Retorno al debate sobre medios y fines, aunque, como se verá al final, acabaré enlazando con lo que se está discutiendo ahora acerca de los totalitarismos y el nacionalsocialismo alemán.
Cree Dvillodre1 que la creencia mía en que no hay fines sin medios, ni sentidos sin referencias, deriva de "que la idea de un fin como fin en sí mismo o de la teleologia está ausente. Es lo propio del mecanicismo en la que medio y fin son exteriores el uno del otro". Pero nada más lejos de la realidad, creo yo.
Desde luego, la "idea de un fin como fin en sí mismo", si significa lo que yo pienso, que hay fines (o un fin) sin medios, es una teleología absoluta un tanto periclitada y bastante alejada de una teleología aceptable. Me serviré de la entrada en juego del "mecanicismo" que propicia Dvillodre1 para hacer notar que, en lo que a mí se me alcanza, cualquier explicación del movimiento o del cambio en el mundo pasa por la relación causa-efecto.
Y aquí hay que distinguir dos clases de hechos. Los hechos inanimados dan lugar (en la ciencia moderna) a una explicación de tipo mecánico, físico-químico; los hechos que proceden de un animal dan origen a una explicación de tipo teleológico, en la búsqueda por el animal de un determinado fin (y eso en biología, en psicología o en las ciencias sociales, particularmente en la economía). Eso es bastante antiguo, pues ya Aristóteles observó que en los seres inanimados sólo actúa la causa eficiente, aunque pueden ser movidos por un ser animado tendiendo a algún fin (pero fin de éste, no del objeto inanimado); en cambio, en los seres vivos la causa eficiente coincide con la causa final: es la finalidad (la aspiración a su perfección enteléquica como especie) lo que hace que el animal se mueva y mueva las cosas de su entorno. Creo que eso coincide con el análisis de Dvillodre1, aunque él habla de teleología externa y teleología interna, introducinedo unos vocablos ajenos al Estagirita y que no clarifican nada, sino que lo hacen más confuso al añadir más términos de los necesarios.
Ese análisis de Aristóteles no ha sido superado todavía hoy en día. De hecho, aunque pueda haber doctrinas mecanicistas en términos universales, eso es más una postura filosófica tendencial que otra cosa, pues de momento ni se ha hecho posible, ni se la espera, una ciencia capaz de explicar exclusivamente en términos físico-químicos el comportamiento no ya humano (psicología) sino ni siquiera animal o vegetal (biología). Por tanto, es incorrecta la equiparación que hace Dvillodre1 entre el mecanicismo absoluto y el impugnar la existencia de fines sin medios, pues son dos ámbitos conceptuales que hay que mantener bien separados por el momento. El mecanicista absoluto impugnará la teleología, y eso incluye no sólo la "existencia de fines sin medios", sino la existencia de cualesquiera fines con o sin medios. Pero hay dos teleologismos, el absoluto (todo tiende a un fin último) y el relativo o instrumental (fenómenos que se explican según fines).
El problema hay que afrontarlo desde otro punto de vista muy distinto. Vuelvo al trilema de Münchhausen y a sus tres opciones: la cadena causal infinita, la cadena causal circular o la cadena causal cortada arbitrariamente en un primer eslabón.
El horror a la cadena infinita es lo que llevó a Aristóteles a cortar arbitrariamente el movimiento en un Primer Motor Inmóvil. Eso sobre la causalidad eficiente. Sobre la causalidad final, el corte arbitrario se produce en las "ousíai", las formas a que aspira cada esencia. Sin embargo, el aristotelismo escolástico unificó la causa final Primera y la causa eficiente Primera en Dios (ejemplo más claro: las vías tomistas). Y esa doctrina siguió vigente al menos hasta Leibniz, y su empeño en hacer de Dios una verdad de hecho y una verdad de razón a la vez. Pero como vio bien Kant, ese corte de la cadena causal (la "Gran Cadena del Ser" que acaba haciendo coincidir a Leibniz con Spinoza), obliga a una consideración del Mundo como totalidad, lo que hace extraviarse a la razón en discursos antinómicos para los que no está capacitada. Sólo podemos hablar con sentido de partes del mundo (fenómenos), pero no del Mundo como totalidad.
Por mi parte, ya he expresado en varias ocasiones en el foro que, como quiera que el intento totalizador del Corte absoluto (la última causa, el último fin, la última palabra) conduce a discursos ininteligibles, no cabe otra opción que resignarnos a la circularidad de nuestra explicación del mundo. Lo que sí habrá que intentar es que la amplitud del círculo sea lo más amplia posible. No podemos explicar todo el Mundo, pero sí intentar explicar la mayor cantidad posible de los fenómenos que tienen lugar en el mundo.
Es evidente que el fin sin medios, o la referencia sin sentido (como quiere Dvillodre1), es lo mismo que el sentido sin referencia o los medios sin finalidad. Medio y fin están siempre conectados; y el fin es, a su vez, medio para otro fin; e igualmente podremos afirmar que todo sentido puede ser una referencia para otro sentido y toda referencia un sentido para otra referencia. Y si nos movemos en círculo, la consideración de algo como fin o como medio es relativa (como lo es el sentido y la referencia), y creo que eso mismo es lo que ha afirmado antes Pboest en uno de sus mensajes de este hilo.
Tomemos el ejemplo de Dvillodre1: "Por ejemplo, la Flauta Mágica que Mozart escribió con vista a cobrar 100 táleros: ésta finalidad es insignificante en relación a la obra musical misma". Hay ahí, varias referencias; al menos: 1. La Flauta Mágica (la partitura del Singspiel de Mozart, puesto que el libreto era de Schikaneder); 2. Mozart (una persona histórica); 3. El acto de escribir; 4. El acto de cobrar; 5. 100 táleros.
Dvillodre1 ha equiparado fines con referencias ("Es lo inverso: que puede haber referencia sin sentido"; lo inverso a mi paralelismo fines/medios y sentido/referencia). En su proposición acerca de La Flauta Mágica, ¿cuál sería la referencia? Podría ser la partitura del Singspiel de Mozart, pero el propio Dvillodre1 nos ha dicho antes que no, que, esa obra es un medio ("La dignidad de los medios le viene precisamente de su materialidad porque el fin desaparece cuando se perfecciona pero el medio se conserva"). La referencia, entonces, tiene que ser el cobro de los 100 táleros, pues ése era, sergún Dvillodre1 el fin que perseguía Mozart.
Es evidente la simpleza de considerar La Flauta Mágica como un medio que "se conserva". Si se conserva es porque puede ser también considerado como fin. Como mero medio, una vez cumplido el fin, la cosa desaparecería del mundo. Y esa consideración como fin no lo puede ser en sentido absoluto, sino que esa permanencia como fin habilita a la cosa para ser medio de otros fines (evidentemente, cuando escuchamos La Flauta Mágica es para nosotros un medio para el fin que perseguimos con la audición, sea éste el que sea).
El absolutismo de medios y fines propugnado por Dvillodre1 conduce, de forma natural, al absolutismo o totalitarismo discursivo y, de resultas, al absolutismo o totalitarismo político. Ésa es una de las cosas que impugna Lyotard. Sostener que hay un fin absoluto, inhábil ya para ser medio para fines ulteriores, y al que no se puede ya encadenar fin alguno adicional, es lo mismo que sostener que hay una última palabra que cierra todo discurso; un enunciado final al que no se le puede encadenar enunciado siguiente alguno. La Totalidad, lo Absoluto, desemboca, no puede ser de otra forma, en el totalitarismo y el absolutismo.
Pero ¿qué ocurre si hay alguien que no comparte ese Fin que cierra el discurso, al ser la última palabra sobre el Mundo como totalidad, y quiere encadenar una proposición subsiguiente (aunque sea un mero: "No", o un mero: "Sí, estoy de acuerdo")? El absolutista le niega esa posibilidad y, por tanto, silencia al discrepante, que se convierte así en víctima. Víctima en lo más profundo de su ser humano, puesto que se lo invisibiliza, se lo nihiliza, al dejarlo fuera de un Mundo ya cerrado para siempre.
Es ese tipo de invisibilización el que denuncia Lyotard al hablar de Auschwitz. Dice Dvillodre1 que "la gente que fue a Belzec, Sobibor, Treblinka, Auschwitz, no fue por ser judíos o gitanos, sino por su forma de pensar". No es exacto. Bajo el absolutismo nazi de la última palabra el judío no podía "pensar"; en el sentido de que su discurso no iba a ser escuchado, no podía ser escuchado, no tenía derecho a hablar, carecía de logos porque estaba fuera del mundo. Por lo tanto, la "forma de pensar" del judío era un imposible ontológico en el mundo nacionalsocialista, pues no tenía posibilidad alguna de ser escuchada en el discurso, quedaba en el vacío del no-mundo.