a eso? ¿Qué visión privilegiada tiene el que está a las puertas de la muerte sobre el que está en plena vorágine de la vida? Me parecería un error que el segundo siguiera los consejos e intuiciones del primero; es un gran error, me parece, aplicar recetas hechas para la situación A por quien está en la situación B.

Hay una lamentación curiosa en el artículo que comentamos: “no haber sido más feliz”. Desde antiguo se ha determinado que la principal finalidad del hombre es “ser feliz”. Pero para ese viaje no hacen falta alforjas; para lo que sí hacen falta es para lo siguiente: “¿y cómo se consigue ser feliz?" En el artículo se desvía totalmente el tiro de esta pregunta, que es la importante, aunque, lamentablemente, me temo que no tenga respuesta. Yo en esto sigo a Aristóteles: todo depende, pues el fornido atleta Milón necesita un régimen alimenticio diferente al que necesito yo, que paso todo el día con el trasero pegado a la silla.

Esta frase de Nolano era muy escuchada antaño, del cual eran muy celosas tanto las monjas como los frailes y curas. O bien esas herencias en que la mitad o gran parte se dedicaba a alguna "asociación sin ánimo de lucro", donde revolotean personajes sin escrúpulos. En mi profesión no he o´`ido arrepentimientos como para escribir libros, principalmente el moribundo quiere que le quiten el dolor y tienne pocas ganas de hablar.
Entre familiares alguna cosa sí es cierto que te cuentan, pero son cosas que llevan años repitiéndolas y por una vez más no significa mucho, pero durante su vida sí. En eso recuerdo bien cuando murió mi padre, pero llevaba años escuchándole.
Hablando de este tema en los hospitales suelen andar sacerdotes ofreciendo sus "auxilios". A unos, puede que les consuele a otros les supone algo más de tortura. La fe y la razón suelen estar reñidas aunque alguno que pertenece al temario de lo que me voy a examinar, como el Aquinate , trató de hacerlos compatibles.
¡Cuántas veces no habremos lamentado si hubiera hecho esto o aquello! O bien lo contrario, menos mal que no lo hice. Conocer el futuro, no es posible y el camino que cada cual escoge, simplemente es una dirección

Como curiosidad, ya que a Pulpo le ha interesado el asunto, en la compilación de Derecho foral de Navarra, que tiene algunos restos fosilizados de instituciones jurídicas del Antiguo Régimen, todavía se exige como requisito formal en los testamentos, lo siguiente (ley 187):

En los testamentos abiertos, otorgados ante Notario, Párroco u otro Clérigo ordenado de Presbítero, deberá consignarse la advertencia hecha al testador sobre si desea o no ordenar mandas pías o benéficas.

Lo que parece destinado a incitar al testador a que deje algo. Aunque la realidad social ha acabado dejando eso en papel mojado y mayoritariamente en la práctica se suele utilizar una cláusula estándar del tipo: "Deja a sus herederos lo relativo a mandas pías o benéficas". Y, naturalmente, éstos se fuman un puro al respecto.

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Así es Nolano, me ha interesado el tema pero no porque sea experto. A algunos el tiempo se nos reduce, por no decir a todos. Para mí está más presente porque la edad suma y otras circunstancias, supongo que es la experiencia, hacen que conozcamos muchas facetas que por ejemplo Bud sintió cierto impacto al oir la noticia.
Navarra, una etapa de mi vida que me marca como el hierro candente a los terneros. Mi colegio era propio de bienhechores, donde rezabamos una misa anual por todos ellos. Y qué contraste en otra población tenían los frailes un colegio donde estudiaba la élite. Comunidad llena de conventos que sin ir más lejos varios parientes míos estaban todo el día pidiendo. Una España sin medios donde estudiar el bachiller era un poema . Tiempos en que los pecados abundaban y se decía y te lo repetían que para salvarte con arrepentimiento era suficiente y si como era todo mortal delante había un religioso o religiosa que se lo había trabajado durante años y en penitencia te imponía una manda de Nolano (ley 187)... no quiero decir cómo se enriqueció el estamento religioso.
Si ya al nacer posees el pecado original es para no poder vivir tranquilo. Esto me parece el gran invento de los monoteístas, los seguidores del libro. ¿Alguien recuerda quien fue el primero en nombrarlo?
Anédotas que contaba mi padre de las donaciones conocidas a través de la entidad bancaria y como no la cabecera de muchos pacientes

Hace bastantes años que llegué a la conclusión de que el sacramento de la confesión es, en sus fundamentos, profundamente inmoral. De hecho pienso que los dos grandes factores que extienden y propician la inmoralidad en nuestra sociedad son el “perdón de los pecados” y el “determinismo psicológico y/o social” que convierte al verdugo o en un enfermo o en una víctima. Por eso me impresionó tanto la lectura de “El existencialismo es un humanismo”, de Sartre, que pone al hombre, solo y desamparado, sin paliativos, frente a frente con su responsabilidad frente a toda la Humanidad.

Una ética sólida no puede fundarse en la posibilidad de arrepentimiento, en el borrón y cuenta nueva. La ética requiere que el agente humano reflexione antes de actuar y sea consciente de que lo que uno haga no se puede deshacer, que ya no tendrá vuelta de hoja. La autonomía de la voluntad no consiste en hacer lo que a uno le apetece, sino en legislar; y nadie es tan insensato como para ponerse a legislar sin reflexionar.

Pero discrepo en parte de lo que dices, Thunderbird, con relación a esa dicotomía que estableces entre el Código de Hammurabi y el código de los hititas. Cierto que hay una diferencia de técnica jurídica; pero, en el fondo, el mito subyacente es el mismo: la consecuencia jurídica del delito es una “reparación” del mal causado. Y eso no cambia porque en el caso de los babilonios se incida en el castigo personal del delincuente y en el caso de los hititas en la reparación pecuniaria. En ambos casos se trata de pretensión de una especie de vuelta a la situación anterior al delito; cosa, por otra parte, que es casi un universal cultural, si atendemos a los mitos primitivos.

Leí una vez la siguiente interpretación del ciclo de los Nibelungos, que llevó a la ópera Wagner en su tetralogía “El oro del Rin”. La cosa comienza cuando los dioses germánicos quieren dotarse de una mansión digna de ellos, el Walhalla, y contratan a los Gigantes para que se la construyan; el pago sería darles como esposa a la diosa Freia, que cultiva las manzanas de que se alimentan los dioses y gracias a ellas conservan la eterna juventud. Cuando los dioses descubren que no han hecho un buen negocio, pues están envejeciendo, deciden rescatar a Freia. Pero el precio es tener que entregar a los Gigantes el Oro del Rin, tesoro sumergido. Así lo hacen, pero con ello han desbaratado el orden natural; la ambición se apodera del mundo, uno de los gigantes mata a su hermano y se convierte en un dragón que sólo vive para cuidar de sus riquezas, metido en una cueva revolcándose en su tesoro. El drama no concluye sino cuando finalmente Sigfrido mata al dragón (antiguo gigante) y el oro es devuelto a las profundidades del Rin, restaurándose así el orden natural de las cosas. Pero en el camino se ha producido el “ocaso de los dioses”, esos dioses inservibles pues han sacrificado en su propio interés el orden general natural del mundo.

Viene esto a cuento para ilustrar que, en el Código de Hammurabi, y en general en toda pena de muerte, subyace el mito de que el castigo o la muerte del malhechor restaura el orden del mundo que el propio malhechor había alterado, pues todo mal es una alteración del orden del mundo. En las ejecuciones en USA se invita a los parientes de la víctima para que asistan a la muerte del criminal: así se supone que aquéllos serán espiritualmente resarcidos, que la muerte del homicida compensa la muerte de la víctima y se restablece el orden del mundo. Eso no difiere, en su trasfondo filosófico, de la justicia de la compensación o del resarcimiento que tú ilustras con el código penal hitita.

La transposición simbólica de ese mito a la doctrina cristiana da origen a la confesión. Al arrepentirse el pecador, repone el orden moral del mundo; la confesión y la correspondiente autohumillación del pecador es un símbolo de la “muerte” del hombre antiguo (pecador) que resucita en un hombre renovado, y la penitencia es un simulacro del castigo que equilibra, o repone, lo que aquél había sustraído al orden natural del mundo. Seguramente las personas a las que se refiere el artículo periodístico citado por Bud eran todas pertenecientes a la cultura occidental; no sería raro que su “arrepentimiento” fuera un acto reflejo condicionado por su culturización. Por otro lado, y a este respecto Bergson tiene muy interesantes ideas a las que haré próximamente referencia en otro hilo del foro, lo posible no sería sino la retrotracción del presente hacia el pasado y, por tanto, el arrepentimiento de los actuales desahuciados no sería sino la retrotraslación de su mísera condición actual al pasado en la forma de lo posible, de lo que podían (hoy) haber hecho (ayer) y no hicieron. La penosa situación del presente es trasladada al pasado convertida en “pecado”.

A mi modo de ver la visión o perspectiva que es preciso tener para no acabar lamentando en exceso errores cometidos sería esta:




Creo que la contingencia de la vida es una hecho irrefutable, a partir de ahí donde uno se juega el cobre, es en el campo de las valoraciones, y ahí es donde suceden los equívocos, en equivocar precio y valor. O como decía Alan Watts: “Algunos se mueren de hambre por comerse los menús”. Vivimos en un mundo donde el capital y el crecimiento económico, que no personal, es una máxima absoluta. Cuántos no habéis oído al preguntaros alguien que por qué estudiáis filosofía eso de: y esto, ¿para qué sirve? Esa es la pólvora que nunca se moja, la que siempre está operativa, la de confundir precio y valor, que lleva implícito el no entender una hoja de ruta que no lleve esos elementos como rumbo ineludible.
Obviamente la visión de una persona que intuye la muerte, o está ya en la recta final de su vida, difiere de otra que está en el punto álgido de su vida. Si bien uno no debería cometer el error de acostumbrarse a la vida, porque este acostumbrarse significa soslayar lo que define a todo filósofo: la capacidad de asombro. Ese asombro es el acicate necesario para hacer que los dioses nos envidien.