Capítulo IV,
¡Menuda brasa con el “discurso de la historia”! Con razón nos quedamos paralizadas en el umbral, desde donde contemplábamos “la enunciación”, más allá “el enunciado”, “la significación”… Lo que nunca imaginamos es que estábamos profanando un lugar sagrado, sus reliquias, íbamos a dinamitar los mismísimos fundamentos de la civilización.
Ven. Acércate. Enfoca eso. ¿Qué pone ahí, gatita?
“No hay hechos en sí. Siempre hay que empezar por introducir un sentido para que pueda haber un hecho” F. Nietzsche.
¡Vamos!
Nivel I de los significados del discurso histórico: por aquí tenemos el sentido que el historiador concede voluntariamente a los hechos que relaciona y si la cosa se extiende mucho pues accedemos al
Nivel II de los significados del discurso histórico: el significado trascendente de todo discurso histórico. Se nos inocula a partir de la temática del historiador. Lo llamará R. Barthes “la forma del significado”. Así que con Heródoto y su narrativa imperfecta enfrentamos una filosofía de la Historia que muestra a los hombres sometidos a la ley de los dioses, ¿y con Michelet y su estructura de significados particulares opuestos? marchando una filosofía maniqueísta de la vida y la muerte.
En el discurso histórico al significar, llenamos de sentido la Historia, lo que nos permite arriesgar y decir que el discurso histórico es de fabricación ideológica. ¿Ah, sí?
¿Y qué querías decirnos Nietzsche?, pues que allí donde hay lenguaje el hecho deviene tautológico en su definición. Lo escrito viene de lo que se observa, pero observable solo es lo digno de ser escrito. De esta forma, el hecho no tiene más existencia que la lingüística y mira tú que la existencia lingüística siempre se nos ha presentado como la copia de la realidad. El referente es visto fuera del discurso y resulta que no podemos acercarnos a él más que a través del discurso.
Traducción: un hecho (o un cuerpo) se nos presenta como algo prediscursivo, es lo que regula el discurso, pero de pronto, el propio significado, ese hecho (o ese cuerpo), es rechazado, es confundido con el referente que se trae una relación muy “retorcida” con el significante. Así, el discurso que debe expresar la realidad maneja esas “estructuras imaginarias” que quieren ser el significado. No, no ha quedado nada claro. Again.
La confusión (ilusoria) del referente y el significado es propio de los discursos performativos, del tipo, “os declaro marido y mujer” es decir, se casan un hombre y una mujer, only (¿dos hombres, dos mujeres?, no, hombre y mujer, punto). Pues el discurso histórico, nos dice R. Barthes, es un discurso performativo falseado en el que la palabra, el significante, es un acto de autoridad. Así, la realidad en la historia objetiva es un significado no dicho que se esconde tras las faldas del referente.
Sacado el significado del discurso, la expresión de la realidad genera un nuevo sentido, el de la propia realidad transformada. El discurso histórico no refleja la realidad, sino que la significa. Y nos dice “esto sucedió” y va a misa. He aquí una reliquia secularizada y el enigma será lo que realmente fue.
¡Profanemos el templo de la historia! Esa realidad contada no es más que un sentido, uno de los posibles sentidos y es preciso subvertirla, ¡¡derribemos los fundamentos de la civilización!! , ¡¡dale Judith Butler!!. Esos cuerpos supuestamente prediscursivos, tiene el significado que les da el discurso. El sexo, el género, imágenes fantasmáticas que conforman nuestra identidad a fuerza de repetirlas, “es niño” dice el médico al nacer. ¿Amen?