No, cuervo Ingenuo, si no te acuso de nada. Es más, puedo entender tus propias afirmaciones de que no buscas la belleza y en qué sentido la pronuncias. En cualquier caso, has sido tú el que afirmas que no buscas la belleza y yo el que he afirmado que puedo llegar a entender tu postura. Es más, creo que queda bastante claro que no te he acusado de un intento de destrucción de la belleza. Por tanto no entiendo muy bien ese “en cuanto a mí….pobrecito de mí”.
Quizás tengas razón, o mejor dicho, la tienes, y ha sido un exceso por mi parte el uso de la palabra ensañamiento. Creo que con la palabra destrucción hubiera sido suficiente. Por tanto debería de haber dicho, y me sigue pareciendo correcto, que el arte moderno intenta destruir toda belleza. Lo injusto hubiera sido decir que todo el arte moderno intenta destruir la belleza. Y por el contrario no estoy de acuerdo con el paralelismo que estableces entre el grotesco medieval o el barroco con la realidad que se da en la actualidad en el arte moderno con relación a la belleza. De hecho dejaré nuevamente el texto para aclarar el porqué no estoy de acuerdo con dicho paralelismo.
“En el arte de la Edad Media campeaban las figuras grotescas y deformadas, las sonrisas bobas, las rígidas posturas hieráticas y el cabeceante dibujo malformado. Eran escenas de dolor y de muerte o de esperanza sin consecuencias. Pero no sabían representar la canónica belleza de las formas naturales. La fealdad medieval era inintencionada. Las obras, más que feas, eran torpes, y en todas alentaba el deseo infantil y religioso de atrapar la belleza luminosa. Las vidrieras y los fondos áureos de las tablas y los misales eran como espejos donde la belleza celeste hubiese tenido que mirarse. […]
Las artes de los primeros imperios, egipcio, babilónico y mesopotámico, también abundaban en monstruos: figuras híbridas, más que figuras, gráficos que repetían posiciones y formaban frisos geométricos a modo de ejércitos; esfinges y dioses con cabeza de pájaro y mandíbula de reptil. Pero también sabemos que estas formas eran balbuceantes y temerosas aproximaciones a la lejana e incomprensible figura de los dioses. […]
Por el contrario, la fealdad del arte moderno sucede a tres siglos de arte dedicado a la belleza, iniciados a mediados del siglo XV y apagados a finales del siglo XVII. Luego, durante casi todo el siglo XIX, los pintores románticos, realistas y simbolistas convivieron con un arte moribundo, que intentaban reanimar bajo todas las formas posibles; pinchándolo (Géricault), exponiendo la cruda realidad de los cuerpos exangües y verdosos (Delacroix, Manet) o, por el contrario, como los pintores que triunfafan en los Salones, recomponiendo las míticas aventuras de los dioses que el arte de los siglos anteriores había representado, pero ahora sin creer en ello.”