Hola Heráclida, me parece muy interesante el análisis que haces de la forma en que las personas de Letras se enfrentan a temas como la tecnología, el poder o la técnica. Realmente estas visiones acostumbran a ser tal como las describes. Pero, con matices, a diferencia de ti, yo sí pienso que están bastante justificadas. En primer lugar, precisamente este tipo de personas son los que más tiempo o capacidad tienen para reflexionar, y por lo tanto se les supone una mayor comprensión de la realidad que vivimos. Es decir, ni las grandes tecnológicas, ni los políticos, ni las empresas intermediarias, ni los científicos, ni los consumidores habituales se encuentran en una posición de distancia respecto a estos fenómenos que les otorgue una capacidad crítica, sino que se hallan sumergidos en ellos, con muchos intereses de por medio. Está claro que por haber estudiado filosofía no se es infalible, pero la lectura y la reflexión habitual son ya de por sí signos que me incitan a dar cierto valor a este tipo de reflexiones. Después vienen los matices, claro.
Respecto al primer eje, aunque creo que todos están mezclados y así voy a tratarlos, la tecnología ciertamente no es mala, pero tampoco es positiva de por sí, y eso es necesario remarcarlo. Depende del uso que le demos, igual que podemos usar un martillo para clavar un clavo o para darnos en la cabeza. Sin embargo, cuanto más elevada es la tecnología, mayor responsabilidad y capacidad para darle un buen uso se requiere. La técnica solo es un medio, es un uso, pero la sabiduría es necesaria para indicar el buen uso de la misma. Y a los grandes poderes no les interesa un buen uso, les interesa simplemente que la utilicemos cuánto más mejor y de cualquier manera con el fin de ganar dinero.
Los móviles producen adicción, es algo que podemos ver cada día. Y más cuando no se han desarrollado otro tipo de hábitos como en la gente más mayor, que al fin y al cabo se crió sin ellos. La inmensa mayoría de jóvenes no han cogido un libro por propia voluntad desde que iban a la escuela, adictos a las redes sociales, a youtube, a los memes. Están en una fiesta y cada uno mirando su pantalla. Yo lo veo todos los días. El móvil no les acerca, les aleja no solamente de los demás, sino de cualquier actividad que requiera de un mínimo de constancia o de concentración, como leer un libro. ¿Y qué se puede esperar de toda una generación que no es capaz de leer libros, que no le motiva adquirir ningún tipo de conocimiento?
Quizás siempre ha sido así, y en vez de estar adictos al móvil lo estaban a las drogas. Por lo tanto, la tecnología no nos hace peores, pero lo que está claro es que tampoco mejores por sí misma. Lo mismo puede decirse de la ciencia. Por un lado, porque la investigación científica no siempre está motivada por la búsqueda de soluciones a los problemas de la humanidad, eso es evidente. La financiación que requiere la condiciona para obtener ciertos resultados que aporten beneficios. Cuando, sin embargo, encuentra soluciones a ciertas necesidades humanas, como la necesidad de vivienda, energía, alimentación, comunicación o transporte, contribuye a crear una sociedad más eficiente en su adaptación y supervivencia al medio. Pero, ¿se traduce esto en mayor bienestar subjetivo, en mayor felicidad? Nunca antes la gente había estado tan sola, tan aislada. Me refiero a antes de la pandemia también. La depresión, la angustia, la ansiedad, son estados ya habituales en un inmenso porcentaje de la población. Los libros de autoayuda triunfan precisamente por eso. Todos buscan la felicidad, pero la ciencia, a pesar de gozar de la consideración de un dios, no la procura por extraño que parezca. La estructura económica, política y social no permite su uso en beneficio nuestro. No nos sirve, sino que la servimos. Seguimos trabajando cuarenta horas a la semana para poder fabricar y después comprar todo lo que nos procura la ciencia y la técnica. ¿Nos ha liberado? Yo creo que no. No vivimos más ociosos, ni más tranquilos, ni más cerca de las personas que amamos. El mito positivista no es más que un mito. La razón técnico-instrumental se ha revelado inútil (por sí sola, me refiero) para mejorar nuestras vidas. En vez de clavar clavos con el martillo, lo usamos para pegarnos.
Y ahí es donde entra la filosofía, claro, que por supuesto no se reduce a la ética, a efectuar una crítica moral efectiva sobre la realidad presente, sino que aspira a un conocimiento universal, que, como señala Silvanus, trasciende nuestra propia época. Pero no creo que sean dos aspectos separados de la filosofía, pues es en base a este conocimiento universal de lo que es el ser humano, de su relación con el planeta, de su inmersión en la historia, de su comunicación, de la intencionalidad que subyace a todas sus acciones, etc., que puede efectuarse la crítica contingente respecto a situaciones provisionales. En base a esta sabiduría, puede la filosofía efectuar una crítica radical de la técnica y de la ciencia con el fin de redirigirlas de manera que sirvan al ser humano. ¿En qué medida? La ciencia, en definitiva, no nos dará la felicidad, pero puede proporcionarnos tiempo y tranquilidad para buscarla. Ese es su cometido. Darnos tiempo, tranquilidad, ocio, así como por supuesto seguridad material. El segundo cometido lo está consiguiendo, pero respecto al primero punto su fallo es estrepitoso. Creo que no es culpa de la ciencia, por supuesto. Es culpa de la estructura de producción y consumo en la que vivimos, así como de la ignorancia de creer que la ciencia y la técnica están capacitadas para resolver todos nuestros problemas.
Un saludo!