Un examen es lo más parecido a una carga policial, al secuestro bajo una acusación desconocida por parte de las fuerzas del Estado. Se cita a un ciudadano bajo la pretensión de que tan solo se le quieren plantear un par de cuestiones sin importancia, y una vez encerrado y aislado en una sala, se descubre que el fondo de todo es una acusación penal de la que no se tenía conocimiento. Ante unos cargos de lo que no se tenía conciencia (tan solo su existencia en un lejano código penal que creíamos elaborado para nuestra tranquilidad), se dispone de dos escasas horas para ejercitar y argumentar la defensa propia. No hay forma de salir airoso de esa situación; como a cualquiera a quienes así se nos presentara, las posibles respuestas, las mejores al menos, las que hubieran significado nuestra salvación, tan solo se nos ocurrirán en las horas posteriores al proceso; pero entonces ya será tarde, porque muy probablemente una sentencia desfavorable avance ya en nuestra contra. La otra opción, es vivir con el miedo en el cuerpo, olvidarse de una vida socialmente tranquila, del fin último en el caso del estudio de disfrutar aprendiendo, y pasar la mayor parte del tiempo no ocupado en sosegadas relaciones con el resto de la masa social, sino en preparar constantemente coartadas en defensa de una amenaza imprevista en forma de acusación infundada.

Vaya... que no has salido muy contento de los exámenes, ¿no?

Onfray, ¿Estás seguro que te has ido a examinar a tu centro asociado?

Qué bien has descrito "El proceso". Aunque es mejor ir a un examen sin fumar marihuana, que ya sé que dicen que relaja pero no es verdad.
Los exámenes han acabado ya, disfruta de estas tres semanas de limbo, sin pena y sin gloria, lo mismo tienes suerte y es un mes entero sin saber las notas y saborear la inopia, la felicidad en estado puro.

Anda, date un chapuzón.

No muy contento he salido Kierk, jaja. Los odio, claro.

En un examen, por lo general, a uno le suele lucir poco lo que ha trabajado una asignatura, y además, conforme se aproxima a él, más peso empieza a cobrar la parte más mecánica de memorización y pura preparación de la estrategia de examen que el contenido de interés. En definitiva, lo más prosaico y lo menos filosófico.

Nolano suele decir que cuanto más se acerca el examen menos le interesa o gusta la asignatura en cuestión. Y lo comparto, aunque también he de decir que muchas veces salgo del examen habiendo disfrutado, por ejemplo, al haber hecho un comentario de texto: ahí no se trata de soltar un rollo prefijado, sino de tricotar sobre la marcha. No es recomendable la pura improvisación, pero la libertad literaria y de elaboración tiene su aquél.

Ese es el sentido con que hablaba, Kierkegaard. Coincido plenamente con Nolano, elijo asignaturas que quiero estudiar por placer, pero cuando en las últimas semanas me concentro en preparar el examen (al que nadie me obliga a presentarme claro) me desanima. Y luego, como añades, la imposibilidad de la reflexión en los temas, no hay tiempo para eso.

En la universidad, ahora, no se puede, pero me imagino la posibilidad de que un examen fuera una tarde de merienda campestre entre amigos/compañeros, donde parte de él fuera el debate y parte la reflexión individual. Los foros son un intento de eso, pero no se acercan en casi nada.

Tu discurso, Onfray, es algo pesimista y de un sufrimiento atroz, que Epicuro o mejor dicho Cicerón estaría definiéndote como el supremo mal. No tu sino la situación tan desagradable que te ves obligado a sufrir y no por dolor sino por falta de placer.
No creas que para mí es un plato de gusto por lo que acabo de aseverar pero es algo con lo que hay que contar a no ser que acudamos a la Akademia o al peripathos. Mira por donde me estás sugiriendo una idea una idea o provocando la puesta a punto de una. Pasear, filosofar y saber. Creo que en Heildelberg aún queda como recuerdo el paseo de los filósofos pero claro en lengua alemana. En grecia hace falta griego, del que a duras penas se el abecedario y los tiempos no están para el negocio en aquellos lugares. Saber filosofía sin exámen una gran idea:P

Yo lo que ya he propuesto en alguna ocasión como alternativa a los exámenes clásicos, aunque parezca inverosímil, es retomar el diálogo filosófico. Lo hice a propósito de la polémica asignatura de Historia de la Ciencia, con un temario tan sumamente abultado que siempre tiene uno la sensación de no haber sido evaluado con justicia a todo lo que ha estudiado. Pero el planteamiento es general para Filosofía.

Tomando como referencia el modelo de evaluación posible de Historia de Filosofía III, a través de un trabajo personal más entrevista con el profesor, podría plantearse una corrección que consistiera en un diálogo sobre el temario de la asignatura (o una parte de él a elegir, o sobre una bibliografía previamente acordada, o sobre un trabajo personal…) con el equipo docente a raíz de lo estudiado y trabajado.

Con una batería de preguntas preparadas por parte del equipo docente – que si controlan bien de su materia poco les costaría preparar -, un poco al estilo de la mayéutica socrática, podría desplegarse mucho de lo estudiado. Con las pausas que hicieran falta en el diálogo, para que uno tuviera tiempo sobre la marcha de pensar un poco la respuesta, podría sintetizarse en un mismo momento el examen con la corrección. Con todo el tiempo que se emplea en examinar y luego en corregir, acaso no es algo tan inverosímil.

Evidentemente, hay algunas pegas, como la dificultad que algunos alumnos puedan tener a la hora de expresarse de viva voz, o la capacidad del profesor para controlar que el alumno no esté teniendo acceso a fuentes sobre las que apoyar su respuesta. Pero ambas serían hasta cierto punto subsanables: al fin y al cabo el pánico escénico no es tan diferente al pánico a ser examinado, que todos debemos superar; y en cuanto al control, podrían establecerse entrevistas por videoconferencia desde los centros asociados.

Creo que el resultado de la evaluación sería más justo a la realidad de cada alumno (más personalizado), haría más justicia a todo el trabajo desarrollado en el cuatrimestre, e incluso facilitaría la vida a los profesores a la hora de corregir, haciéndola mucho más filosófica y menos mecánica (aunque no tanto de controlar el temario y la bibliografía de la asignatura que supuestamente imparten, lo que lamentablemente podría incomodar a alguno). Su inverosimilitud acaso viene por otras pegas: en primer lugar, no me imagino a la UNED haciendo una inversión económica para facilitar estas evaluaciones en vivo. En segundo lugar, los profesores tendrían que relacionarse personalmente con el alumno mucho más de lo que lo hacen, y no andar parapetados tras de enunciados de examen, tantas veces repetidos mecánicamente de unos años para otros, de escasas tutorías, y de evaluaciones oscuras y asépticas a distancia, salvo por los pocos engorrosos que solicitan revisión. Claro que la hipotética inversión en infraestructuras sería un inconveniente, pero sobre todo, supondría un cambio de mentalidad que algunos profesores no tendrían a bien, pero que otros sí acogerían de buen grado, con un talante más activo, implicado en tutorías, cursos virtuales y en atender a las consultas por email de los alumnos. Quizá esta falta de implicación no sea culpa suya, por andar desbordados por otros asuntos, o porque a falta de recursos económicos no podamos tener una universidad con personal docente realmente implicado en su docencia – e incluso con vocación para ella. Pero no me parece una propuesta descabellada, al menos como opción. A ver quién es el profesor valiente que se atreve. Rivera Rosales ya lo ha hecho.