El malentendido, temo, aumenta la impaciencia con que mis palabras son y van a ser recibidas. Tened, pues, señores, la bondad de concederme unos instantes de vuestro tiempo: mucho convendría esto para aclarar la vista de personas que la tienen fascinada de modo inoportuno.
Mi franqueza habitual no me permite ocultaros que, en mi concepto, habéis padecido equivocación en el modo de comprenderme. Me identificáis con otro hombre, que no es ni aliado ni enemigo. No dais en el blanco, señores: entre comunistafalangista y servidor hay diferencias de fondo, y semejanza de forma, convengo en esto último, pero nuestros respectivos talantes os permitirán apreciar las primeras y relativizar la segunda; y yo no puedo menos que ponerla en relieve en esta ocasión, puesto que las más leves particularidades y los detalles más minuciosos pueden alguna vez tener gravedad y su importancia. De modo que la respuesta que a este particular puede darse es muy sencilla: comunistafalangista y yo no somos la misma persona.
Embarazosa es mi posición: ¿debo unirme ahora a ustedes y repudiar a don comunistafalangista, o debo hacer su causa y parir con él a medias con espíritu libertario y rumboso?
La prudencia quiere que sea yo rudo con él para no contradecir el efecto que mi alegato está destinado a producir; pero he de deciros, señores, que, sin querer hacerme sospechoso de parcialidad hacia su persona, de muy mala gana, y guardando cuantas consideraciones son posibles, echaría yo lejía sobre don comunistafalangista para sacudirme su aureola: sí, el buen sentido aconseja proceder de esa manera, pero no la buena política.
Tildáis de troll a comunistafalangista, y todo hace pensar que este se ha conducido tan mal en el pasado, que os ha sido preciso salir de vuestra neutralidad y hacer armas con él. Nada sé de esas trabajosas lides, y nada quiero saber.
En fin, señores, dar explicaciones es a veces necesario, pero no debemos prodigarnos en ellas, porque acaban por hacernos impopulares y nos quitan fuerza.
No sé si me queda el consuelo de haberos convencido. Bastante he abusado ya de vuestra paciencia, si es que la habéis tenido. Os escribo con franqueza y con libertad. Espero haber dado prueba de mi buena fe y de mi adhesión a vuestros intereses, y confío asimismo haber cargado con los azares de la guerra para que vosotros disfrutéis del honor de dar la paz.
Seguid con salud,
Boris de Mountbatten