No sé, Albert1899, si, cuando hablas de “masturbaciones” mentales, te refieres a mí. Basta un recorrido por mis numerosas intervenciones en el foro para poder ver que, por un lado, siempre me he mostrado bastante afecto a la filosofía analítica y, por otro, que no ha habido mayor crítico que yo con la palabrería huera e insustancial con que algunos intentan disimular lo raquítico de sus conceptos. Por lo tanto, no me siento identificado de ninguna manera con esa crítica que realizas.
Si no te refieres a mí, sino a Zubiri, creo que tu crítica es bastante inapropiada. En “
Naturaleza, Historia, Dios”, por ejemplo, el pensador vasco incluye un capítulo denominado “
La idea de naturaleza: la nueva Física” en la que explica, desde un punto de vista filosófico, las consecuencias que los descubrimientos de la mecánica cuántica podían tener sobre la imagen del mundo provista por la Filosofía, a la luz de los estudios de Física que entonces (1934) realizaba Zubiri en Alemania. Así pues, nada más alejado del pensamiento de Zubiri que rechazar los descubrimientos de la ciencia y recluirse en las nebulosas de una metafísica desligada del conocimiento científico.
Lo que ocurre es que, si queremos asignar algún papel a la Filosofía en el vasto territorio del conocimiento humano, no podemos reducir nuestro discurso a lo que es falsable. Ciertamente no tenemos por qué adjudicar papel alguno a la Filosofía o a la Metafísica, pero si no lo hacemos creo que andaremos un poco perdidos. Incluso creo que los principios metafísicos pueden quedar velados e inconscientes en el más riguroso de los científicos positivistas, pero siempre están ahí, subyacentes. Quizá por ello el positivismo más descarnado no ha podido culminar con éxito su proyecto de Filosofía de la Ciencia y no resulta hoy admitido, creo, por ningún filósofo de la ciencia prestigioso, al menos en su formulación más genuina y prístina.
Todo discurso científico tiene, pues, una “metafísica” subyacente. Y quiero que se entienda aquí metafísica no en el sentido de postulación de entes trascendentales que dan sentido a las cosas, sino esquemas de precomprensión que dan sentido al discurso científico.
Y eso viene ocurriendo no sólo en la denostada ciencia medieval, sino también en la prestigiosa “ciencia moderna”. No se suele, por ejemplo, hacer hincapié en que Copérnico, cuando en su
De revolutionibus orbium coelestium presenta el famoso dibujo del universo con el Sol en el centro:
acompaña dicho dibujo con las siguientes palabras: “
En el verdadero centro de todo se halla el Sol. ¿Quién, pues, pondría esta lámpara en este hermosísimo templo en otro sitio mejor que donde pueda iluminar todas las cosas a la vez? No en vano unos lo llaman lucernaria del mundo, otros mente, otros rector. Hermes Trimegisto lo llama Dios visible...” ¿Qué pinta aquí Hermes Trimegisto y este encendido y místico canto de culto solar? No ha sido suficientemente tenida en cuenta la influencia que en la Revolución Científica tuvo la recepción de los textos grecolatinos y gnósticos-herméticos con la importancia que en ellos tenía el culto solar (lo que queda recogido incluso en la muchísimo más tardía “
Ciudad del Sol” de Campanella).
Y, cuando Einstein pronunció su famosa frase “
Dios no juega a los dados”, en su controversia con Bohr, estaba henchido de no menos mística que Copérnico, lo que le llevaba a sostener, contra toda evidencia, que el mundo no podía ser indeterminado y que, si así nos lo parecía, era porque tenía que haber variables ocultas, porque el universo se le presentaba a Einstein perfectamente predeterminado por Dios.
En cierto modo, lo que conocemos desde Kuhn como “paradigmas científicos” no son sino metafísicas o precomprensiones del mundo en las que incardinamos nuestra actividad científica, que no puede colgar del vacío, sino de unas ideas preconcebidas. Hasta alguien tan poco sospechoso como Quine distingue entre ideas nucleares o centrales (que difícilmente nos vemos dispuestos a revisar, pase lo que pase) e ideas periféricas, que podemos cambiar mediante el conocido sistema de prueba y error experimental, o falsación científica.
Así que, después de todo, aún tenemos campo para la Filosofía, a pesar de las ciencias; o mejor: gracias a las ciencias. Y, de hecho, me parece que la Filosofía analítica presenta las perspectivas más prometedoras, siempre que no la identifiquemos (porque no hay por qué identificarla) con el positivismo lógico. El mayor problema filosófico que plantea, por ejemplo, la mecánica cuántica, es muy parecido al que plantea la moderna neurociencia. Mientras los descubrimientos de ésta y de aquélla no concuerden con lo que podemos llamar física popular o psicología popular, la mecánica cuántica y la neurociencia estarán incómodas: sentirán que algo les falla si no pueden explicar sus proposiciones e hipótesis en la forma en que la gente común entiende el mundo. O la mecánica cuántica acaba por derrumbar el núcleo central de nuestras ideas dando lugar a un nuevo paradigma, o la mecánica cuántica seguirá configurando una muy deficiente explicación del mundo. Que un físico pueda predecir el momento de un electrón o que un neurocirujano pueda alterar mediante manipulación física ciertas actividades cerebrales del paciente puede ayudar a hacer el mundo más cómodo; pero eso es muy, muy diferente a dar una explicación del mundo. No soy un gran conocedor de la Física, pero tengo el libro de Tipler y Mosca, al que Conrado se refirió en otro hilo, y veo allí muchas ecuaciones que cualquier persona puede memorizar y, mediante ellas, realizar ciertas predicciones (si las demás circunstancias permanecen iguales o controladas lo que, en realidad, sólo ocurre en el laboratorio, aunque no en la “vida libre”), pero no veo ninguna explicación del mundo, de la causalidad, de la libertad, de la necesidad, de lo posible, conceptos que, sin embargo, suelen ser los que utilizo realmente para moverme en el mundo, como creo que hacemos todos, incluso los científicos cuando abandonan su laboratorio.
No creo que haya que confundir constatar las limitaciones del conocimiento científico para explicar el mundo con un rechazo de la ciencia y refugiarse en la trascendencia de corte escolástico. Son cosas muy distintas. Y lo que está claro es que la Filosofía debe estar atenta a los continuos descubrimientos de las ciencias físicas, biológicas y neurológicas, lo que no significa que no siga habiendo un núcleo metafísico que también es digno de estudio y, naturalmente, de crítica.