Es dificil responder a tantas réplicas seguidas. Para responder a la vinculación histórica entre sorteo y democracia dejo la reseña de un libro:
Principios del gobierno representativo; Bernard MANIN: Los principios del gobierno representativo. Alianza, Madrid, 1998. 304 páginas.
Dividiría este libro en dos partes. La primera dedicada a la democracia ateniense y a su estructura y la segunda dedicada propiamente al nacimiento de la representación política moderna.
Manin, siguiendo el estudio del historiador danés Hansen, indica muy a las claras la relación que tiene la concepción ateniense de democracia con la elección de casi todos los órganos y magistraturas por medio del sorteo. Un sorteo al que él le quita todo matiz religioso y que basa en la “isomorfía” entre todos los ciudadanos, juntos a los mecanismos correctores tales como la imposibilidad de reelección, la respuesta judicial por la gestión y la anualidad de los mandatos.
Manin deja claro que las consideraciones antiguas sobre la democracia conllevan la consideración del sorteo como un elemento inherente del sistema democrático. Los ataques de los pensadores clásicos hacia la democracia lo eran hacia una democracia que seleccionaba a sus magistrados y tribunales mediante el sorteo. Puede que lo más sorprendente de todo el libro de Manin sea el descubrimiento de que la elección era tenida en la Antigüedad como un procedimiento eminentemente aristocrático, características que él extiende a las democracias contemporáneas.
Con la excepción de la Florencia del Renacimiento, Manin expone como la idea de que el gobierno del pueblo tiene al sorteo como procedimiento inherente va desapareciendo a favor de la idea aristocrática de la representación, hasta el punto hoy en día la democracia se identifica con la elección.
Después pasa a la descripción de los debates de los Padres Fundadores de los Estados Unidos y de cómo en el fondo de la lucha entre federalistas y antifederalistas en torno a los procedimientos de representación planteaban la cuestión del inevitable carácter aristocrático de la elección. Frente a una teoría del mandato, que defendían los antifederalistas, para hacer de las cámaras reflejo de la sociedad, los federalistas procuraban una elección en amplias circunscripciones y sin ningún tipo de mandato imperativo.
En la última parte de la obra Manin analiza las tres grandes formas de representación moderna que se ha dado, en su opinión, desde la Revolución Americana (el Parlamentarismo, la Democracia de Partidos y la Democracia de Audiencia) a partir de cuatro puntos de vista: la elección de representantes a intervalos individuales, la independencia parcial de los representantes, la libertad de opinión pública y la toma de decisiones después de la discusión.
Manin sigue manteniendo la tesis clásica de que el gobierno por medio de representación consagra una forma política aristocrática, si por aristocrática entendemos la preferencia por personas que manifiestan algunas cualidades especiales, cualidades que pueden cambiar a lo largo del tiempo. Las democracias contemporáneas serían la entrega al pueblo de la posibilidad de elegir entre unas élites o unas aristocracias ya existentes en la sociedad, en palabras de Guicciardini.
En ese libro figuran muchos ejemplos concretos de autores clásicos que hablan sobre el sorteo (incluso los que se tienen por padres del constitucionalismo moderno como Rousseau o Montesquieu). También figuran ejemplos como el florentino. Aquí se ha citado otro ejemplo que no hace más que ilustrar esa clásica vinculación.
Cuando decía que el sorteo sirve para matizar la formación de élites, hablaba de las democracias directas que funcionan de modo asambleario. En ellas hay unas asambleas locales y unas asambleas superiores que aglutinan a representantes de las locales. Como puede verse, aquí se produce una representación que puede resultar problemática (la representación, como todo sistema tiene sus problemas inherentes). Por otra parte, incluso en las democracias directas basadas en asambleas, se forman liderazgos de la gente que más asiste (por más tiempo, disponibilidad, carisma...) y de la gente que tienen grupos de interés organizados externos a la asablema. Por ello el sorteo pretende (complementándolo) combatir incluso el elitismo inherente al sistema asambleario.
Se basa en el principio democrático porque permite que sea el pueblo el que se autogobierne, los mandatos son muy cortos (los que defienden actualmente el sorteo defienden mandatos de solo un par de semanas como mucho) y las decisiones siempre son colegiadas de modo que la idea es generar representación estadísitca y la participación directa en dichas asambleas de conjuntos muy amplios de población.
Estas cámaras tendrían más función de control sobre los políticos (son un cuerpo de ciudadanos independientes, que es de lo que se trata), formulando preguntas, interpelaciones y propuestas de cargos a las demás asambleas. Y también iniciativas legislativas y populares (no cabe confundir esto con la aprobación de leyes). Es decir, es un mecanismo dirigido a, por un lado, crear una institución de democracia participativa (en la que al año pasarán cientos de miles de ciudadanos) y, por otro, servir como contrapeso independiente. Hoy en día, al margen de los jueces y tribunales de menor jerarquía, no hay casi poderes independientes de la estructura de los partidos políticos. Si no hay poderes independientes, no hay contrapeso de éstos y la democracia debe basarse en pesos y contrapesos.
Sobre lo de que el sorteo solo sirve para cosas ejecutivas, no es cierto, ni siquiera actualmente ¿y qué pasa con los jurados populares? éstos deciden en cuestiones muy importantes. Por supuesto, hay expertos (abogados, fiscales, peritos...) que exponen la información, estos ciudadanos son ampliamente informados sobre un asunto específico y han de tomar una decisión responsable. Estos principios son extrapolables a una cámara consultiva como la propuesta. Dicha cámara tendría asesoramiento jurídico y técnico de todas las partes implicadas en una cuestión.