Al final de la página 39 de los apuntes de la asignatura, al hablar de la objetividad o naturalidad frente a la arbitrariedad de los “lenguajes artísticos”, se dice: “
En este marco tampoco puede pasarse por alto el proceso a la imitación artística, pues toma fuerza paulatinamente y alumbra la hipótesis de los diferentes grados del imitar, precursora de la teoría de la representación icónica en las imágenes artísticas”.
Puede que sirva de ayuda a alguien una pequeña ilustración sobre lo que aquí se está diciendo (al menos tal como yo lo interpreto), para lo que me voy a servir de un ejemplo de la obra “
Arte e ilusión”, de Gombrich. En su inicio desde la época griega el arte occidental vio como ideal artístico el de la mímesis o imitación de la naturaleza en la representación artística (pictórica o escultórica): la obra es más perfecta cuanto mejor imita el original de la naturaleza. Ese ideal se retoma en el Renacimiento y ha continuado vigente hasta tiempos recientes. Hoy, sin embargo, ha quedado anticuado, al menos si hemos de seguir las tendencias “semióticas” en la teoría del arte.
No obstante, sigue vigente para algunos, bajo una nueva forma teórica, la de la representación icónica. Así, Gombrich defiende que si bien no se puede sostener la antigua idea de que el arte va avanzando hacia una perfección a través del progreso mediante el descubrimiento de técnicas cada vez más depuradas de “imitación” de la naturaleza, queda aún subsistente la idea de que sí hay un progreso artístico consistente en la mejora de la capacidad por parte de los artistas de despertar en los espectadores una sugestión. Se trataría de, mediante la impresión sensible, despertar en el espectador sensaciones similares a las que experimenta cuando está delante de la cosa misma representada. Ya no se trata de imitar a la naturaleza (mímesis), sino de rememorar sensaciones (anámnesis). La técnica artística está ahora no al servicio de la reproducción fiel de la naturaleza, sino al servicio de la comunicación entre el artista y el público, de la traslación por el artista al público de unos estímulos identificables de evocación.
Gombrich ofrece a nuestra consideración el siguiente ejemplo,
Ciel, de Magritte:
Tomo, para mis fines, otro ejemplo, este paisaje de Constable:
Si viéramos sólo la parte izquierda del cuadro de Magritte, nos parecería meramente una mancha azul sin ningún contenido evocador. Incluso si se nos preguntara quién representa de forma más fiel el cielo, quién lo “imita” mejor, si Magritte o Constable, seguramente diríamos que este último.
Pero Magritte ha puesto junto al primero un segundo panel con la palabra
ciel (cielo, en francés). Automáticamente el espectador ve en el panel de la izquierda un trozo de cielo. Si nos fijamos ahora, la “imitación” del cielo por Magritte es más “perfecta” que la “imitación” de Constable.
En realidad, ni Constable ni Magritte “imitan” el cielo con su pintura; eso es imposible. La técnica pictórica no consiste en eso, sino en el poder de evocación de lo representado. Ciertamente el cielo de Constable carecería de capacidad de evocación por sí solo, si no fuera porque va acompañado de unas montañas y árboles que lo convierten en el cielo que él no es por sí solo. Lo que hace Magritte es parecido: coloca junto al panel azul algo (en este caso una palabra) que estimula el poder evocador del cielo de una mancha azul, poder del que antes carecía.
La diferencia es de orden técnico. Constable utiliza para dar valor a su representación icónica del cielo otras representaciones icónicas (de árboles, de montañas, de campo...). Por su parte, Magritte utiliza otra cosa, unos signos lingüísticos; por eso Magritte está produciendo una innovación técnica, sirviendo, sin embargo, a los mismos fines que Constable.